Literatura

«El rey de amarillo», el libro de relatos que induce a la locura

De este libro de Robert Chambers, contemporáneo de Lovecraft, se dijo que tenía tal efecto en los lectores que les empujaba a la desesperación

Portada de una edición en inglés del libro de Robert Chambers
Portada de una edición en inglés del libro de Robert ChambersLa Raz

Quizá estemos hablando de la era dorada de la narrativa de terror y de fantasía. Ese momento del tiempo y las costumbres en el que la modernidad no es una realidad, pero puede soñarse libremente, y las viejas costumbres se desvanecen pero atan como pesadas cadenas de hierro. Hablamos del final del siglo XIX y comienzos del XX y preferentemente de una cultura, la anglosajona, íntimamente ligada a la represión psicológica y a la falta de comunicación. En ese caldo de cultivo surgirían a ambos lados del Atlántico genios como Arthur Conan Doyle o H. P Lovecraft, con muy diferentes grados de éxito comercial. Mientras que el primero se convirtió en una auténtica estrella de su tiempo, el segundo fue un desconocido en el suyo, igual que le sucedió a Robert Chambers, quien en 1895 publicó «El rey de amarillo», un libro de terror sobrenatural del que Lovecraft tomaría elementos para famoso universo, el «Necronomicón».

De Chambers puede decirse que fue uno de los padres del terror moderno por esa mágica combinación entre sociedad victoriana y sepulcral y al mismo tiempo suficientemente cultivada para creer en la ciencia y sus desvaríos o los universos lejanos. También en el potencial del hombre para arruinar lo que debería ser progreso. Esas ideas, sumadas a los descubrimientos psicológicos que se realizan, no por casualidad, al tiempo que avanza la novela de terror, darán forma a una mezcla de componentes que Chambers plasma con maestría. De sus ideas será deudor Lovecraft, aunque hay que reconocerle al segundo una mayor modernidad en el estilo literario.

«Fascinante y repugnante»

Y es que el autor de «El rey amarillo» era un hombre peculiar. Mientras que Lovecraft suspiraba por el reconocimiento literario, Chambers se burlaba de la palabra literatura: «Me pone enfermo», dijo. Nació en Brooklyn (1865 -1933) precisamente el lugar donde Lovecraft jamás pudo adaptarse. Se trasladó a París y, a su regreso, se plasmó en relatos su intuición del mal alejado del arquetipo gótico íntimamente ligado a la religión. Cuentos donde se respira una atmósfera pesadillesca, alucinatoria y onírica. Sus relatos, macabros y terroríficos, invocan «un mundo de caos y perdición, fascinante y repugnante al tiempo, que nos recuerda algunas obras de Meyrink e incluso del propio Kafka», como recuerda Valdemar, su editorial en español, que lanzó en 2019 una edición de este libro. Los cuentos de «El rey de amarillo» mencionan la existencia de una obra teatral tan terrible que induce a la locura a todo el que la lee. Y de esa circunstancia se fue creando el mito de que el libro de Chambers era también peligroso, no en vano, hablaba de paranoia, ladrones de almas y hechos sobrenaturales que se cernían sobe los hombres. Publicó multitud de relatos y siguió burlándose de la literatura, dedicándose a ella por pasar el rato. Obsesionado con coleccionar objetos y con plantar árboles (dicen que llegó a sembrar 20.000 en sus propiedades), Lovecraft lamentó que, al final de su vida, se convirtiera en un «titán caído» que escribía folletines.