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Entrevista

Aixa de la Cruz: «He leído la Biblia para escribir esta novela: es un manual de guerrilla»

En «Todo empieza en la sangre» la ya consagrada autora bilbaína cuenta una historia radical de amor y de fe

La novelista bilbaína Aixa de la Cruz
La novelista bilbaína Aixa de la CruzGuillem Sartorio

Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) sorprendió hace más de un lustro con una novela autobiográfica escrita a tumba abierta: «Cambiar de idea» (Caballo de Troya, 2019). Se confirmó con «Las herederas» (Alfaguara, 2022), y, ahora, en su punto óptimo de madurez, regresa a las estanterías con «Todo empieza en la sangre» (Alfaguara), una historia radical sobre la búsqueda del amor y sobre la fe escrita con el tintero que atesora en sus venas.

¿Es cierto que has leído la Biblia para escribir esta novela?

Sí. Telita... Yo empecé a escribir la novela con una sinopsis muy breve de lo que quería contar: una mujer que está obsesionada con encontrar en el amor romántico lo que la va a completar, hasta se da cuenta que nada es suficiente y eso la lleva por el camino de lo divino. Entonces, pensé «¿dónde la meto cuando encuentre a Dios?», y lo primero que se me vino a la cabeza es hacer que se fuese a El Tíbet. Pero entonces pensé que por proximidad geográfica era una especie de obligación que mi protagonista se hiciera católica. Y, claro, yo vengo de una familia de ateos y no he tenido ningún contacto con la religión, por lo que decidí empezar desde cero. He tenido el privilegio de acercarme a lo que es consabido con ojos nuevos, con una ingenuidad que ha sido muy hermosa. Te acercas a los evangelios y dices «ostras, esto con una mirada contemporánea, intencionada, es un puto libro de guerrilla».

Para los aprensivos y para los poetas la sangre no tiene buena fama: ¿tratas aquí de resignificarla, de ligarla con la vida?

Puede ser. De hecho, en la Biblia está súper presente la sangre, que es la vida: de hecho, es como una de sus simbologías más primitivas asociarla con la vida. Pero, claro, yo soy mujer y menstrúo todos los meses: igual nosotras tenemos una relación con la sangre diferente. Y luego a mí me ha servido en un principio para unir lo profano y lo sagrado: como la sangre menstrual y la sangre de Cristo. También estaba este elemento del pacto de sangre, que es otro de los temas que me obsesionaron mucho cuando empecé a escribir la novela, porque existe en culturas ancestrales esta posibilidad como de un matrimonio entre personas que no quieren una relación romántica: «Ahora somos consanguíneos, familia, sin que haya mediado la consanguineidad pura ni el matrimonio».

¿Cuestionas el matrimonio?

Es necesario empezar a cuestionar un poquito las jerarquías: por qué asumimos siempre que la pareja sexual está por encima de las amigas, que la familia está por encima de las amigas. Y, claro, con el pacto de sangre es muy bonito porque si a través de él cualquiera amiga puede ser familia, entonces ya la sangre no importa. Eso nos permite ampliar el núcleo familiar hasta que se convierta en un trasunto de la colectividad real.

Violeta, la protagonista, no se reconoce bisexual: ¿es un alegato contra estas etiquetas?

No es un alegato contra nada; es un intento de reflexionar, y además desde el humor, sobre la complejidad inherente a todo el asunto. Yo soy bisexual, por ejemplo, y sí que es verdad que durante épocas de mi vida me costaba reconocerlo porque tenía como mucha disforia interiorizada... Vale, en términos de activismo encarno la «B», pero estamos hablando de cosas que por un lado son lucha política, y por el otro algo absolutamente privado. ¿Qué derecho tenemos a imponer una lectura de las prácticas de alguien desde fuera cuando hablamos de identidades? A mí me genera como una situación de complejidad tan rica e interesante, que sin querer hacer un manifiesto de nada sí quería reflejar estas complejidades que sí que forman parte de la bisexualidad.

Hablando de lo complejo, de la responsabilidad, ¿cómo llevas escribir con la presión de los éxitos precedentes y los lectores que te esperan?

Tengo como siempre la sensación de si me va a leer alguien: yo no me creo nada, y pienso que es bueno, porque si no quizá me coartaría si lo tuviera en mente. Para mí cada nuevo proyecto es un nuevo ciclo de vida y me lo tomo desde ahí: escribo para cerrar este capítulo de mi vida: sobre algo que me ha perseguido, sobre algo que me va a permitir encontrar respuestas a las grandes preguntas que tengo en ese momento de mi vida... Y cuando termino la novela, de hecho, tengo la sensación como de pudor si alguien dice algo bonito del libro, porque tampoco tengo la sensación de que fuese del todo mío. Es un proceso de separación muy grande.

Por último: ¿cuánto hay aquí de «Cumbres borrascosas»?

Jo. Muchísimo. Siempre quise escribir una novela romántica que fuese una especie de respuesta a este libro, que me ha perseguido desde que soy niña. Me interesa porque te haces mayor, vuelves al texto de la infancia y te sorprenden ciertas cosas, otras cosas.