Todos flotamos sin red
Todo lo que David Vann escribe parece tocado, de algún modo, por la gracia. No es extraño. El autor, nacido en Alaska hace cincuenta años y con una exquisita y rara sensibilidad, no se habría puesto a escribir si su padre, cuando él tenía trece años, no se hubiera quitado la vida. Así que Vann, desde entonces, encontró en la literatura y en la escritura una suerte de amparo que se plasmó poco antes de cumplir los veinte en su primer libro: «Sukkwan Island», una novela corta en la que Vann, con un estilo conciso y contundente, sumerge al lector en una atmósfera emocional asfixiante, bastante salvaje, pero en la que hay sitio para la redención y el consuelo. Quinta novela de Vann tras su breve incursión en esa especie de crónica autobiográfica que fue «Cocodrilos: Varado en un puerto de narcos», en «Acuario» el autor se centra en la vida de Caitlin, una niña de doce años, y su madre, que viven en las afueras de Seattle. Caitlin, cada día, hace el mismo recorrido: sale de su casa (una casa sencilla, de las de protección oficial) rumbo al colegio y, al acabar las clases, espera que la recojan en el acuario de la ciudad, un mundo de aguas y extrañas criaturas que fomentan su imaginación preadolescente y la hacen vivir en ese paraíso marino donde, sin embargo, «cualquier depredador puede venir en cualquier momento».
Depredador o no, lo cierto es que una tarde aparece en el acuario un anciano que, poco a poco, se gana la confianza de Caitlin, cuyo mundo imaginario, al tiempo que se derrumba, sume en la desesperación a su madre, que ve cómo el poderoso e invisible lazo que la une a su hija puede, en cualquier momento, romperse y quedar ambas a merced de una corriente ciega y salvaje.
Sombría y, por momentos, con pasajes de intensa y oscura belleza, «Acuario» es una novela cuya profundidad trasciende el casual argumento. Porque más allá de la historia que se narra y su posible desenlace, lo que Vann ofrece es una mirada sagaz y personal sobre el mundo en el que vivimos, siempre en peligro, sujetos a la desolación, flotando sin red en un universo constante.