Rica mortadela

Chicot, a diferencia de muchos autores que suelen aferrarse al sillón de un género, ha abandonado la zona de confort que le proporcionarán su dos anteriores thrillers históricos («El asesinato de Pitágoras» y «La hermandad») para cambiar diametralmente de registro. A medio camino entre un moderno «Quijote», un Ignatius J. Reilly y «Martínez el facha», nace su Gordon, una comedia irreverente con la que se ha alzado con el premio Francisco Umbral de Novela. La comedia como género literario de vez en cuando proporciona novelas que atrapan y elevan la calidad de la tinta, como ocurrió con los libros de Wilt, el personaje de Tom Sharpe o con «El abuelo que saltó por la ventana y se largó». El pobre Gordon es despreciable. Exageradamente atípico. Un tipo que adora la mortadela, se cree un Adonis, pese a ser un personaje grotesco, y del que los niños se mofan llamándole «gordo». Su desenfrenado ingenio, así como su arrollador afán justiciero, convierten su día a día en un continuo disparate que supera todos los límites cuando decide irse de vacaciones. Lo que puede suceder cuando Gordon está cerca es imprevisible; no obstante el autor intenta destacar las buenas intenciones de su protagonista a través de un retrato supuestamente positivo que saca a relucir las miserias de su carácter. Con un tono satírico, ácido, divertido, irónico y travieso, el gran acierto de Chicot es la hilarante brecha entre la interpretación de las situaciones y la realidad, que dará lugar a divertidísimas situaciones.