Un mundo que nadie habita
Clipperton existe. Es una isla. O menos que eso: es un atolón. Está a mil kilómetros de Acapulco, mide cinco kilómetros cuadrados, pero allí no vive nadie. El 90% del territorio es un lago de agua dulce que no se puede tomar. Debe su nombre a un pirata inglés que llegó en 1705 y que, después de abandonar en una isla cercana a un tal Alexander Selkirk (que forjaría la leyenda de Robinson Crusoe), convirtió el atolón en su base de operaciones para saquear los galeones españoles. Tras ser abandonado por el pirata pasó a ser disputado por franceses, ingleses, mexicanos, americanos y por tantos otros que quisieron, en un afán de conquista y saqueo, apropiarse de una tierra que, en el fondo, no sirve para nada. Salvo, quizá, para crear un imaginario alrededor suyo. Porque Clipperton no sólo ha fascinado a personajes poderosos como Mussolini, Roosevelt o Churchill, sino también a historiadores, viajeros y escritores como Mark Twain, Jacques Cousteau y, ahora, el mexicano Pablo Raphael. Todos ellos, a través de sus libros y sus conjeturas, de alguna manera configuraron el mapa de un lugar en el que hay más de imaginario que de real. Raphael, que estuvo trabajando diez años en su «Clipperton» y que le robó unas cuantas horas de sueño y lucidez, no pierde el rastro de sus predecesores y, en una estrategia asombrosa, ofrece un relato totalizador. Busca documentos históricos, cruza información de diferentes épocas, cita artículos periodísticos de incierta procedencia y reconstruye un universo que habla por sí solo y se narra a sí mismo. El resultado es una obra ambiciosa y enérgica que dinamita los límites convencionales del género y que, entre la fidelidad al relato histórico y el dictado de la imaginación, da cuenta de un lugar en el mundo que nadie habita. Pero que existe, y sigue existiendo, mientras exista el delirio, la imaginación.