«Ya me sentía un dinosaurio cuando empecé a escribir»
Presenta «Personas como yo», su nueva obra con tintes autobiográficos
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A John Irving siempre le han interesado los «outsiders», personajes complejos más allá de las convenciones. A veces el conflicto viene por sus creencias, otras por su difícil forma de ser, y en la mayoría de los casos por su sexualidad. En «Personas como yo» (Tusquets, Edicions 62 en catalán) va todavía más allá y se atreve a hablar de la minoría de las minorías. El personaje principal es un narrador bisexual que explicará su educación sentimental. Junto a él, bibliotecarias transexuales, padres ausentes, todos enfrentados a la intolerancia social y a una terrible plaga que se vislumbra en el horizonte, el sida.
–El protagonista dice que se convirtió en escritor por desear hacer el amor con una bibliotecaria. ¿Cuál es su caso?
–Mi caso es más sencillo, son los libros que leí, las novelas decimonónicas de Dickens, Thomas Hardy o Melville. Nada contemporáneo me hubiese inspirado a ser escritor. Al leer vi que era posible ser otras personas. Al principio quería ser actor, pero nunca me daban los papeles que quería. Hice cuatro veces el casting para «Romeo y Julieta» y sólo me dejaban ser el canalla Teobaldo, supongo que por mi aspecto. Sin embargo, al escribir podía ser todos los personajes. Eso es lo que me inspira, pensar qué pasaría si yo fuese otro.
– ¿Su gusto por el siglo XIX es irrenunciable?
– Siempre ha sido mi modelo a seguir. Ya me sentía un dinosaurio cuando empecé a escribir.
–¿Le sorprende que no dejen de preguntarle sobre lo que tienen de autobiográfico sus libros?
–No. Me sorprende más que es algo reciente. Empecé a escribir en los 60 y hasta los 90 nadie me preguntaba si ese personaje era mi madre o no. En «Oración por Owen», nadie me inquiría por mi propia experiencia e ideas sobre Vietnam, algo que me hubiese preguntado al instante. Si ahora voy a un instituto a hacer una lectura es lo que primero que me preguntan.
–En esta novela hay un padre ausente, una madre que es apuntadora, un escritor famoso, todo muy autobiográfico...
– Porque utilizo detalles de mi vida para construir las historias, pero ya está. Mi padre, al que no conocí, era un hombre que tuvo una buena vida, muy normal. Sus otros hijos le querían. Nunca hubiese escrito sobre él, no es tan interesante como el progenitor del narrador. Y la idea del padre ausente es consustancial a la literatura desde Edipo. Mi madre, en lo que se parece a la del protagonista, es en la profesión. Ya está. Ella era más combativa, una activista contra el aborto y por los derechos civiles. Fue mi educadora política mucho antes de que yo supiera la diferencia entre republicanos y demócratas.
–La novela gira alrededor de la tolerancia sexual. ¿Hasta qué punto determina la sexualidad nuestra identidad?
–El narrador afirma que somos lo que deseamos. Si lo que deseas es lo que se espera de ti no hay problema, pero si lo que deseas es a alguien de tu sexo o ser una chica cuando eres un niño, entonces comienza el drama. No digo que la heterosexualidad no tenga inconvenientes, sino que ser gay es diez veces más difícil.
–El sida cambia el tono de la novela, que se vuelve más oscura.
–El libro refleja el drama que significó el sida, que muchos utilizaron para demonizar la homosexualidad. Sin embargo, me interesaba dejar claro que ése no era el único problema. Por ejemplo, el personaje de la bibliotecaria nunca se contagia, pero su destino es igual de cruel. Sí, el sida fue una plaga horrible, pero los problemas de esta comunidad no se acababan ni por asomo ahí.
–¿Cómo vivió aquella época?
–La liberación sexual sólo duró cinco minutos y entonces ocurrió esto. Me parece increíble que Reagan, que fue actor y ha sido el presidente que más homosexuales ha conocido en la historia, nunca hiciese mención a la enfermedad.
–¿Y por qué decidió utilizar Madrid como parte del escenario?
–Por una razón sencilla: necesitaba una ciudad donde pudiese haber un club gay que no fuese moderno, sino más bien de aire clásico. Todos mis amigos homosexuales me dijeron que sólo podía ser Madrid. Pasé una semana en el barrio de Chueca y sí, era lo que necesitaba.
–Su hijo estudia en Barcelona.
– Sí. Cuando empecé la novela, nos dijo que era homosexual, así que pensé que si nadie entendía el libro, al menos él sí lo haría.