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Crítica de cine

Vampiros con colmillo retorcido

Vampiros con colmillo retorcido
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Uno de los grandes éxitos de 2010 fue el relato de vampiros postapocalíptico de Justin Cronin «El pasaje», cuya continuación, «Los doce», parte como favorito de la nueva temporada. Aunque es una trilogía que se cerrará con «La ciudad de los espejos», todavía en proceso de elaboración, los derechos cinematográficos ya han sido vendidos a Ridley Scott, seguramente para una serie televisiva, tal es la extensión del texto y la enormidad del relato: casi dos mil páginas hasta la fecha. No hay que bucear demasiado en estas dos novelas para ver hasta qué punto beben en «La Apocalipsis» de Stephen King y toman de «The Walking Dead» la iconografía de los cazadores de zombis, transmutados ahora en expedicionarios, guerreros encargados de exterminar a los «virales». Una nueva denominación para estos vampiros creados en un laboratorio militar mediante una sustancia que buscaba erradicar las enfermedades.

Mientras el zombi clásico es un reflejo culpable del terror atómico, los muertos vivientes posmodernos nacen a partir del terror del sida y una profunda crisis moral, metaforizada en la mutación de un virus creado en un laboratorio militar, como en el videojuego de supervivencia «Resident Evil». Si, en «El pasaje», un fallo de seguridad permitía que escaparan de las instalaciones ultrasecretas militares doce monstruos infectados con ese virus letal, desatando el caos y la destrucción de la humanidad, en «Los doce» sus protagonistas viven ya en un mundo arrasado por hordas de vampiros mutantes, cuyos cabecillas son esos doce primeros infectados, dispuestos a instaurar un nuevo orden.

Todo tiene un cierto aire bíblico, de lucha infernal entre una humanidad acorralada y unos demonios tan malvados como Lucifer y los ángeles caídos. El nuevo orden, núcleo central de la novela, rememora de forma trivial la esclavización y exterminio de los judíos por los nazis, y la lucha de los esforzados opositores a este delirio vampírico tiene más de fantasmagoría totalitaria –como «V de vendetta»– que de relato de terror.

El otro polo de la acción, novelado con la parsimonia de quien inventa un costumbrismo postapocalíptico, similar al de «Metro 2033», es una niña con poderes sobrenaturales. El clásico "elegido", un personaje que viene repitiéndose en novelas y videojuegos recientes. El resultado es un melodrama que mezcla el terror con la fantasía, en una agotadora proliferación de subtramas. Hasta el previsible enfrentamiento final está descrito pensando más en los efectos especiales cinematográficos que en redondear con tensión literaria un apoteósico final.