Literatura

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Sánchez Ferlosio: en el fondo, un sentimental

Sánchez Ferlosio: en el fondo, un sentimental
Sánchez Ferlosio: en el fondo, un sentimentallarazon

Es ya sobradamente aceptado que la biografía constituye todo un género literario. Nombres como Herbert Lottman, Richard Ellman, Ian Gibson, Pierre Assouline o Peter Ackroyd avalan una tradición investigadora centrada en la vida y obra de, respectivamente, escritores como Camus, Joyce, Lorca, Simenon y Dickens. En el ámbito español actual cabría citar, entre otros autores, a Miguel Dalmau, con sus biografías sobre los hermanos Goytisolo y Jaime Gil de Biedma; y Jordi Gracia indagando en la personalidad intelectual de Ortega y Gasset y Cervantes. El género biográfico combina el retrato moral con el discurso ensayístico, la memoria civil con la investigación histórica y el rigor documental con la semblanza crítica.

Lo sabe muy bien el escritor y periodista J. Benito Fernández (Tomiño, Pontevedra, 1956), autor de «El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero» (1999) y «Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído» (2005), dos libros que definen, a través de los protagonistas, la poética de los «novísimos», la naturaleza del malditismo estético, y el estigma del artista autodestructivo. En la misma línea de minuciosa precisión y amenidad expresiva se publica ahora «El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio: apuntes para una biografía», ambicioso y logrado intento de penetrar en la trayectoria vital, literaria y civil de un escritor de taciturno retraimiento, solitaria creatividad, hosca misantropía, peculiar trato social y legendario hermetismo. Son precisamente estos peculiares rasgos personales los que hacen doblemente interesante la biografía de un escritor «incógnito», como bien especifica su título, recluido en una obsesión polígrafa, que aúna el reconcentrado egotismo con la imprevista generosidad, y la firmeza de las convicciones con las propias contradictorias paradojas.

En un tono objetivo, algo secamente distante, se van desgranando en estas páginas los principales episodios, referentes, filias y fobias del autor de «El Jarama» (1955) –la emblemática novela de la que siempre ha abominado–, «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos» (1992) –ocurrentes reflexiones breves que denomina «pecios», los modestos restos de un naufragio ideológico–, «Sobre la guerra» (2007) –muestra de su acendrado antibelicismo, que no ingenuo pacifismo– o «Guapo y sus isótopos» (2009). Resulta decisiva la ascendencia que sobre Ferlosio tiene su padre, Rafael Sánchez Mazas, escritor de la denominada «corte literaria de José Antonio» (Primo de Rivera) –impresionante la carta que éste dirige a aquél desde la prisión de Alicante y que aquí se incluye–; con el tiempo, la admiración literaria y personal será mutua, una determinante complicidad paternofilial. Y no menor la importancia de Marta, la hija tenida en común con Carmen Martín Gaite, inteligente, sensible, resuelta y prematuramente fallecida en una cruel deriva de la drogadicción; así como la pléyade de amigos, fiel grupo conocido como la «ferlosía» e integrado, entre otros, por Javier Fernández de Castro, Carlos Trías, Gonzalo Hidalgo Bayal, Antonio Martínez Sarrión y, por supuesto, Demetria Chamorro, compañera inseparable. A otro nivel se destaca su amistad con el filósofo y lingüista Sánchez de Zavala, con quien forma un inquieto foro de debate, el «Anillo Lingüístico del Manzanares», en jocosa alusión al «Círculo Lingüístico de Praga»; también con Miguel Delibes, quien se compadecía así de Martín Gaite, paciente esposa entonces del huraño Rafael: «Carmen es como una viuda que tuviera el muerto en casa» (pág. 246); e Ignacio Aldecoa, Juan Benet y Juan García Hortelano, la generación literaria de 1950 al completo, cuyas vicisitudes y trayectoria se reconstruyen aquí en su marco de tertulias, veladas, cafés y tabernas.

La cafetería y el indigente

Se desmenuzan aquí anécdotas y episodios nada banales, porque dan la dimensión de ese «último hombre moral» que ha pretendido ser Ferlosio; un ejemplo: ya maduro, en la cafetería en que acostumbra a escribir, contempla cómo un camarero expulsa del local a un indigente y le recrimina agriamente su desconsiderada actitud; se va airado del establecimiento para volver al poco tiempo solicitando sinceramente el perdón del empleado, aduciendo que nadie es él para juzgar conductas ajenas. Huyendo de, en propias palabras, «la amenazadora sombra del grotesco papel de literato», irreductible en su tendencia al exabrupto demoledor y la malencarada reacción, con un fondo de soterrada ternura y escondida sentimentalidad, «Ferlosio –señala sagazmente el biógrafo– tiene un total desprecio por el cultivo de la imagen pública. Su modo de entender la literatura es equiparable a su modo de entender la vida, con ejemplaridad moral. Fidelidad a sus cualidades de escritor, fidelidad a sí mismo» (pág. 195).

Este libro logra una completa semblanza de tan complejo ensayista: cazador animoso durante años, y enemigo de la caza después; taurófilo apasionado y luego antitaurino decidido; experto polemólogo contrario a toda violencia; está contra los nacionalismos, recela de la teología de la liberación y la objeción de conciencia, le desagrada el neoliberalismo y rechaza a Ortega y Gasset por cursi y alambicado. Una biografía rigurosa, amena, crítica, imprescindible.