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Entrevista
Andrés Barba: «Los dilemas de nuestra conciencia política provienen de una brutal falta de imaginación»
Refleja desde la ficción la velocidad de progreso y decadencia de los movimientos políticos de la última década

Andrés Barba es una reflexión con patas. Es observador de lo cotidiano y crítico con lo irrepetible. Madrileño de cuna, ya ha superado la década viviendo en Argentina, y «hay un momento en el que se desactiva el pensamiento primermundista europeo», asegura. Vuelve para presentar «Auge y caída del conejo Bam» (Anagrama). Una fábula que agita e incomoda, que desconcierta y engancha. Que reflexiona sobre esa eterna preocupación –o fortaleza– de todo habitante de este mundo –y de todo emigrante–: la identidad.
Es una novela sobre conejos. ¿Cómo surge?
De un contexto político post pandemia, donde confluyen nuestros demonios contemporáneos: el populismo, la posverdad, las identidades fluidas, la Inteligencia Artificial... genera la necesidad de hacer un relato político, a la manera que lo hizo Orwell con «Rebelión en la granja». He creado una estructura narrativa donde se pudiera pensar sobre estas cosas de una manera no sentimental, más distante. Y hacer que los personajes fueran conejos lo facilitaba. Es como el cómic de Spiegelman, «Maus», donde al utilizar gatos y ratones en vez de judíos y alemanes consigue pensar algo que no podría en un lugar humano.
"Pensar en los países como en empresas es lo más pernicioso que puede ocurrirle a la política"
Liberarse de ese factor, ¿le da mayor libertad como escritor?
Sí. Por un lado posibilita hacer una narración no ideologizada, no tendenciosa, lejos de esa dialéctica bipolar del nosotros y ellos.
El protagonista es Bam, un conejo irrepetible, con impacto. ¿Qué representa?
Nace desde la necesidad de pensar sobre cómo nacen los líderes, en un mundo en que tienen tanta importancia. Tuve la suerte de traducir las memorias de Obama, y era fascinante ver cómo hablaba de cuando se postuló como candidato a la presidencia. Él no sabía si asumir su condición de candidato negro como una cualidad de su programa o no. Lo interesante es que con la culminación de ese discurso, cuando se convierte en presidente de EE UU, su negritud desaparece como condición esencial de su persona. La condición del líder en un punto es esencialmente anónima, se convierte en un catalizador.
¿No responde el líder más a un nombre que a una idea?
Aparentemente sí, pero son como ninots, como muñecos vacíos. Uno puede decir que Trump es una persona con rasgos particulares, pero en realidad es un agujero rellenado por lo que proyectamos en él.
Aún desde la ficción, ¿retrata en la novela la realidad política?
La velocidad a la que transcurre la trama, que pasa de ser un nacimiento de las instituciones hasta un totalitarismo y su decadencia total y absoluta, refleja la velocidad en que hemos visto progresar y entrar en decadencia ciertos movimientos políticos en la última década. Esa forma de pensar los países como si fueran empresas es lo más pernicioso que puede ocurrirle a la política.

¿Y la sociedad es el cliente?
Los dilemas de nuestra conciencia política provienen de una brutal falta de imaginación. En este contexto cada vez más bombardeado de imágenes y mini identidades, hemos perdido una capacidad muy relacionada con la empatía. Que los discursos del odio político estén tan blindados está fundamentado en que la gente es incapaz de imaginar más allá de su propio espacio doméstico. El mundo europeo está enfermo de gravedad. Tiene ese discurso fatalista y malcriado, del niño cubierto de privilegios, que le hace incapaz de imaginar una realidad que no tiene.
Algo contradictorio en una era interconectada.
La habilidad de trasladarse no está correspondida por una habilidad para ponerse en la piel del otro. La mayoría de turistas que asolan Madrid viven en un mundo encapsulado. Su conexión con la cultura local es cero, y no habrá ni una sola experiencia que ponga en compromiso sus prejuicios previos. Porque no hay diálogo real. La turistificación consiste en exacerbar nuestros prejuicios, porque comerciamos con nuestra identidad.
¿Eso a qué nos lleva?
Cuanto más definimos agresivamente cuál es nuestra identidad, más inseguros estamos de ella. Alguien que grita «libertad» todo el tiempo es alguien convencido de que no la tiene.
¿Mejor dejar los sentimientos aparte?
Toda activación del pensamiento emotivo conlleva la desactivación de lo crítico. La estrategia natural del populista es activar lo visceral. Hubo un momento fundacional del mundo actual, que fue la rueda de prensa posterior a la toma de cargo de Trump. Empezó a llover, y la gente empezó a sacar sus paraguas. Y él dijo: «No está lloviendo». Y los cerraron. La desconexión no sólo es a un nivel discursivo, sino también físico. Es nuevo que asumamos las mentiras de los políticos como una realidad.
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