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Tres voces embarulladas

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Hasta la fecha, Toni Hill era conocido por su trilogía sobre el inspector de los mozos de escuadra, Hector Salgado, de las que ha vendido 300.000 ejemplares y se ha traducido a veinte idiomas. En ellas, su autor seguía la tónica de los novelistas que se han decantado por la regionalización de la novela negra, y la vuelta al costumbrismo y a la familia como lugar del conflicto. Con «Los ángeles de hielo», Toni Hill se aleja de la trama policiaca para adentrarse en la novela gótica. Una intriga psicológica ambientada en la Barcelona de principios de siglo, que sigue las pautas de Eduardo Mendoza en «La verdad sobre el caso Savolta» y «La ciudad de los prodigios».
Una mímesis superficial, pues la novela de Toni Hill está más pró-xima al folletín decimonónico con resabios románticos que a una recreación histórica, como la estupenda novela de Jordi Llo-bregat «El secreto de Vesalio», muy superior tanto en la creación de una atmósfera goticista como en la reconstrucción histórica de una Barcelona oscura e inquietante por la que discurre una intriga mucho más elaborada, donde recrea «Los misterios de Barcelona», de Nicasio Milá de la Roca.
Quizá el mayor defecto de «Los ángeles de hielo» no sea la retórica añeja y la rancia recurrencia a los clichés de la novela por entregas de la época de los «escritores al vapor», sino la creación de una intriga coherente. Porque Toni Hill se entretiene contando historias familiares que carecen de una función dramática en la acción, cuando no se pierde en excursos literarios que aminoran la fluidez del relato, fruto de sus lecturas sobre la Viena de Zweig más que de necesidades diegéticas. Y por último, la indecisión narrativa: el novelista trata de resolver el caos narrativo con tres modelos de narradores que se interrumpen y lastran el relato hasta hacerlo embarullado y caótico.

Pequeños ajustes

Con una mejor organización de la intriga, un narrador solvente y simplicidad discursiva hubieran evitado que una novela con indudables valores literarios se perdiera en «lo siniestro» freudiano, citado en la novela pero no expresado literariamente, como lo hicieran los maestros del género de horror gótico, nacido con el irracionalismo romántico.
En cuanto al doble, esencial en el relato de E.T. A. Hoffmann y en el «William Wilson» de Poe, que Hill no cita, brilla por su ausencia. Más bien parece una proyección paranoica que en cualquier relato de terror no necesitaría justificación pero sí cierto grado de verosimilitud y una ambientación morbosa que Toni Hill disuelve cada vez que trata de explicarla. En el relato de fantasmas y almas en penas es preferible antes la sugerencia y la insinuación que el embrollo de la racionalidad psicoanalítica.
En cuanto a la correspondencia con Anna Freud, nada aporta al relato, menos todavía el pasado vienés del protagonista y la guerra del 14. Qué decir de la leve crítica a la burguesía industrial y al modelo educativo progresista cuando el meollo de este tipo de relatos se encuentra en los conflictos de la represión, el doble siniestro que anuncia al asesino en serie y la atmósfera agobiante de una Barcelona maquinista en pleno desarrollo industrial.