Música / Selvático animal

Lichis: “Las redes sociales son un vertedero del pensamiento”

El fundador de La Cabra Mecánica recuerda la prodigiosa carrera de su grupo y su nueva vida artística en solitario

Lichis, un músico con raíces populares
Lichis, un músico con raíces popularesCedida

Lichis, Miguel Ángel Hernando, venía ya de tocar el bajo en varias, muchas, bandas cuando crea a los 27 años la suya propia, La Cabra Mecánica, y revoluciona el panorama musical con una sorprendente y desprejuiciada mezcla de estilos y mucho morro. Ahora, XX años después del último disco del grupo, anda a mil cosas. «Sigo con mi carrera como “Lichis”», cuenta Miguel Ángel, « y continúo con mi trabajo en el estudio de grabación que monté aquí en Madrid, en el que hago producciones para otros artistas, y el año pasado hicimos el 25 aniversario del primer álbum de La Cabra. Y decidimos hacer unos últimos bolos de celebración. Y este año la discográfica había sacado una edición en vinilo de nuestro tercer disco, de “Vestidos de domingo”, y prolongamos un poquito más algunas actuaciones antes de dejarlo ya descansar en paz». Y el público ha respondido, claro, con entusiasmo. Aunque tiene Lichis la sensación de que La Cabra ha sido un grupo con mayor aceptación después de su separación que en el momento de estar en activo. «Yo tengo la sensación de que en su momento fuimos un proyecto muy popular pero que nos costó bastante darlo a entender. Pero ha tenido mayor proyección y demanda después de su separación. Quedó la sensación de que aquello había sido la leche, pero no algo comparado con otros artistas de la época. Y quizá desde que lo dejamos ha ido quedando más en el recuerdo de la gente y en diferentes generaciones. Creo también que la música actual, o ahora más joven, tiene algo que ver, con el tamiz del tiempo, con aquello que hacíamos nosotros: una reivindicación más folclórica que ahora está muy presente en el indie o en la música urban, una manera de expresarse más procaz y descarada. Nosotros hacíamos aquello de mezclar estilos, rap y melodía, y que ahora se lleva mucho».

«En su momento fuimos un proyecto popular, pero nos costó bastante darlo a entender»

¿Quién no recuerda "Felicidad" o "La lista de la compra", con aquella maravillosa María Jiménez? ¿Quién no se arranca a cantarlas en cuanto escucha los primeros acordes y, por alguna razón que no alcanza a comprender, conoce la letra completa y la recuerda? «Lo curioso es que fueron canciones», cuenta, «que tuvieron su espacio en los medios un año y medio después del lanzamiento del disco. Quizá ese disco, “Vestidos de domingo», fue un disco que estaba puesto en cualquier bar al que fueras entonces a tomarte algo. Y creo que fue eso el motor de la difusión de nuestro trabajo. Luego ya entraron los medios y esas fueron las canciones que más se radiaron, pero de una manera muy breve. No son ni las mejores ni las peores que hicimos. La Cabra era una cosa muy ecléctica y muy variada. No creo en eso de que una canción hace a un artista o a un grupo».

Nuevas tecnologías

Reconoce que las nuevas tecnologías han facilitado las cosas pero, al mismo tiempo, han acabado con muchos puestos de trabajo. «Las nuevas tecnologías nos han ayudado, claro, en el trabajo. Como una herramienta más que evoluciona. Ahora muchos artistas han podido convertirse en su propia discográfica, lo que en el fondo nos ha dado más trabajo: antes se repartía en un equipo de cincuenta personas y ahora puedes hacerlo todo tú solo». Pero también ha allanado el terreno para que cualquiera pueda sentirse capaz de ser artista. «Bueno», apunta, «ese ha sido siempre el fundamento de la música popular. La sensación es de que cualquier hijo de vecino podría hacerlo. Pero no todo hijo de vecino lo hace con gracia».

«Antes me escoraban a la izquierda, pero yo ya no sé decirte dónde me sitúo políticamente»

Marca Miguel Ángel un punto de inflexión tras un anuncio publicitario en el que participó el grupo. Incide el artista en que no fue cosa del anunciante, sino más bien de la labor publicitaria, que hizo que él no se sintiese valorado. «Tenían aquella canción, en la línea de lo que nosotros hacíamos, y la cosa era clara: o entrábamos en aquello o el que se forraba sería otro a nuestra costa. Intenté a partir de ahí arreglar la canción, para darle mi toque, meter otra letra, otros arreglos… y cuando salió yo pensaba que serviría para empujar con aquello nuestro disco pero decidieron dar carpetazo. No era una canción por la que yo habría apostado, era evidente, yo me lo tomé como puramente anecdótico. Pero cuando lo puramente anecdótico se convirtió en la principal baza de aquello y a consecuencia de que no funcionara, porque era evidente que no iba a ser así, se me diera carpetazo, eso fue lo que me dolió. Y también coincidió en ese momento que mi cabeza empezaba a pedir otras cosas. Y siempre he ido haciendo cosas y cuando el cuerpo me pedía otra, pues yo me lanzaba. Sin miedo. Es evolución, un paso lógico».

