Una desganada Agatha Christie
La escritora noruega Anne Holt lleva una dilatada carrera como novelista de éxito con dos series detec-tivescas: la primera, protagonizada por la inspectora lesbiana Hanne Wilhelmsen, de la que «1.222» es el octavo y último título de la saga, y la segunda por la pareja del comisario Yngvar Stubo y su mujer, la «profiler» de asesinos en serie Inger Johanne Vik. Hace décadas ya que el clásico detective varón, blanco y anglosajón dio paso a detectives de toda condición: negros como Shaft, aficionadas como la señorita Marple o forenses lésbicas como Kay Scarpetta. Incluso detectives trans, como Burçak Veral, del turco M.M. Somer.
Aguda misantropía
Hanne Wilhelmsen, retirada de la Policía tras un accidente que la dejó postrada en una silla de ruedas, vive con una mujer turca y tiene una hija. Pero hay algo de venganza postrera en esta última entrega de la inspectora Wilhelmsen. Anne Holt ha agudizado su misantropía y el desdén por el mundo. La describe como ausente, irascible, sin empatía con el prójimo, que apenas merece su consideración, pero sin perder su arrogancia.
Qué lejos queda de la atormentada inspectora de sus comienzos, cuando se avergonzaba de su condición sexual, extremaba su aspecto femenino y convivía a escondidas con una médico. El carácter se le ha agriado tanto, se muestra tan desa-gradable, que se diría que su autora ha decidido terminar con el personaje exagerando sus características negativas, dispuesta a cerrar el ciclo con amargura. Lo mismo podría decirse de su aventura detectivesca, un homenaje a «Diez negritos» de Agatha Christie. Tras un accidente de tren, un grupo de personas se ve recluido en un hotel sin posibilidades de salir por una tormenta de nieve. Un asesino se cierne sobre el grupo, eliminándolos de uno en uno. Pero Anne Holt no es capaz de emular la genial novela de Agatha Christie. Su prosa es titubeante, las descripciones de los personajes confusas y la trama tan poco interesante que la desgana de la autora coincide con la del lector, que se siente tan prisionero como los burgueses de «El ángel exterminador» de Luis Buñuel, pero sin metafísica ni trascendencia alguna, pese a que los que van muriendo son pastores de la Iglesia protestante noruega.