Libros

José María Zavala: “El Padre Pío español es un héroe de carne y hueso”

El cineasta y escritor publica “El Padre Pío español”, su nuevo libro para asombro de una sociedad desesperanzada

José María Zavala
José María ZavalaLa Razón

Tras el éxito de “Los últimos tiempos ya están aquí”, José María Zavala regresa ahora a las librerías con “El Padre Pío español”, llamado a convertirse en otro gran “best seller” donde esta vez nos descubre a un personaje fascinante, escondido hasta ahora en los pasadizos secretos de la Historia.

¿Quién es el Padre Pío español?

Un héroe de carne y hueso. El paradigma de cómo la realidad supera con creces a la ficción y no hace falta inventarse héroes de Marvel. Un fraile franciscano que podía estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, levitar, leer los corazones de la gente o multiplicar los alimentos. En este sentido, guarda muchas semejanzas con el Padre Pío, el capuchino italiano canonizado por Juan Pablo II en 2002.

¿Cómo es posible hacer todo eso?

Hablamos de otra dimensión, lo sé. Al fin he podido localizar el proceso de canonización del monje de Montalbán, en paradero desconocido desde la invasión napoleónica nada menos, donde existen centenares de testigos que dan fe de sus proezas bajo juramento.

Concrete algunas de esas hazañas…

¿Le parece normal devolver la vida a tres personas?

¿Resucitarlas dice?

Como Jesucristo en el Evangelio. Le contaré el caso del sevillano José Cano Villavicencio, cuyo hijo en quien él había depositado todas sus esperanzas para la sucesión de su noble familia, falleció sin que los médicos pudiesen salvarle. El monje de Montalbán había vaticinado a los padres que aquel hijo se encargaría algún día del negocio familiar. Al inmenso dolor del padre, se sumó así la tremenda indignación con el fraile que había faltado a su palabra. De modo que hizo llamar a éste para exigirle encarecidamente que cumpliese su profecía y devolviese la vida al hijo que llevaba ya tres horas muerto. “El niño no está muerto”, aseguró el monje. Acto seguido, se encaminó hacia el depósito donde yacía el cadáver y, una vez allí, le despojó del lienzo que cubría su rostro. Fue entonces cuando todos los presentes pudieron observar, admirados, cómo el niño recobraba la vida como el mismo Lázaro.

¿Y eso de multiplicar alimentos?

En su convento no faltó el aceite ni el vino, por más que en cierta ocasión el padre guardián, fray Antonio Carvajal, comprobase que las tinajas estaban completamente vacías el mismo día en que se disponía a festejar a varios bienhechores de la orden. Pero allí estaba él para multiplicar el aceite y el vino sin pestañear, de modo que enseguida las tinajas estuvieron llenas a rebosar, de lo cual dan fe varios testigos.

¿Dice usted que él podía estar en dos lugares al mismo tiempo?

Solía visitar a los presos en la cárcel de Sevilla para llevarles el consuelo espiritual. Hasta que un día las autoridades se hartaron de ver allí al dichoso fraile y se quejaron al superior del convento, quien le prohibió regresar a la prisión. Pero al día siguiente volvieron a verle allí. El superior se enfadó mucho ante su desobediencia, pero tuvo que morderse la lengua cuando el hermano portero le aseguró que el monje de Montalbán llevaba ya varios días sin salir del convento.

Y leía finalmente el alma de las personas…

Le referiré sólo uno de los centenares de casos. La sevillana Josefa Narváez era víctima de las calumnias e injurias de un señor que mancillaba así su buen nombre y el de su familia ante los vecinos. Cierto día, el monje de Montalbán fue a pedir limosna a la mujer y pudo leer su alma pesarosa y melancólica, apresurándose a consolarla sin que ella despegase los labios: “Hermana, no te aflijas. Pronto saldrás de tu angustia y volverás a gozar de estimación”, le prometió.

A la mañana siguiente, cuando Josefa se disponía a franquear las puertas del convento, un hombre se interpuso en su camino y la detuvo para implorarle su perdón por el falso testimonio levantado contra ella. Poco antes, su confesor le había negado la absolución hasta que no se disculpase de corazón y restituyese luego el honor arrebatado a ella y su familia. La mujer le perdonó de mil amores y rezó a Dios por su alma. Nada más hacerlo, apareció el fraile y le dijo: “Dios te lo pague, hermana, que con tanta caridad has velado por el alma de ese pobre hombre”.

De regreso en casa, Josefa recibió la visita de un sacerdote para comunicarle que el hombre a quien había perdonado todas sus maledicencias acababa de fallecer. Y añadió que su honor había sido ya restituido ante las personas que hasta entonces la menospreciaban, como consecuencia de las calumnias, dado que el difunto había dejado escrita una completa retractación.