El instinto

No ha querido convertir, desde entonces, su carrera en solitario en la marca blanca de la Cabra Mecánica y es consciente de la suerte de seguir viviendo de la música, pero también de todo el trabajo que hay detrás. «He tenido la suerte y el instinto de ver lo inestable de este oficio, con altos y bajos, y he estado y estoy preparado para cuando vienen mal dadas». Ante las redes sociales, tiene clarísima su postura: «He sufrido y me he asustado, como todos, por reacciones en redes sociales y ahora ya me da igual. No entiendo por qué se le da importancia a ese vertedero del pensamiento. Hagas lo que hagas y pienses lo que pienses siempre vas a encontrar a gente a favor y gente en contra. Eso no es más que una amplificación desmesurada de lo que vas a encontrar en tu día a día. A mí me paso en mi defensa de la custodia compartida, que creo que es un problema que hay que abordar, que me encontré con muchos compañeros que, como yo, escoraban un poco más a la izquierda (aunque yo ahora mismo, políticamente, no sé ya decirte dónde me sitúo), que me hacían unas acusaciones de mucho peso y muy gordas. Fue increíble. Yo creo que le estamos dando demasiada importancia a las redes sociales y, desgraciadamente, se está legislando, haciendo política y conduciéndonos en la vida a partir de las reacciones que se crean en redes sociales. Como si eso fuese la voz de la calle cuando no lo es. Si quieres saber lo que opina la calle, sal a la calle y habla con la gente cara a cara».

LA MECÁNICA DEL MAR

Por Javier Menéndez Flores

La fama como una señora gorda con la que no recuerdas haberte acostado, pero siempre que te levantas está ahí, sentada a los pies de la cama, mirándote. Así, de tan gráfica manera, la inmortalizó García Márquez. Y algo debía de saber al respecto un hombre que se vio obligado a vivir durante más de tres décadas, desde la concesión del Nobel hasta su último día carnal, como una estrella de rock.

«A Lichis se le indigestó la fama como carne podrida»

Hay consenso entre quienes la han probado: estimula altamente la vanidad y oprime el pecho y las sienes de un modo similar a la culpa, dependiendo del día o el momento. Hablo de la fama, claro. A Lichis se le indigestó como una carne podrida. Cayó sobre él con el ánimo asesino de una estalactita afiladísima y necesitó algunos años para restablecerse de aquel letal picotazo. Quizá porque los trajes de domingo son cuerpos extraños. Igual que ese insecto minúsculo que se te cuela en un ojo y te mantiene durante unos minutos eternos en el sinvivir del purgatorio. Es fascinante cómo una luz extraordinariamente potente, que te arranca de las sombras de la vida anónima y agiganta tu estatura, te lanza de pronto al mar con atroz violencia y te pone en la piel de un náufrago. Lichis, músico de talento incontestable, chico listo, catalán crecido en la jungla despiadada que es Madrid, no ha olvidado ni olvidará jamás ese loco viaje. La caída implacable de la estupefaciente gloria al cemento helado de la vuelta a la mortalidad.

«Se sabía millonario por tener en propiedad una guitarra»

Sucede que la mayoría de la gente no se cura nunca de un desahucio de la personalidad, de un secuestro de la autoestima, pero hay tipos y tipas que están forjados con un material sobrehumano. Lichis pertenece a tan selecto club, a esa hermosa camada de sujetos resistentes al impacto de un misil. Y por eso la vida, contra toda lógica, volvió, intensa y sólida y definitiva. Y con ella los sabores, los colores, las texturas de cuando el mundo molaba porque uno se sabía millonario por el solo hecho de tener en propiedad una guitarra y toda la alegría insensata de los treinta años. Y después de varias noches sin dormir y sin apenas comer, y de beber de todo menos agua, una cama en la que desplomarse igual que un edificio desmantelado. Regresó la vida, sí, con su munición de euforia desatada porque vas a dar un concierto en un local pequeño pero infinito, grabar unas canciones que te encrespan la piel, compartir con otros aquello que te ha iluminado a solas, fieramente, durante meses de desvelo y esperanza. Y peor para el que desconozca que T-Bone Walker es una deidad capaz de hervirte la sangre. Y La Nave, en la cabeza con múltiples galerías de Lichis, es como ese bumerán que siempre vuelve. Igual que los olores hondísimos de la infancia. Esos años en los que parecía imposible que un bajo te pudiera llevar tan alto. Pero ahí estaban como modelos a seguir Phil Lynott, Gene Simmons, Lemmy Kilmister, Sting. Y antes que tú, Lichis, Manolo Tena y David Summers, tan disímiles, cruzaron triunfantes esas aguas.

Y el Santo Grial sólo puede estar en el maridaje, del rock a la copla y del pop al blues. Y hay que seguir escribiendo canciones, padeciendo ese calvario que es alumbrar a partir de cero, aunque Serrat ya haya contado y cantado todo lo que llevamos dentro.

«Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos». Ese verso, una encíclica laica, es de Gimferrer, altísimo poeta, y Lichis sabe toda la verdad que esa sola línea contiene. Porque nadó en todos los mares, que son el mismo mar, y porque aún descifra los signos del amor, como todos y cada uno de nosotros. Pues hay ciencias que no terminan nunca de aprenderse, de paladearse, de sufrirse. Bienvenidos al espectáculo de la vida después de la caída del asteroide.