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Xavier Velasco, un «niño malo» en «La edad de la punzada»

larazon

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Sostiene que atormentar al narrador es como «meterse con el cocinero: una mala estrategia». Por eso, en «La edad de la punzada», Xavier Velasco teje con palabras una venganza dulce, llena de humor e ironía, contra todos aquellos fantasmas que marcaron su juventud. Entre ellos, el retrato que aparece en la portada del libro, una obra de Enrique Criach, que si en su niñez le había permitido fantasear con la inmortalidad, durante la adolescencia acabó por convertirse en uno de sus peores estigmas: aquel cuadro se empeñaba en perpetuar la imagen angelical de ese niño modoso de familia bien que odiaba ser. Así que se decidió a vivir, al contrario que Dorian Grey, con la obsesión de no parecerse lo más mínimo al Xavier del retrato. «Me daba vergüenza que mis amigos lo viesen en casa. Siempre me preguntaban quién era ese niño bobo y ñoño del cuadro. Viví nada más que para contradecir lo que decía esa pintura», confiesa el autor, que se vio abocado a adoptar el papel de «chico ma- lo» como recurso de supervivencia: «Alguien proponía romper una ventana y tú ya habías tirado la piedra. Querías adelantarte porque al final es fácil atreverse: basta con ser un poco más inconsciente que los demás». La historia, que arranca cuando Velasco es declarado el peor alumno de la historia del colegio, parte de lo autobiográfico para acabar atrapando al lector en ese territorio común que es la adolescencia, donde la indiferencia de Chacal –su primer amor–, las regañinas de Melaordeñas –el apodo de su maestro–, la incomprensión de sus padres y los reproches que escupe el espejo acaban convirtiéndose en recuerdos propios. «Me interesaba que la novela fuera una máquina del tiempo, que nos devolviese a esa revolución hormonal, a esas dudas y miedos, a ese tiempo en el que todo parece faltarnos y no conseguimos ser respetables como quisiéramos». Y es que, llámesele como quiera (edad de la punzada o del pavo), la adolescencia «nos emparenta y vivimos la misma historia aunque no nos demos cuenta», asegura.

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