Una carta de amor para Pablo
Sergio del Molino afronta en «La hora violeta» la trágica pérdida de su hijo a causa de un cáncer
Querido lector. He aquí una carta de amor que se olvida de formalismos, de fechas y encabezados, pero no de la esencia de cualquier epístola: un mensaje y un destinatario. He aquí una obra narrativa trufada de poesía y reflexión, una radiografía del alma impresa en versos infinitos sobre los que explorar la desesperación de un padre condenado a buscar palabras con las que dar forma a ese monstruoso dolor que se desborda ante sus ojos. He aquí una historia de amor y de pérdida, una carta llena de elipsis, pero falta de reservas, sin diques de contención que retengan ese sentimiento áspero que no entiende de lloros ingenuos ni de afectos vacuos. Una historia llena de sensibilidad, pero carente de sensiblerías. He aquí, en definitiva, «La hora violeta» (Mondadori), una obra decisiva en la carrera literaria de Sergio del Molino: es el libro que nunca hubiese querido escribir. «Algunos han dicho que la literatura es la única forma posible de inmortalidad. Yo no soy tan ingenuo como para pensar eso, sería una forma de autoengaño muy dura, pero sí creo que es una manera de perpetuar el recuerdo y de que Pablo nunca se convierta en un silencio. Estoy muy orgulloso de haber podido terminar este libro y de que su nombre esté ahí impreso y presente ya para siempre», comenta del Molino. Las palabras son finitas, pero la vida que reflejan, el recuerdo que evocan, es inmortal. Por eso este libro es un alegato contra el olvido, un intento desesperado por nominar, no sólo a su hijo Pablo, también a ese vacío que debe afrontar tras su fallecimiento, tras la pérdida de la persona a la que le debe su condición de padre. En la búsqueda de ese adjetivo angustiado, Sergio del Molino ha conseguido deconstruir el dolor para hacerlo «más manejable», aunque rechaza que las palabras sean terapéuticas ya que «no mitigan» el sufrimiento. «Lo he metido dentro de un libro, lo he encuadernado, y ahora está en un formato al que me puedo enfrentar», asegura el autor, que despoja a la literatura de mitos sempiternos y frívolos, y la viste de metáforas, el atuendo con el que «las palabras sí llegan». «Alcanza unas verdades imposibles mediante el poder de la evocación», sostiene. Quizá sea esta perspectiva la que libera a «La hora violeta» de oscuridad, de convertirse en una tragedia imposible de digerir, y le confiere una incontestable dignidad. Evita lo obvio de la pérdida y cerca los recuerdos para abordarla con una delicadeza extrema, que inocula al lector. «No era mi intención, pero, paradójicamente, las primeras impresiones que me han llegado sobre el libro es que te reconcilia con el mundo», comenta, extrañado. Las imágenes, grabadas en la memoria, se mezclan con libros y autores -desde «El mortal y rosa» de Umbra hasta «La montaña mágica» de Thomas Mann-, con música y frustración hasta convertir la narración en una suerte de túnel de la vida, aunque lo que espera al final de su recorrido resulte mucho peor que la propia muerte: sobrevivir a Pablo. Así, desde el límite de dolor, el escritor frustrado ante un final impuesto, se siente atrapado en esa inefable hora violeta evocada por T. S. Eliot en «La tierra baldía», esa hora muerta sin destino ni procedencia. «Creo que he perdido mucho la capacidad de empatizar con los problemas ajenos, eso me fastidia, porque me convierte en peor amigo. Te crea barerras, te distancia del mundo y al mismo tiempo y paradójicamente, lo sientes mucho más», confiesa. No es de extrañar que este libro rabiosamente «íntimo», escrito con posterioridad al fallecimiento de su hijo -sobre notas que había tomado a lo largo de su enfermedad-, haya conseguido esquivar el resentimiento y la rabia hasta «macerar los recuerdos y encajarlos en una carta de amor», asegura. «Todos podemos entender un amor furioso como este», asegura del Molino, casi tímido, después de haber despezado el alma contra un dique de palabras. Así, afectuosamente, se despide.
Apoyo: Sin moraleja
Sergio del Molino defiende «la inutilidad dela literatura». «No creo que tenga que tener una moraleja ni un objetivo instrumental», afirma. Pero parece que «La hora violeta» se escapa de cualquier parámetro. «Sí me gustaría, a nivel personal, que sirva para que mi hijo Daniel conozca a su hermano y entienda lo que le pasí de la manera que mejor lo puede hacer su padre, que es a través de un libro», confiesa.