¿Tienes fuego?
Paloma Sánchez-Garnica: «En literatura la vanidad es necesaria, es indisociable del escritor»
«El estalinismo se ha ido un poco de rositas porque no se ha condenado», afirma la novelista, vigente ganadora del Premio Planeta
Vivir de la literatura, de cocinar a fuego lento tus obsesiones y demonios y que otros paguen por degustar ese guiso, se antojaba tan improbable como volar sin alas o poder respirar bajo el agua. Pero el tesón es una fuerza interior que desafía a toda lógica y, si me apuran, a los mismos dioses, y por eso esta señora, ya en la madurez, pudo colgar la toga y atesora ya nueve novelas. En 2021 fue finalista del premio Planeta por «Últimos días en Berlín» y cuatro años más tarde logró conquistar ese galardón, el de mayor dotación económica del mundo, con «Victoria», cuyo título era decididamente premonitorio.
Ha hecho de Berlín su territorio mítico. ¿Por qué esa ciudad?
Berlín es una ciudad a la que yo tomo mucho cariño por una experiencia que tuve con 27 años, justo 40 días antes de la caída del Muro de Berlín. Fui con mi marido en coche, en un R12, a la República Federal de Alemania y vimos un Berlín occidental absolutamente radiante, lleno de vida, palpitante de color, de coches BMW y Mercedes. Y eso que ya estábamos en la España de los 80, o sea, que nos habíamos quitado mucho blanco y negro, pero aun así me fascinó. Luego pasamos a través de la estación del Zoo al otro lado del Muro y fue la sensación más cercana que he tenido de viajar en el tiempo en apenas un cuarto de hora, como salir de una ciudad y entrar en otra 30 años atrás. Una ciudad llena de polvo, gris, triste, monocolor, en la que no había nada en lo que gastar las cinco mil y pico pesetas que nos obligaban a cambiar para darnos el visado. Y esa ciudad se me quedó alojada ahí dentro. Mi marido, cuando íbamos paseando por el lado occidental, muy cerca del Muro, dijo una frase lapidaria: «¿Te das cuenta de que este muro lo verán caer nuestros hijos?». Y 40 días después, ese 9 de noviembre, el día del cuarto cumpleaños de mi hijo pequeño, cuando les estaba acostando, mi marido me llamó y me dijo: «Paloma, ven, que están abriendo las verja y está cayendo el Muro». Si hay algún momento histórico que me hubiera gustado vivir, es esa noche en ese Berlín con esa explosión de libertad. A partir de ahí, Berlín se convirtió en una ciudad fetiche para mí.
Conoce muy bien el antes, el durante y el después de la Segunda Guerra Mundial. ¿El nazismo y el estalinismo fueron igual de atroces?
Los dos fueron atroces. La única diferencia entre uno y otro es que el nazismo se ha juzgado en todos los aspectos, a nivel social, civil, judicial e histórico, y se ha condenado y considerado atroz por parte de todos. En cambio, el estalinismo no ha sido juzgado porque venció en la guerra y, por lo tanto, nadie le pidió cuentas a Stalin ni al sistema soviético. Y las brutalidades que hizo Stalin, no ya en la Segunda Guerra Mundial sino en las purgas famosas que se han conocido después, los campos de concentración que hubo, los gulags que conocimos a través de la obra de Solzhenitsyn… El estalinismo se ha ido un poco de rositas porque no se ha condenado. Y fue atroz, claro, pues cometió atrocidades brutales contra su propio pueblo que quedaron absolutamente impunes e incluso justificadas, con una cierta condescendencia, por una parte de la izquierda occidental que no ha querido ver esa parte oscura del comunismo y del socialismo.
No escribe novela romántica, peros sus historias respiran por el corazón. ¿El amor y la memoria son los elementos esenciales de su obra?
Creo que sí. Porque el amor, al igual que el odio, es algo que mueve. La diferencia es que el amor nos salva, el amor en sí mismo, quiero decir, ya sea el pasional, a la familia, a los hijos o a los padres. Uno hace lo que sea por amor. Me viene a la memoria el libro de Viktor Frankl «El hombre en busca de sentido». Puedes estar al límite de lo inhumano, al límite de la desesperación, al límite de ser prácticamente una piltrafa humana en lo físico, pero si tienes algo a lo que amar, a lo que aferrarte, puedes llegar a sobrevivir. Y yo creo en eso. Y la memoria es fundamental, claro, porque nos dice de dónde venimos.
Ejerció de abogada. ¿Era un rollo?
Sí, ja, ja, ja. No me gustaba. Me gustaba mucho buscar información y montar las demandas, pero en la confrontación con los compañeros en los juzgados y en el trato con el cliente había mucho machismo. No sé si ahora lo habrá, pero en los años 90, en el lugar donde yo ejercía, había mucha condescendencia. Yo a un cliente le podía arreglar un asunto complicadísimo y cuando le pedía lo que me correspondía, mis emolumentos, me ponía mala cara. Eso me lo dijo uno: «Pero ¿me vas a cobrar encima que te doy trabajo?». No estaba cómoda en ese ambiente y duré tres años y medio o cuatro. Además, mis hijos estaban entrando en una fase hormonal en la que se desataban y se me estaban yendo de las manos, y pensé: o me dedico al despacho o me dedico a controlar las hormonas de mis hijos. Había que intervenir. Y lo debí de hacer bien porque mis hijos son unas excelentes personas: buenos hijos, buenos padres, buenos maridos y buenos amigos.
Un premio como el Planeta puede llegar a aburguesar, a dormir el instinto. ¿Cómo lucha contra eso?
Creo que eso te pasa cuando te llega a destiempo. Yo llevo picando piedra en esto desde hace 20 años. Llegué a la escritura con 43 años y he llegado al Planeta con mi novena novela. He ido ascendiendo escalón a escalón y lector a lector, sin grandes éxitos, poco a poco. Y, lógicamente, cuando te llega un reconocimiento como el que me llegó a mí en octubre, pues piensas: he llegado a una meta, pero hay que seguir caminando y hay que seguir escribiendo con la misma ambición que he tenido en cada una de las novelas que he comenzado, la de crear mi mejor novela. Y creo que eso también me lo ha dado la edad. Desde que he cumplido los 60 tengo una estabilidad emocional y veo la vida con mucha más mucha más serenidad y paciencia y sé que hay que vivir el presente: Estoy disfrutando de este reconocimiento, claro, pero sin creerme más que nadie. A mí me encantó una cosa que dijo Luis Landero, al que admiro profundamente: «Dos meses de éxito son suficientes para colmar el cajón de la vanidad». En literatura la vanidad es necesaria, es indisociable del escritor, porque el halago te confirma que lo que haces aislado, en soledad, merece la pena. Pero hay que saber gestionarlo.
Un millón de pavos, medio kilo después de impuestos. ¿Qué capricho/s se dio?
Pues invité a mis hijos, a mis nueras y a mis nietos a una buena comida. Y ahora mismo vamos a hacer un viaje corto, pero en muy buenas condiciones. Y luego voy a hacer una reforma en mi casa de Madrid, que era algo que tenía en mente desde hace mucho tiempo.
Esta sección se titula «¿Tienes fuego?». ¿Usted lo tiene?
Pues tengo fuego de vida, de gratitud, de curiosidad, de necesidad de paz interior y exterior. Y tengo fuego de lecturas, de escrituras, de amigos, de amor por mi marido, por mis hijos, por mis nueras, por mis nietos y nietas. Sí, sí, tengo fuego.