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Ser mala está de moda

Ser mala está de moda
Ser mala está de modalarazon

Las mujeres malas están de moda. No las anticuadas «mujeres fatales» de los novelas y de películas de los años 20 y 30, en las que imponían su perverso poderío sobre hombre atrapados en su perversa feminidad, sino una mujer dueña de sí misma, capaz de las mayores vilezas. La diferencia es que las antiguas vampiresas eran el reflejo del reprimido deseo masculino y las actuales han surgido de las mentes de escritoras que las colocan al mismo nivel corrupto, amoral y desquiciado de los asesinos de las novelas de intriga criminal.

Adiós «vamp» de tacón de aguja, falda megaceñida y pistola humeante; hola chica mala, pero mala mala, cuyo feminidad corre pareja al desprecio por las viejas convenciones del sexo débil y el arrepentimiento final. El único autor que las ha retratado con la misma vileza y desenfreno asesino ha sido James M. Cain. Ahí están Phyllis Nirdlinger, de «Pacto de sangre» –en el cine «Perdición» (1944)–, y Cora Smith, de «El cartero siempre llama dos veces» (1946). Malas sin redención.

Las nuevas asesinas proceden del «domestic noir». Las hay en apariencia ingenuas, como Amy Dunne, la psicópata de «Perdida» (Gone Girl), de Gillian Flynn, o esquizofrénicas y con síndrome de Asperger, como la fiscal Jana Berzelius, la asesina sin conciencia de Emelie Schepp.

Más sofisticada es la amoral y fría asesina Judith/Elisabeth, la protagonista de «Maestra» y «Dómina». Ella y su obsesivo monólogo interior sobresalen por encima del delirante relato, cuyos ingredientes variopintos tienden al «friqui noir», representado por E. Schepp y Karin Salughter, autora de «Flores cortadas» y «La buena hija». Las motivaciones asesinas de esta esteta con aires de pija son tan arbitrarias como su descontrolada historia.

Ritmo endiablado

En el fondo, la trama confusa de «Dómina» busca envolver al lector en un mundo de fantasía donde todo es voluntariamente delirante, un compendio de modernidad, pornografía chic y esnobismo pijo. Eso sí, dentro de una atmósfera expresionista, un laberinto en el que cabe desde Caravaggio y el pos-arte anticapitalista hasta la mafia rusa, las marcas de moda y cierta burla del «thriller» posmoderno. Escrito a un ritmo endiablado, hasta el punto que el lector pierde el hilo y se desinteresa por saber adónde va y qué pretende esta desquiciada amante de la voracidad sexual.

L.S. Hilton es una escritora culta, lo que no significa que sepa estructurar con eficacia un material repleto de guiños artísticos, con toques psicoanalíticos y bastante pornografía. Realmente, «Dómina» no pertenece a ningún género conocido. Tiene algo de «thriller» erótico mezclado con tramas rusas y porno duro, para que el lector comprenda que una mujer puede ser tan osada como un hombre y su asesina tan fría y calculadora como humana.

El problema es que las fantasías navegan sin anclajes realistas o con algún fundamento literario. El género les sirve de base, pero cuando éste salta por los aires lo que queda son fuegos de artificio donde todo se confunde y apenas emerge el tedio. «Dómina» no es la divertida y erótica «Fanny Hill», ni tiene la elegancia libertina de la marquesa de Merteuil, de Laclos, ni mucho menos es la viciosa Juliette de Sade, aunque todas ellas flotanen este alucinante experimento. Lo mejor que puede decirse es que, cuando no aburre resulta sexy.