Literatura

Reescriben las obras de Agatha Christie: la última víctima de la censura «woke»

Ahora la estupidez de cancelar autores insignes por lo que una vez crearon, repitámoslo, en uno de los pocos terrenos en que cabe toda la libertad, el de la ficción literaria, le ha tocado a la icónica autora

Agatha Christie
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Antaño, pensar en lo que era un lector «sensible» indicaba que se trataba de alguien apto para apreciar los matices del lenguaje, la belleza de una metáfora, la audacia de una determinada estructura poética o narrativa, o la originalidad del enfoque elegido para llevar a la suprema libertad de la literatura un asunto o tema concretos. Ahora, es otra cosa. En la posmodernidad, el raciocinio y los conocimientos han sido sustituidos por la búsqueda de lo sensitivo, en que no es necesario saber de nada, ni tener criterio, solamente ser un ser humano y tener ganas de opinar de todo y siempre. El despropósito ha llegado a la lectura, como saben los aficionados a Roal Dahl o Ian Fleming. Pero será una cruzada infinita, interminable, pues siempre surgirá quien abandere el hecho de sentirse ofendido por una cosa y otra, en torno a la raza, el género, etc.

Ahora la estupidez de cancelar autores insignes por lo que una vez crearon, repitámoslo, en uno de los pocos terrenos en que cabe toda la libertad, el de la ficción literaria, le ha tocado a Agatha Christie, como ha informado la prensa británica. De modo que «los misterios de Poirot y Miss Marple tienen pasajes editados por lectores sensibles para las últimas ediciones de HarperCollins». Así, de repente, las palabras que hoy se consideran ultrajantes y que ayer eran correctas, y quién sabe mañana, han sido eliminadas, junto con lo que hoy se estima como insultante, más las referencias a la etnia de algunos personajes. Se trata de una serie de libros escritos entre 1920 y 1976. Ya no será posible ver en las novelas de Christie alguien que sea descrito como un negro, un judío o un gitano, o cosas que tengan que ver con el pecho femenino, o incluso el término «oriental», pero tampoco ya se considera decente decir «nativo», por lo que es preferible reemplazarlo por «local».

El lector del siglo XXI que se acerca a la narrativa de Christie ya no será, por tanto, el mismo que en su día tuvo entre sus manos un ejemplar de la obra de 1937, mil y una veces editada y traducida, «Muerte en el Nilo», protagonizada por Poirot, donde se hace un comentario negativo de unos niños. Asimismo, la historia de Marple de 1964 «Misterio en el Caribe» ya no tendrá una reflexión sobre un trabajador y sus dientes blancos, quién sabe por qué retorcida manera de verlo. Y por supuesto, ya nadie será «gordo» o «feo», ni será posible aludir a la nariz grande de algunos personajes por poder ser algo susceptible de antisemitismo.

Uno se pregunta, entonces, qué será de la andadura de Sophie Hannah, que tuvo el permiso de los albaceas del legado de Christie –su nieto, que comanda la Agatha Christie Limited– para escribir varios libros del detective belga más refinado y perspicaz. Hércules Poirot, un exoficial de la policía belga que ha encontrado acomodo en Inglaterra, después de que las tropas alemanas invadieran su país, y que siempre alude a «la materia gris» para reflexionar sobre los crímenes que tiene que resolver, tendrá que pensárselo dos veces cuando diga cualquier cosa en un diálogo. Porque, de continuo, tendrá la latente amenaza de que los nuevos vigilantes de la moral literaria le hagan callar dentro de las hojas de un libro.