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"Orbital": ¿Cuándo dejará el hombre de ser el centro del universo?

Samantha Harvey recapacita en su novela sobre las transformaciones intelectuales que conllevará enfrentarnos al espacio

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En Samantha Harvey existe una predisposición a indagar en los lugares menos explorados por el hombre. En «Un malestar indefinido», un relato de corte biográfico y el título que dio a conocer su nombre en nuestro país, explicaba su relación con la pesadilla nocturna del insomnio y, en su primer libro, la bien acogida «The wilderness», se adentraba en la enfermedad del alzhéimer y las consecuencias que tiene para nuestra existencia el debilitamiento de la memoria y la pérdida de los recuerdos. La escritora ha brindado desde sus inicios unos textos depurados y de clara intencionalidad estética. Rasgos que repite en su quinto trabajo, «Orbital», ganador del Premio Booker, que sale a la venta la próxima semana. 

Una novela con personajes, pero no de personajes, que describe la vida en la estación espacial europea a través de seis astronautas de distinto perfil que sirven de adecuados catalizadores para una reflexión sobre el hombre y cómo el radical cambio de perspectiva que supone salir de la Tierra puede repercutir no solo en nuestra condición humana sino en las ideas y convencimientos que sostenemos. Una meditación que resulta apropiada ahora que se han reactivado los planes para regresar a la Luna y se esboza la posibilidad de pisar Marte en un futuro próximo.

Cuando pensamos en novelas ambientadas más allá de la frontera terráquea enseguida acuden a nosotros obras que, por lo general, suelen encuadrarse en el consensuado género de la ciencia ficción, como «Fundación», «Dune», «Crónicas marcianas», «2001: una odisea en el espacio» o «Solaris», solo por mencionar algunas de las novelas más populares y renombradas -algunas, gracias a la extensión que siempre supone una adaptación cinematográfica-. Pero en esta ocasión nos enfrentamos a un texto de un orden distinto, muy bien asentado en los aspectos documentales, pero de un marcado y buscado naturalismo. Una elección que nos ayuda a comprender mejor cómo es la vida cotidiana cuando te encuentras a 400 kilómetros sobre la la superficie de la Tierra y te desplazas por los distintos husos horarios a 28.000 kilómetros por hora. Dos coordenadas fundamentales, velocidad y espacio, que, por fuerza, como la autora deja entrever, influyen en la experiencia nuestro entorno, en la manera de entenderlo y de pensarlo. Y esta es la cuestión primordial.

La escritora aprovecha este viaje para explicar, a lo mejor con una pretensión pedagógica, la escaleta de rutinas que marcan el día a día de esta tripulación, desde el ejercicio físico que deben practicar para reducir la atrofia muscular derivada de la ingravidez y la compartimentación de los espacios hasta los experimentos que realizan hasta las prevenciones que deben mantener en los paseos espaciales y la impresión que dejan las ciudades iluminadas por las noches, las irregulares geografías de la corteza terrestre y, por supuesto, descomunal oscuridad del cosmos, ese telón negro permanente al que deben enfrentarse.

La autora hace hincapié en los recuerdos de estos hombres y mujeres -dos rusos, un americano, una japonesa, una británica y un italiano-, porque, como nos enseñaba Tim O’Brien en otro magnífico libro –«Las cosas que llevaban los hombres que lucharon»-, la mochila más pesada que las personas portan consigo siempre son sus vivencias. Esas remembranzas serán el único vínculo que unan a la tripulación con la Tierra y, por ellas, comprendemos sus temores –la muerte de los seres queridos que han dejado atrás y que, asumen, no se hará real hasta que regresen–, y catapultan la lectura hacia el propósito que late en el fondo de estas páginas: ¿cómo el espacio modificará nuestros principios, valores y perspectivas?

En un pasaje, Harvey señala: «Sienten que el espacio trata de arrebatarles la idea de los días. Les dice: ¿Qué es un día? Ellos insisten en que un día son veinticuatro horas y los equipos de la tierra no dejan de recordárselo, pero el espacio les arrebata sus veinticuatro horas para arrojarles, a cambio, dieciséis días con sus respectivas noches. Se aferran a su reloj de veinticuatro horas porque sus cuerpos –pequeños, debilitados y siervos del tiempo– no conocen otra cosa: el dormir, los intestinos, y todo lo que acarrean. Pero la mente se libera de toda atadura al cabo de una semana».

Queda la impresión de que Harvey ha tratado de romper la leonardesca imagen del hombre como centro de todas las cosas y que se haya propuesto plantearles a los lectores un desafío: que se interroguen sobre qué es el hombre en la inmensidad del cosmos y qué es lo que queda inamovible cuando nos enfrentemos a él. En el universo no existe centro, así que el heliocentrismo se derrumba por completo y, el hombre, habituado a desenvolverse en un mundo con márgenes, queda expuesto a un lugar donde no los hay. El espacio, parece indicarnos la autora, conlleva una deshumanización muy poco meditada hoy en día, porque nos obliga a desprendernos de los días y del tiempo tal como los hemos asumido hasta ahora, replantearnos la relación con nuestro cuerpo debido a la falta de gravedad, alejarnos de nuestras raíces y, claro está, encarar el vértigo que provoca asimilar que la Tierra, esa madre eterna que nos ha cuidado, es insignificante en medio del cosmos. ¿Cómo nos obliga a repensarnos esta nueva objetividad?

Lo que queda en la Tierra

Harvey parece haber comprendido todas estas implicaciones y por eso articula un mensaje imprevisto por medio de sus protagonistas: «Al margen de lo que fueran antes de llegar aquí -dice-, de las diferencias en la formación recibida, en sus pasados, en sus motivaciones o en su carácter, al margen de sus países de procedencia o de los choques entre sus naciones, todo ha quedado neutralizado aquí por delicado poder de su nave espacial». Ahí arriba, suspendidos más allá de la estratosfera, muchas de las viejas ideas que todavía rigen nuestras disputas y enfrentamientos carecen de sentido. Harvey, por eso, critica las guerras, el sinsentido de matarnos y defiende la preservación de nuestro planeta que, en cierta manera, es un pequeño salvavidas. Sin él, como reconocen los protagonistas, el hombre todavía no tiene a ningún lugar donde ir y es ella la que todavía mantiene a la especie humana con vida.

La autora, que dedica un capítulo a glosar la historia del universo y aporta una original mirada sobre «Las meninas» de Velázquez y Michael Collins, el astronauta del Apolo XI que dio la vuelta por la cara oculta de la Luna, nos asoma en este libro, de evidente altura literaria y oportuno calado reflexivo, a las transformaciones físicas, intelectuales y emocionales que conllevará alejarnos de la Tierra, y nos ofrece a plantearnos de manera perentoria qué somos los hombres como especie.

▲ Lo mejor 

El ritmo pausado que imprime la autora y su reflexión sobre lo que supone salir al espacio

▼ Lo peor

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