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«Un marino mercante», la novela que Camilo José Cela empezó y no terminó

Después de «Madera de boj», Cela pretendía abordar el tercer volumen de sus memorias, pero entonces falleció
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Después de «Madera de boj», Cela pretendía abordar el tercer volumen de sus memorias, pero entonces falleció. No dejó detrás ninguna novela sin publicar o a medias, ningún manuscrito de una historia esbozada. Lo que sí dejó fue un esquema y un puñado de páginas, donde luce su particular caligrafía, de una obra que imaginó en 1944 y 1945, antes de volcarse de manera definitiva en «La colmena», una obra de actualidad en ese instante.
Es en esos años cuando menciona dos títulos: «Las aguas tranquilas», de la que no queda más que el título, y «Un marino mercante», que Adolfo Sotelo Vázquez ha estudiado y de la que comenta: «De esta obra existe un manuscrito. Son alrededor de doce cuartillas y nada más. Su protagonista, Evaristo Montenegro, tiene una filiación valle-inclanesca con el autor. Hipotéticamente es un antepasado suyo, pero en “La rosa”, el primer volumen de sus memorias, no habla de él, así que imaginamos que es ficticio».
El propio Cela comentó este proyecto en dos diarios. En uno de ellos, explicaba que su «acción transcurre, casi constantemente, en el mar o en su más próxima orilla. En ella, relato las andanzas de mi tío don Evaristo Montenegro de Cela, elegante prosista y capitán mercante retirado, gran tipo familiar que murió precisamente el año en que yo nací». Sotelo Vázquez comenta que este protagonista aparece después en tres cuentos y que uno de ellos podía entenderse como una metáfora de lo que iba a ser la novela.

EL INICIO DE UNA OBRA INCONCLUSA

► Damos a continuación la verídica y edificante historia llamada de «los amores de don evaristo», elegante prosista y capitán mercante retirado, muerto en camisón, -contra todo pronóstico- y cristianamente el día de San Claudio de 1916.
Fue un niño gandúl, mozo tarambana, joven turbulento y enamorador. Jamás llegó a viejo y los noventa y seis años que cumplió no lograron quitarle ni un ápice de juventud, ni una línea de turbulencia, ni un adarme de poder de seducción. Aprendan en él las generaciones venideras.
***
Don Evaristo navegó por todos los mares, pisó todas las tierras, asustó a todas las mujeres y enamoró a siete; su hermana doña Rosita hablaba sin descanso de los siete pecados capitales
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Se hizo eco de todos los vientos -como la encascada vela de su vieja bricbara «Touliña»- y todos los vientos los zarandearon sin compasión; él se dejó llevar y jamás descompuso su figura.
Fue cruel y rogó a una mujer que enamoró, le bordara un vilano volando entre dos corazones. Colocó la seda en una anciana botella de whiskhey, sobre el armonium que navegó todas las tormentas de su camarote, y no volvió a mirarla jamás. Solo un día tocando, entre sentimental y casquivano, una escandalosa polonesa de Chopin, le ocurrió levantar la vista hasta la botella.
Quiso llorar. Hubiera estado tan bien...
***
La crónica que sigue está espigada de su nutrido epistolario; él, como sir Jacob, fue un joven romántico, preocupado en todo instante por legar a los mundos sus azares y vicisitudes. Como si Jacob también -y como Disraeli o el General Diego de León- se pasó los días de su vida haciendo, sin una sola claudicación conocida, oposiciones a la posteridad.
¡Que Dios le haya perdonado!
(Transcripción de Adolfo Sotelo Vázquez y publicada en «Un marino mercante (1944-1945): un proyecto de novela de Camilo José Cela» en Anales de la Literatura Española Contemporánea)