Psicothriller de color rosa
Después del triunfo internacional de «Las alas del dinosaurio», a Sissel-Jo Gazan se le presentaba un difícil panorama para revalidar la fama alcanzada. ¿Cómo repetir el éxito –se preguntaba la autora danesa– sin escribir el mismo libro? La respuesta es «La golondrina negra», una secuela con semejante trama y parecidos personajes, insistiendo el la fórmula de que le procuró el éxito: una intriga científica aderezada con episodios de novela policiaca y una melodramática crónica familiar. De los tres elementos que componen el abultado relato, sin duda la crónica familiar es el más extenso y el menos conseguido. Los horrores de una familia desestructurada y repleta de secretos ocupan tantas páginas y se relata de forma tan prolija que el lector llega a desear que vuelva la intriga policial y retome la acción el detective Marhauge, a sabiendas de que el interés de la autora se inclina por la novela rosa con pretensiones psicoanalíticas, un clásico de la literatura femenina. En ella no pueden faltar y enfrentamientos familiares entre hermanas y tantos accidentes mortales que deja en un segundo plano la investigación criminal que es lo más interesante del relato. En cuanto a la intriga científica, variante del tecno-thriller, poco frecuentado desde los tiempos de Michael Crichton y Robin Cook, comienza a tener un repunte con novelas como las de Sissel-Jo Gazan y «El Dios de Darwin», de Sabina Berman. Para la danesa la intriga científica progresa con numerosas interrupciones sentimentales, ocultando, hasta bien entrada la novela, que los interesantes trabajos sobre inmunología y el juego de intereses de las investigaciones y la lucha de prestigios entre los científicos no son más que el típico macguffin hitchcockiano, mero pretexto para hacer avanzar una trama poco consistente.
El tercer elemento de «La golondrina negra» es el detective Søren Marhauge, un conflictivo policía que dibuja con unos contornos psicológicos altisonantes, como al resto de los protagonistas, pero que sobresale con nitidez hasta convertirse en el eje conductor de la novela. Un problema añadido es el estilístico, en especial los diálogos, en exceso discursivos, como si cada personaje tuviera que contar más que mostrar los acontecimientos, quizá porque el apartado policiaco es tan endeble que en vez de abundar en los conflictos entre investigadores de vacunas, envidias y luchas de poder en la OMS y la industria farmacéutica, se reduce a una intriga en Guinea Bissau de pobre recorrido y decepcionante final.
No obstante, la novela se lee por tramos con fluidez. Hay suspense hasta que se descubre la escasez de la trama y decepciona la promesa de un thriller científico de suspense que es continuamente interrumpido por un romance rosa con una investigación criminal que acaba disuelta en la enormidad de los secretos familiares trágicos que todos los protagonistas esconden.