Vivir sin planes
La verdad, se sabe, no puede decirse. O no puede decirse del todo: siempre habrá una parte que permanecerá en silencio, que estará callada entre los pliegues de las palabras, sometida a una constante improvisación. Ésa (a veces endeble, por momentos imaginaria) es la verdad improvisada a la que alude el título de esta primera y excelente breve novela de Carmen C. Cáceres, donde la escritora argentina disecciona la vida en pareja de dos jóvenes unidos por la convivencia y la conveniencia y por una verdad que no puede decirse.
Narrada en primera persona por Clara, una chicha que deja su piso para compartir otro con Bruno en Buenos Aires, la obra sigue los pasos de esta pareja que ha decidido probar suerte juntos y empezar, llenos de ganas y con bastante amor y temor (los pasados de ambos perduran como restos sin brillos) a vivir en un presente constante donde todo, casi todo, está sometido a una improvisación: la división de los gastos, el uso del baño, las salidas, los horarios, etcétera.
Así, durante los primeros meses, la vida y la convivencia entre ambos (él, Bruno, se dedica a la imagen publicitaria y es «freelance»; Clara es veterinaria y tiene un trabajo fijo) sigue los cauces de la normalidad: comparten salidas, borracheras, tienen sexo a menudo y hasta planifican una muestra de fotos de familias en una cocina. Pero cuando una rara enfermedad le deja a él sin habla, ella comprende que la improvisación es un ejercicio perenne y que debe improvisar una forma nueva de comunicación con Bruno que está hecha de palabras escritas y de silencio, de mucho silencio.
Escrita con un pulso narrativo intenso, del que se desprende una voz tan lúcida como cercana, «Una verdad improvisada» es una breve novela que contiene un mundo propio, perfectamente trazado, en el que conviven los primeros amores, los inicios de la edad adulta y, también, una verdad que, aun improvisada, tampoco puede decirse.