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¿Cuántas vidas tuvo en realidad Pitágoras?

Un libro nos acerca a los misterios del filósofo, que fue mucho más que eso: ¿mago, chamán, advino, líder de una secta?

Pitágoras, en un lienzo de José de Ribera
Pitágoras, en un lienzo de José de RiberaMuseo de Bellas Artes de Valencia

Homero, Parménides, Platón, Julio César, Jesús de Nazaret, Constantino y un largo etcétera comparten una condición particular: su biografía se expande en el universo del mito y la leyenda. Lo que con certeza podemos conocer de su vida es ínfimo en comparación con el enorme monumento que se erigió sobre la exigua información de su biografía. Pitágoras comparte la misma condición y su vida y obra, si la hubo, exigen del estudioso que afronte la exquisita labor de crítica que separe el trigo de la paja, el mito de la historia, el hombre histórico, en definitiva, de su posterior leyenda. La materia frente a la leyenda.

Mago, chamán, ¿matemático?, adivino, hombre divino, aeronauta sobre flecha dorada, líder de una secta religiosa que haría historia y, por último y muchas veces olvidado. Un político de su tiempo, Pitágoras fue un hombre de muchas caras, o de una sola en su origen, la de un maestro del alma y de su inmortalidad, no de las matemáticas como con posterioridad se creyó. Alrededor de ella se tejieron innumerables anécdotas e historias que conformaron inmediatamente tras su muerte la imagen del más misterioso de los filósofos presocráticos y, ya en la Antigüedad Tardía, el remedo de un santo filósofo.

El verdadero hombre

Ha sido la labor del profesor, filólogo e historiador David Hernández de la Fuente («Vidas de Pitágoras», Atalanta) la de hallar el hilo de oro de Ariadna que nos saque del laberinto del Minotauro en que consisten las vidas de Pitágoras, y, al hallar la salida, ofrecernos quién fue el verdadero hombre de Samos que abandonó su patria para viajar por el misterioso Oriente (Egipto, Persia) y recalar en el sur de Italia, en Crotona concretamente, allí donde su persona alcanzaría el estatus de leyenda ya para sus propios contemporáneos, y la muerte, según parece, a menos de la multitud.

Esta leyenda se fundamenta, nos enseña el autor, en el estrecho contacto que el Pitágoras histórico, aquel sabio de la ultratumba y el contacto con lo trascendente, mantuvo con la esfera de lo divino. Por tanto, para comprender la verdadera dimensión del sabio de Samos y fundador de la secta que llevaría su nombre e influiría en la historia de Occidente en una medida que a veces cuesta calibrar, era necesario un estudio comprensivo de la religión griega y de ese fenómeno tan particular de la Antigüedad que fueron los hombres divinos.

Así, las vidas de Pitágoras, que por vez primera se recogen traducidas al castellano, pero que fueron escritas siglos después de la muerte del samio por autoridades conocidas como Diodoro de Sicilia o Diógenes Laercio, pero también por neoplatónicos como Jámblico, o Focio de Constantinopla, son otras tantas facetas de la religiosidad griega y, con ello, del fundamento, más que de la racionalidad occidental, como señala Hernández de la Fuente, de su profunda religiosidad, semillero de ideas del que germinarían las imágenes que se nos han transmitido de los filósofos presocráticos, pero también del filósofo Platón, por ejemplo, que como Pitágoras vive en la leyenda y el mito; o del santón pagano Apolonio de Tiana siglos después y, también, no debemos olvidarlo, de Jesús de Nazaret. Esta nueva edición, la cuarta ya, añade una selección de textos críticos y burlescos sobre Pitágoras y su movimiento, el pitagorismo, que testimonian la fecundidad del espíritu griego para reírse de todo, de todos y, especialmente, de quienes se tomasen demasiado en serio aquello que creían. Son estos testimonios el perfecto contrapunto al testimonio más biográfico de Diógenes Laercio o casi hagiográfico de Jámblico. Por lo demás, la traducción es exquisita y como el texto introductorio, doscientas páginas de excelente ejercicio de filología e historia de las ideas, aparece escrita en un excelente y claro castellano. Léanlo, lo aprovecharán.