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Vuelo rasante

Vuelo rasante
Vuelo rasantelarazon

Creíamos que ya sabíamos bastante sobre la Segunda Guerra Mundial, que no necesitábamos leer más libros, hasta que terminamos el de Ralf Rothman (Schleswig, 1953) con el ánimo sobrecogido. La guerra ya estaba perdida para Alemania, ya estaban los americanos en Kleve y los rusos se encontraban a las puertas de Berlín, pero seguían reclutando a la fuerza a hombres de entre dieciséis y sesenta años. Walter y su amigo Friedrich tienen diecisiete y son enviados al frente de Hungría. No participan en ninguna batalla que no sea la de sobrevivir al hambre, el frío y la mugre. Los numerosos intentos de deserción se resuelven con rapidez ante un pelotón de fusilamiento. A veces los oficiales lanzan granadas a los pies de sus soldados para obligarlos a combatir.

El relato del horror

La crueldad extrema y sin sentido se ejercita en los pocos civiles que quedan en granjas casi abandonadas. Parece que el único orden es el de los aviones rusos en vuelo rasante disparando sus ametralladoras que suenan «como si cosieran cartón». En medio de este caos, Rothman hace florecer dos tristes y hermosas historias, una de amistad y la otra de orfandad: Walter busca la tumba de su padre que también luchaba en el frente, desde que sabe que está muerto le crece la barba más rápido. La relación entre padres e hijos es esencial en la novela. Las humillaciones, los golpes y las balas que sufren los padres afectarán en el futuro a los hijos, le explicó a Friedrich su padre, médico y combatiente de la primera guerra mundial. Walter comprende, cuando su amigo se lo explica, que él dejará en herencia una gran tristeza. Con un magistral y a veces poético dominio del lenguaje, Rothman ha escrito un libro inolvidable que emociona profundamente. Una novela imprescindible que leerían con gusto escritores como Rulfo o Rilke.