Thomas Pynchon destapa la sociedad de EE UU
El enigmático autor de culto, del que se desconocen imágenes recientes, vuelve con una crítica al país que existía antes del 11-S
Conspiraciones, entropía y paranoia son tres de los pilares sobre los cuales se ha asentado la original obra de Thomas Pynchon, quien desde 1963 (año en que hizo su aparición en la literatura de EE UU con la extraña novela «V.») no ha dejado de tomarle el pulso a un mundo que, según su afiladísima prosa, gira en un caos perpetuo sostenido en el despliegue de unas cuantas pistas falsas, de deseos inexplicables y de unos ideales que pueden llegar a ser tan delirantes como peligrosos. Un conjunto de siete novelas (y un libro de relatos), compuesto en cincuenta años (tres de ellas, «El arco iris de gravedad», «Mason & Dixon» y «Contraluz», de alrededor de mil páginas cada una, fueron consideradas obras maestras) que han hecho que la figura de este escritor de culto y oculto, que se ha refugiado de la fama y de quien sólo se conocen unas pocas imágenes, no hiciera más que acrecentarse con el tiempo. No únicamente por la dimensión literaria de sus libros, sino porque el mundo moderno, cada vez más, se ha ido pareciendo al mundo que él mismo ha imaginado en sus novelas: un mundo regido por la paranoia colectiva, las conspiraciones silenciosas, la desintegración del lenguaje en favor de una jerga técnica, el avance de la tecnología y el goteo de la incertidumbre y del miedo. Algo de ese miedo es lo que Pynchon transmite en «Al límite», su nueva novela después de «Vicio propio» y cuya acción transcurre en 2001, poco después de que se pinchara la burbuja de las empresas «puntocom», en Nueva York. Una ciudad, señala Pynchon, «donde los amigos urbanistas y las fuerzas de la corrección pequeñoburguesa del alcalde Giuliani han barrido la zona, ‘‘disneyficándola’’ y esterilizándola» y donde, en tres meses, caerán las Torres Gemelas. Nadie, en la novela, parece percibir lo que vendrá. Es la primavera de ese año y Nueva York parece una ciudad en calma. Especialmente en Silicon Alley, un sitio fantasmal en el que casi nadie desea invertir pero en el que hay unos cuantos timadores con muchas ganas de seguir haciendo negocios. Tras ellos anda la heroína de «Al límite», Maxine Tarnow, una mujer joven que se dedica a pillar a pequeños estafadores. Madre de hijos en la escuela primaria, Maxine tiene una relación ambivalente con Horst, su ex marido, algunas amigas con las que queda a tomar copas y a Reg, un amigo que se dedica a filmar películas comerciales. La vida de Maxine es tranquila. Se ha montado una modesta oficina en un edificio que una vez fue un banco y se pasa el día investigando delitos económicos. Antes tenía un permiso legal para hacerlo, pero como le han quitado la licencia, no le queda otro remedio que guiarse por su código de conducta. Así que, como si se tratara de una auténtica detective, Maxine puede llevar una pistola, tener trato con canallas y «hackear» cuentas bancarias. Pero su vida cambia cuando Reg le propone investigar a una empresa de seguridad informática y a su consejero delegado, Gabriel Ice. Él está haciendo una película para esa empresa y Ice le resulta un personaje sospechoso. Maxine acepta el trato y descubre a un multimillonario cuyos oscuros negocios están vinculados con el corazón financiero de la ciudad. A partir de esos pocos elementos, Pynchon teje una trama como si se tratara de un inventario privado, hecho de un mundo propio, de códigos cifrados y en el que el autor de «Vineland» es capaz de mezclar la cultura de masas (como una conversación sobre el peinado de Jennifer Aniston) con el conocimiento sobre sistemas informáticos y cuestiones bursátiles para hacer una novela cuyo epicentro es un mundo caótico, siempre dispuesto a perderse en la entropía. En esta novela de estructura sospechosamente simple aparece un elenco de personajes extravagantes que reflejan el comienzo del siglo XXI: vendedores de productos caducados, intermediarios de toda calaña, mafiosos rusos, piratas informáticos, especialistas en realidad virtual, hippies reconvertidos en yuppies y, de fondo, la realidad política de entonces y el atentado a las Torres Gemelas, cuando se podía llegar a creer, señala Pynchon, que Nueva York, «como la nación entera, unida en el dolor y la conmoción, se había lanzado en una guerra contra el terror».
La ciudad como metáfora
«Algo raro está pasando en la parte baja de la ciudad –dice Pynchon para mostrar de forma gráfica el día de su heroína cuando llega el 11 de septiembre–. Oh-oh. Maxine va a casa y pone la CNN. Y ahí está todo. Y de lo malo pasa a peor. Durante todo el día. A eso del mediodía, llaman de la escuela y avisan de que van a cerrar, que si puede pasar a recoger a sus hijos. Todo el mundo está con los nervios a flor de piel. Saludos con la cabeza, manos que se estrechan, poca conversación social en la ciudad». Porque Nueva York, con sus personajes cotidianos, sus edificios, sus calles simbólicas y avenidas de costumbre y la sombra del terrorismo, funciona como una metáfora de esos años. Unos años que, como dice Maxine, sabe que han desaparecido, aunque también que «en la inmensidad e indeterminación del anarquismo del ciberespacio, entre los miles de millones de ecos de fantasías reverberantes, empiezan a emerger oscuras posibilidades».
Sobre el autor
Pynchon forma parte de esa extravagante legión de autores de los que se desconoce su rostro actual. Nació en Nueva York en 1937 y de su vida poco se sabe. Sólo que estudió ingeniería y literatura, que ganó el National Book Award, que envió a un cómico a recogerlo y que vive en Nueva York. Su mujer, se dice, es agente literaria.
Ideal para...
adentrarse en la época de los albores de internet, cuando los nombres de Microsoft, Appel, Google, Facebook y etcétera no eran tan importantes como lo son ahora ni la seguridad informática era un tema tan prioritario como resulta en este momento para las empresas y las personas.
Un defecto
Para leer a Pynchon, especialmente «Al límite», el lector debe tener empatía con la cultura de EE UU, de lo contrario, puede perderse en referencias y chistes que tienen que ver con ese país.
Una virtud
La capacidad de Pynchon para renovarse a pesar de haber escrito tres novelas de más de mil páginas y una obra que ha ido pergeñando, lejos del éxito, a lo largo de cincuenta años.
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