Libros
Gustavo Rodríguez:así es como un escritor se despide de su madre
El escritor peruano traza en «Mamita» un regalo literario para que sea «el último libro que leerá mi madre»
La premisa de la novela, como lo cuenta Gustavo Rodríguez, no puede ser más clara: “Es cómo hace un escritor para regalarle a su madre el último libro que va a leer. Y eso fue lo que hice: una vez que tuve el manuscrito bien editado por mí, lo imprimí en letras grandes y lo convertí en un librito y se lo entregué. Para mi inmensa alegría, le gustó mucho”, dice el escritor, ganador del Premio Alfaguara en 2023 por “Cien cuyes”, para explicar cómo existió en primer lugar, antes de llegar a las manos de sus lectores, su nueva novela, “Mamita”. Se trata de una historia sobre, a su vez, un linaje familiar y un antepasado misterioso pero magnético, el abuelo del escritor, de quien se cuentan unas historias increíbles y que tiene un lugar en el anverso de las monedas de Perú, pero de quien poco se sabe que no sean leyendas.
En su anterior novela, Rodríguez abordaba la muerte de frente pero en esta todavía se acerca un paso más para verle el rostro, el de su propia madre. “Creo que ambas novelas parten de un germen común, que es la preocupación de cómo mi generación avanza por la faja transportadora y se debe ir despidiendo de la generación precedente. Aunque si quieres que sea más honesto, tiene que ver con que hace tiempo que me estoy despidiendo de mi madre de alguna forma. La anterior era una manera de hacerlo y esta es más evidente", dice en la sede de su editorial madrileña. Pero aún podemos seguir el rastro más allá. “Creo que este libro forma un díptico con otra historia anterior, ‘’30 kilómetros a la medianoche’’, en la que establecía mi preocupación por mis hijas. Creo que, sin darme cuenta, lo que he estado haciendo es un homenaje a las mujeres de mi familia desde tiempos anteriores a que naciera, y que es un homenaje al verdadero motor de la sociedad, que es la mujer”. El escritor limeño ha conducido un pódcast de éxito titulado “Machista con hijas”. ¿Ha encontrado ya la redención? “Yo digo que soy machista en constante redención porque no me siento cómodo con la figura de ser un feminista, porque es una etiqueta que nos queda muy grande a los hombres. Crecí en un entorno machista, en una ciudad machista y conservadora en un entorno de solo hombres y siempre la voy a cagar. Sé que es imposible que esto que he mamado desde pequeño no me acompañe siempre, pero lo interesante es estar atento y ser consciente. Y con eso ya tienes un gran avance”. Para el machismo tenemos difícil remedio, pero ¿se puede uno preparar para la muerte de los demás? “Creo que sí. Hay maneras de hacer que los duelos no sean innecesariamente crueles. La manera más sana, creo yo, es naturalizar la muerte y hablar de ella desde pequeñitos, eso sí. Pero en mi caso no se hablaba de eso y he tenido que ir haciendo una inmersión necesarísima a través de la literatura. Creo que escribir tanto sobre la muerte y hacerlo desde una perspectiva plácida, sí me ayuda a prepararme para las muertes que vendrán”.
La tragicomedia de llamarse Hitler
Una de sus preocupaciones es el tono. El tema de la novela, sensible y al mismo tiempo trascendente, ofrecía riesgos. “Una de las cosas a las que más temor le tengo como escritor es caer en lo cursi. Mi literatura es, en realidad, la de los afectos y probablemente use el humor como antídoto para no caer en la cursilería. Creo que el humor me salva de eso”. Por ejemplo, incluyendo un personaje humilde que se llama Hitler Muñante. "Ese es un indicador enorme de desigualdad, porque hay una generación anterior a la mía y la mía propia que creció siendo analfabeta o analfabeta funcional –explica Rodríguez-. Solo así te explicas que un padre ponga a su hijo Hitler. Yo conocí a uno y me explicó que su padre había estado limpiando casas, y vio un libro, que podía ser una biografía o algo así, y le pareció prestigioso. Así de sencillo”. Podría haber sido Séneca, pero fue Hitler. Esa es la tragicomedia. "Esa es la vida”, consiente el autor.
Hay, como prometíamos al comienzo, un peso mítico de la familia en la historia, un gran patriarca, tan poderoso que su palacio sale en el dinero de su país. "Las primeras historias que poblaron mi cabeza fueron orales y me las contaba mi abuela. Trataban sobre este hombre mítico no solo porque ya estaba muerto, no solo porque había sido poderosísimo, sino porque mi madre no lo conoció”. Así que antes de regalarle este libro, Gustavo Rodríguez intentó regalarle otro hace diez años: la historia de su abuelo. "Si hubiera sido panadero le haría pan, pero siendo escritor, pensé debía entregarle una historia relacionada con este personaje, ya que hay un vacío que ella ha llenado con sus fantasías. Y me parecía un gesto entregarle literariamente a su padre de regalo. Pero en aquel momento la novela no me funcionó, porque me salió muy histórica y ahora sé que ese no es mi registro. Mi registro es más la épica doméstica, los afectos”. Pero, de forma natural e imprevista, una década después, encontró el tono hablando de su madre y de las mujeres de su familia para contar la historia de su abuelo. "Porque a su historia mitificada podía ponerle como contrapeso la historia de las mujeres que me contaron de él. Así es como sale el equilibrio".
La realidad de Perú
De fondo en la novela, sin entrar en profundidades, aparece el Perú. "El mundo está bamboleándose hacia una vertiente autoritaria y Perú no escapa de eso. Y se da, adicionalmente, el hecho de que hay una subversión de la política. El congreso ahora, frente a una presidenta que se encontró con el poder por pura suerte, ya no tiene ninguna máscara para ocultar que muchos de sus integrantes obedecen a mafias ligadas al narcotráfico, a la minería ilegal, a la tala. Y eso hace que pasemos un momento muy complicado. Los filibusteros ya no tienen ningún pudor en cambiar las leyes para que sigan impunes los sistemas criminales en el país”. "Las últimas leyes que el Congreso peruano ha aprobado benefician la tala ilegal, a la minería ilegal... hay demasiado dinero ahí. Y por cauces oscuros han encontrado a los políticos agentes directos”, asegura el escritor. Los recursos naturales siguen en el centro del interés sobre Perú. Parece una maldición. “Lamentablemente, mi país, la primera vez que apareció escrito para Occidente hace 500 años, fue como parte de un contrato. Apareció como sinónimo de botín y está en el ADN", sonríe. ¿Está superado ese hecho? "Siento que no está superado en cuanto a nuestra manera de relacionarnos económicamente con el mundo. Sí lo está en cuanto al resentimiento que pueda haber habido en alguna época. Cuando era niño y había gobierno militar de izquierdas había fricción con respecto a los españoles, pero ahora por lo general abrazamos el mestizaje. Somos conscientes de cosas. Somos orgullosos de la gastronomía. Un restaurante peruano fue nombrado el mejor del mundo, la segunda vez que ocurre y eso sería imposible sin la confluencia de sangres y de costumbres. Sin España no tendríamos el ceviche que tenemos, ni limón ni cebolla. Eso está claro”.