Javier Sádaba: «Soy muy crítico con la izquierda de hoy: tiene mucho de farsa»
El pensador vasco revive episodios particulares y públicos desde la Transición hasta hoy en «Al final del viaje» (Almuzara)


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Atendiendo al título, al contenido y a la edad del autor parece que este es su último libro; pero uno tiene una sensación muy diferente tras charlar con el filósofo Javier Sádaba (Portugalete, 1940), quien reboza lozanía en su aspecto fibroso, en su pensamiento rebelde y en su verbo ágil. De lo que más le gusta charlar al autor de «Al fin del viaje» es de fútbol y, concretamente, de su Athletic de Bilbao. Al entrevistador también, aunque su equipo sea otro, por lo que nos pasamos media entrevista dialogando sobre la planta del «Chopo» Iríbar, de los sistemas modernos donde no tiene cabida el líbero, o de aquella eliminatoria copera de hace un lustro donde los leones apearon al Granada de la final en los últimos minutos. Precisamente, Sádaba, en su etapa como futbolista aficionado, jugaba en la demarcación de Beckenbauer. Una posición, la del líbero, desde la que se ha movido siempre en el campo de la filosofía y en el de la política. Libertario y a la contra. Singular y versátil.
¿Es su último libro?
No en sentido estricto. He vivido mucho, he estado en todas las salsas: me convenía pararme y escribir este legado para que quedara. Sigo escribiendo, pero no sé si publicaré más. Lo dejo en el aire.
¿Qué le pasa con la Transición?
Sigo siendo crítico con la Transición porque no he dimitido de mis principios. Yo no quito la buena voluntad de mucha gente, y que algunos logros se hicieron. Pero creo que no habían de quitarnos la voz a aquellos que fuimos muy críticos y pensábamos que iba a acabar en una suerte de neofranquismo. Me molestaba mucho que todos aquellos franquistas de la noche a la mañana se hicieron demócratas. Se hizo una democracia sin demócratas. Ahora, tiempo después, mucha gente me da la razón.
De su formación religiosa, católica, ¿qué poso le queda?, ¿mantiene algo de fe?
Ha sido muy importante para mí, he estado mucho tiempo en el catolicismo, con los jesuitas. Yo casi sería papable (bromea). Me ha configurado. Me sigue pareciendo que el conocimiento de la religión es fundamental para entender al ser humano. Creo que he sido el introductor de la filosofía de la religión en España: estudiar la religión desde un punto de vista neutral. No soy creyente religioso. Tampoco soy ateo. Soy agnóstico: no sé nada, pero estoy abierto a todo.
Pero sus valores son católicos.
No me cabe duda que mi visión de la ética está teñida por valores del judeocristianismo, del catolicismo. Algunas virtudes éticas las he aprendido allí: la valentía, el compromiso, el compartir. Siendo crítico con la Iglesia y defensor del laicismo, he de decir que mis mejores amigos han sido sacerdotes.
Es partidario de la autodeterminación del País Vasco.
Estoy a favor de la autodeterminación, pero absolutamente en contra de la violencia. ¿Qué autodeterminación digo yo?: que se le pregunte si el pueblo en su mayoría quiere. Una autodeterminación hecha con diálogo previo, democráticamente. No soy independentista, quiero que me pregunten. Luego votaría lo que me pareciese mejor. Pero tal y como está la cosa de polarizada cada vez creo más que la independencia no es una buena idea.
Es crítico con los filósofos contemporáneos.
Están lejos de lo que yo pienso, no me interesan demasiado. Además, les falta compromiso político: esta gente no se moja ni una uña: están con lo que diga el sistema, el poder en cada momento.
Admira a José Bergamín, que acabó abrazando la causa abertzale.
De Bergamín me interesan muchísimo sus aforismos, que son geniales: «Con los comunistas hasta la muerte, después no», recuerdo. Era creyente, católico. En la República era lo mejor de la raza de intelectuales. Era tan español que tiene un libro de tauromaquia. Dijo una frase que yo le entiendo muy bien: «Mi mundo no es de este reino». Él quería huir de eso, de la España impregnada del humus franquista.
Habla de la derecha «dura», en la que sitúa a sus colegas Fernando Savater y Gabriel Albiac.
De Savater fui muy amigo, luego tuvimos grandes disputas: yo tiraba por una reivindicación izquierdista, extraparlamentaria, y él era muy del sistema. Le estimo intelectualmente: escribe bien y ha sido muy valiente. Respecto a Gabriel Albiac, pasó de un izquierdismo duro a un derechismo igual de duro. A Albiac le tengo un cariño especial, pero de política podemos hablar poco; aunque últimamente estaremos más cerca dado que yo soy muy crítico con esta izquierda que hay, que tiene mucho de farsa. Con esta izquierda no vamos muy lejos.
Con la edad dice haberse radicalizado, pero no hacia el conservadurismo, como es habitual.
Este hábito más que tendencia es un hecho. Una ley natural: se va haciendo viejo, ve que la vida es mucho más compleja... Yo me he hecho viejo, pero sigo sin dimitir de ciertos principios. Me he quedado muy sólo para bien o para mal. Sigo estando contra el Estado tal y como está. Soy libertario, no libertariano.
Le echaron de la universidad y de los periódicos.
Para el poder he sido un díscolo. La disidencia no se premia, más bien se machaca. Al final quedas en un terreno en el que tienes que estar con unos u otros. Yo soy disidente. No me pongo una medalla por ello, pero estoy contento.
¿Se siente español?
Me cuesta. Tengo una identidad partida. También me siento vasco y quiero que me pregunten.