Sánchez Robayna, tras la duna
«El espejo de tinta». Sánchez Robayna. Cátedra. 470 páginas, 24,90 euros.
Monotonía de las olas tras los cristales. Esa traducción insular del célebre verso de Machado, con la peculiaridad de que el mar es más grávido y perenne que la lluvia, podría servir de emblema a la obra de A. Sánchez Robayna (Gran Canaria, 1952). El autor de las «Soledades» es, de hecho, homenajeado en «El libro, tras la duna» (2002), cuando su poesía conoce un punto de inflexión: se intensifican el tono elegíaco y la reflexión existencial. Un ahondamiento, en realidad, del giro emprendido con «Palmas sobre la losa fría» (1989), según las tres etapas que advierte Ruiz Casanova, en una obra, no obstante, sistemática, unitaria, casi «orgánica». A la inversa del despojamiento de la mayoría de los poetas, incluido su mentor y amigo J. Á. Valente, Robayna parte de una osamenta esencial para revestirla luego de una carnalidad más expresiva y subjetiva. Tildado en sus inicios de «experimental», cuando no encajaba ni en la horma hegemónica de los novisímos, en los años 70, ni en la del neorrealismo de los 80, esta antología permite apreciar la coherente evolución de una obra forjada con disciplina espartana y premisas casi quirúrgicas. Sus «Notas de poética», que cierran el libro, son más que elocuentes sobre la premeditación que aspira a organizar su obra como un poema único. «Al fin y al cabo, siempre estamos al comienzo», expresa; para avisar, no obstante, de que, «al contrario de lo que piensa cierto "realismo"presunto, en literatura son las palabras las que crean la realidad».