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Libros con historia
Vuelco a la Historia: la conexión vía Oriente era con la India, no con China
William Dalrymple, uno de los grandes ensayistas británicos, da un vuelco a la historia al reivindicar la influencia india en Occidente por encima de China y los árabes

En el principio fue la India, madre nutricia de la revolución axial, a la par que su hermana Grecia; ambas, por supuesto, hermanadas en la vieja matriz indoeuropea de lenguas que, mirando a Occidente o a Oriente, fueron forjando, a través de sus idiosincrasias sapienciales, una fascinante cosmovisión que fue determinante en la historia humana. Es conocida la ruta de los indoeuropeos en una expansión que acaba por inundarlo todo: y ello a través de varias rutas que cruzan el mundo en los últimos cuatro milenios desde una «Urheimat» –estudiada recientemente por J.P. Mallory en un espléndido libro publicado en la editorial Desperta Ferro– hasta los confines de Europa y más allá. India y Grecia muestran el esplendor del momento en que el ser humano empieza a salir de los estrechos límites de su ego y mira más allá: mitología, arte, literatura, religión y filosofía, sí, pero también astronomía y matemática, como veremos, e incluso vino, juego y amores. Cuando, en el siglo XIX, con William Jones, la India se abre a los europeos y empiezan a desarrollarse los primeros estudios comparados del sánscrito, el griego y el latín, se inicia la revolución del comparatismo, tanto lingüístico como literario, de las historias, las mitologías y las epopeyas: hay narraciones comunes y otras que también tienen remotos precedentes en la India, como, por ejemplo, el repertorio fabulístico. Como a Grecia, por la filosofía o el arte, hay que prestar más atención a la India: cualquier lugar con más de 5.000 años de antigüedad en el progreso civilizatorio a través de las ideas –desde la música y los números al ajedrez– es digna de veneración total.
Por eso, junto con ese «milagro griego» reconocido desde antiguo en nuestros lares, hay que reivindicar la «indoesfera», afortunado hallazgo léxico de W. Dalrymple, como algo fundamental para la humanidad. Precisamente ahora la benemérita editorial mencionada publica el libro «La vía dorada» de Dalrymple, que propone una fascinante aproximación alternativa a la historia de Eurasia, poniendo de relieve la gran contribución de la antigua India a la civilización universal.
Proeza historiográfica
Este historiador británico, afincado en la India y cofundador del Festival de Literatura de Jaipur, había escrito ya brillantemente sobre la India de los mogoles y la conquista británica, pero esta vez va más allá en una historia global que supone una proeza historiográfica y narrativa a la par. Su prosa cautiva sin rechazar ningún debate, sino acercándolos al gran público con un vibrante pulso literario. Y el viaje comienza, no podía ser de otra manera, por la revolución sapiencial del budismo, pareja de mucho de lo que ocurre en Grecia. La doctrina del Buda se irradia de muy diversas maneras y alcanza lugares tan lejanos como el Egipto grecorromano, China o Japón, salpimentando el neoplatonismo, al taoísmo y el confucianismo.El vehículo milenario de estas ideas, la lengua sánscrita, es imposible de subestimar (nuestro imprescindible Ángel Ganivet le dedicó su tesis doctoral). Es tan hermosa como el griego antiguo y nos seduce desde los antiguos himnos a la épica del Mahabharata o Ramayana, y proporciona las respuestas de una revolución simbólica que no se impuso por la fuerza de las armas, sino por la seducción de una cultura sofisticada y maravillosa. Me gusta el estudio de los contactos con Grecia y Roma, desde las conquistas de Alejandro al comercio con el imperio romano: el libro desgrana las huellas de los reinos indo-grecos y del imperio Maurya, que mezclan helenismo, hinduismo y budismo en una cultura sincrética, hasta el comercio de preciosas mercancías de la India para el Imperio romano a través de Egipto en barcos que eran como furgones blindados. También se encuentran huellas en la Roma cristiana, con el legendario viaje del apóstol Tomás y la ruta hacia oriente de los nestorianos. Dalrymple explora la influencia de la India de muy distintas maneras y cruzando diversas épocas y episodios bien trabados: primero con la expansión del budismo desde la época del rey Ashoka hasta lugares recónditos como es hoy el actual Afganistán –pienso en los añorados Budas de Bamiyan– con los kushanos o la universidad de Taxila, o hasta China, con Kumarajiva, monje traductor, o en época de la emperatriz Wu Zetian, con el fascinante viaje del monje Xuanzang. Se irradia cultura desde míticos centros de saber repletos de libros y estudiosos, como la universidad de Nalanda, cuya pérdida ante las invasiones turcomanas–terrible catástrofe libresca comparable a las de Alejandría o Constantinopla– fue paliada por viajeros que trasplantaron la semilla del saber con éxito.
