Literatura

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Risas en la redacción

Los periodistas de corte satírico son una especie en peligro de extinción que en el siglo XXI tienen más valor que nunca

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Los periodistas de corte satírico son una especie en peligro de extinción que en el siglo XXI tienen más valor que nunca

Winston Churchill dijo una vez que «la imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser, mientras que el humor los consuela de lo que son», lo que es una cita genial, sino fuera porque justo después de decirlo, fue a casa, oyó un ruído en su estupendo jardín, cogió su fusil Rochington, que conservaba de la guerra contra los Boers, y mató de un disparo al corazón a un gato naranja que llevaba dos semanas desgarrando sus peonias. Está claro que tenía un humor de perros ese día, pero no es excusa. ¿Qué valor tiene lo que pueda decir una persona así, un asesino de gatos? Esta historia inspiró a Jim Davis para crear al famoso Garfield, que le hizo famoso y millonario. Al menos algo bueno salió de tanta brutalidad. Ojalá Churchill hubiese estado vivo por aquel entonces para ver cada día las tiras cómicas de Garfield en la prensa y avergonzarse de lo que llegó a hacer a ese pobre animal.

Por supuesto, quizá esta historia no sea cierta, pero qué importa. Demuestra dos cosas, que la imaginación nos consuela de lo que no somos, en este caso no somos Winston Churchill, y que el humor nos consuela de lo que somos. Por fortuna, no somos Winston Churchill.

Estos días, el periodismo en general y el de papel en particular, no nos consuela de nada, más bien al contrario, nos aterra. Es culpa de la época, por supuesto, que reacciona mal al consuelo, prefiere el terror, la humillación y la verguenza. Incluso la sátira ya no es divertida, en el sentido en que sí, quizá te levanta el labio, pero no hace reír. Ahhh, pero hubo una época, ufff, qué época, en que los periódicos eran relevantes precisamente porque había espacio para ese humor consolatorio, que tan bien describió el premio Nobel de literatura Winston Churchill.

El mito de la II Guerra Mundial

El gran exponente del siglo XX de periodista con humor fue el estadounidense H. Allen Smith, un hombre que vivió una época en que el periodista le importaba poco perder el trabajo, sólo tenía que ir a otra ciudad y trabajar para el siguiente diario local. Su primer libro, «¿Qué grande es Nueva York?», curiosa traducción del original «Low man in a totem pole», recolección de sus escritos centrados, eminentemente, de todos los personajes extravagantes que se encontró en las redacciones en las que trabajó. Eso es algo que no ha cambiado en los últimos 100 años, todavía hay personajes extravagantes trabajando en todas las redacciones.

El libro es asombroso porque, aunque habla de un mundo que ya no existe, es totalmente desternillante. Habla desde la primera rueda de prensa de Sinclair Lewis, tras ser el primer escritor americano en ganar el premio Nobel, con un periodista preguntándole qué va a exponer después de ganar el galardón a un director de periódico que iba siempre con huevos de codorniz en el bolsillo al que le dijo, «usted va a ser muy feo de viejo».

H. Allen Smith podría situarse dentro de la categoría de humor social. El mejor en el terreno del humor político fue Art Buchwald, una especie de Gila americano con una desbordante imaginación que dejó la administración Nixon como una fábula tan absurda como «Las mil y una noches». Su clásico «Nunca bailé en la casa blanca» es una fascinante reconstrucción cómica de la caída de Nixon y de unos años 70 que en general no parecían el mejor momento para la sátira.

A partir de aquí podemos hablar de nombres claves del periodismo como genial Ring Lardner, que se puede encontrar toda su obra traducida; el pequeño fenómeno deslenguado de Fran Lebowitz, bautizada como la nueva Dorothy Parker y gente más moderna como Dave Barry, cuyas columnas son una revelación.

Aquí, claro está, queda el gran Julio Camba, que la editorial Pepitas de Calabaza ha recuperado en los últimos años sus libros y antologías de artículos, desde sus crónicas como corresponsal, en ese ejemplo de escritura de pez fuera del agua, a sus celebraciones más personales. ¿Hay más nombres? Muchos más, pero están todos muertos.