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Que aprenda Tarantino

Ramón Palomar debuta en la novela negra con la muy violenta «Sesenta kilos». «Sesenta kilos». Ramón Palomar. GRIJALBO. 320 págs., 12 eur., (e-book, 8,99)
larazon

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Negra y sobre todo criminal es el tipo de novela que mejor le cuadra a «Sesenta kilos», de Ramón Palomar. Sobrevuela la influencia seminal de Don Winslow, de sus cocaleros californianos de medio pelo, pero donde el periodista valenciano encuentra su inspiración y energía literaria para emprender esta su primera novela negra es en el cine de Tarantino. La violencia gratuita, el odio desaforado y la venganza sin demasiado fundamento dotan a «Sesenta kilos» de un aura de maldad desacostumbrada en la novela negra actual, emparedada entre el detective problemático y la rutinaria pesquisa policial.

Chunga Serie B

Como en las novelas de Don Winslow, el hado es el mismo. Una vez dentro de la «organización» criminal nadie puede escapar a la ley del hampa. En este sentido, los antihéroes de Palomar buscan una libertad que no está a su alcance, porque las fuerzas que impulsan a sus antihéroes a enfrentarse a un destino irremediablemente trágico se han puesto en marcha para aplastarlos.
Es lógico que, como en el cine de Tarantino, en donde la violencia es el motor de la tragedia, Palomar indague en la desazón y la vesania de esta serie de psicópatas, camellos y putas, sin encontrar otra motivación que justifique la violencia que el desarraigo social y la rebelión contra esa familia extensa que conforma artificialmente el grupo criminal.
En «Sesenta kilos», el hampa es, más que un microcosmos en donde se mueven estas siluetas trágicas, la metáfora literaria del mundo. No hay una instancia superior, la Ley, en este artificio, por lo que impera la traición y el recurso a la violencia. Tarantino ha sabido representar esta pulsión amoral en sus películas, inspiradas en la serie B más chunga, convirtiéndose él mismo en un subgénero posmoderno. Allí beben y encuentran su razón de ser novelistas como Ramón Palomar, fascinados por recorrer ese mundo de ficción en el que los personajes surgen de su fantasma cultural y se comportan como juguetes trágicos de su destino.
Palomar se crece en la construcción de los personajes, en la invención de un mundo formado por retazos de vida captados a fuerza de hallazgos lingüísticos y metáforas felices. El gusto por un tipo de narración cuyo realismo costumbrista ahoga la propia trama. De ahí su linealidad, compensada por el deseo de habitar ese mundo criminal de ficción, repleto de referencias literarias y fílmicas, mediante el lenguaje, construido frase a frase con la precisión de un fino estilista de la modernidad más friqui. Porque todo en «Sesenta kilos» es un chispeante juego de lenguaje.

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