En todo momento se nos recuerda que el viaje de las ideas, pese a las guerras, fue también de la mano del comercio por una ruta áurea que costeaba entre oriente y occidente. Llaman la atención datos como que un tercio de los ingresos del Imperio romano en época clásica proviniera de los impuestos derivados del comercio con la India. Así como la innovadora expansión comercial hacia el sudeste asiático, cuando ese tráfico se interrumpe con la caída de Roma o las guerras de Bizancio y los árabes.
Transferencia cultural
Otro pasaje magnífico muestra el esplendor de la corte de los pallava tamiles, en el sur de la India, bajo Mahendravarman I, que da pie a la transferencia cultural y comercial por el golfo de Bengala. Así, los dioses del mundo védico, en el hinduismo reformado de los puranas, serían exportados al sudeste asiático: pensemos, posteriormente, en la Camboya de los jemeres y en la magnífica Angkor Wat. Después del hinduismo, con el devenir de la historia, también por esa vía pasará a expandirse el Islam, acabando por hacer de Indonesia el país con más población musulmana del mundo, junto con Pakistán, en la ruta inversa. Aquí interesa sobremanera la fusión india con el mundo islámico, con su cenit en los poderosos reyes mogoles, promotores de una cultura que incorpora la lengua persa al rico sincretismo indio. Pero, antes aún, este conglomerado indoislámico se forjará en el Bagdad abasí y será crucial en el viaje de las ideas hacia Europa, simbolizado en dos aspectos nada anecdóticos: los números y el ajedrez.
No es exagerado afirmar que la gran revolución intelectual europea, a partir del siglo XII, y también su posterior despegue económico, debe mucho a esta revolución del cálculo a partir de los números indios: hará avanzar el saber desde la contabilidad a la astronomía, del álgebra a la física. Los números y el cero eran antiguas abstracciones que desarrolla Brahmagupta, devoto de las deidades védicas y no ajeno al concepto del vacío budista. En la Casa de la Sabiduría de Bagdad, bajo el patrocinio de los visires barmáquidas, intelectuales de origen budista, la astronomía y la matemática india se cruzan con la filosofía y la ciencia griegas, y luego viajan en traducción a la España medieval, desembocando al final en la escuela de traductores de Toledo. Allí acudirán estudiosos de toda Europa para ir difundiendo estos saberes y leyendo las obras que llevarán por doquier los «frutos de la ciencia de los números», parafraseando a nuestro Al-mayriti, hasta que Fibonacci los popularice. La erudición europea mirará hacia la India indirectamente a través del mundo hispánico y árabe. En suma, el libro de Dalrymple no tiene desperdicio: es una historia no por sabida menos dejada de lado hoy que nos ayuda a entender el presente desde el pasado.
Las muchas capas de India, con sus varias decenas de lenguas, van sedimentando desde una civilización antiquísima que deviene híbrida y da carta de naturaleza a la moderna India multicultural, que mezcla la herencia de la antigüedad sánscrita o dravídica con acentos turcos, persas o árabes. Por eso, frente a la tan conocida «ruta de la seda», que ha ponderado recientemente el historiador Peter Frankopan –y que el gobierno chino quiere explotar ahora– conviene reivindicar el legado de esta «vía dorada» de la India que, como Grecia, no conquistó por las armas el mundo, sino que lo hizo por la sofisticación de sus ideas. Es apasionante cómo la India, desde su base milenaria, supo absorber y sacar lo mejor de otras culturas, desde China al islam, dando el fruto variegado de lo que es actualmente: tras la independencia y en el contexto actual está llamada a ser una voz clave en nuestros días. La historia, desde luego, lo justifica.
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