Enemigos íntimos
El puñetazo en el ojo que terminó con la amistad de Vargas Llosa y García Márquez
En su nueva novela, "Los genios", el escritor peruano Jaime Bayly intenta responder a qué fue lo que realmente partió la relación entre dos estrellas de la literatura
Esta es la historia de una amistad pero, también, la de una enemistad. La amistad que mantuvieron Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez durante casi diez años y que acabó de la peor manera posible cuando en febrero de 1976, en un teatro de Ciudad de México, Vargas Llosa, sin mediar palabra, y después de que García Márquez se acercara con los brazos abiertos al grito de «¡hermano!, ¡hermanazo!», le dio a éste un puñetazo en el ojo izquierdo y lo dejó tendido en el suelo, inconsciente. Según los presentes, entre quienes se encontraba la escritora Elena Poniatowska, Mercedes Barcha –esposa de García Márquez– se encaró a Vargas Llosa y le preguntó por qué le había dado semejante golpe a su Gabo. «¡Es por lo que le hizo a Patricia!», dicen que fue todo lo que dijo antes de marcharse rápidamente del lugar.
Sea por el motivo que fuere, lo cierto es que el suceso fue la comidilla del mundo literario durante años y fue también motivo de discusiones, además de contar con intrigas varias y versiones diversas que el periodista Xavi Ayén, en su estupendo libro «Aquellos años del boom», supo dilucidar. De todos modos, la gran pregunta que ha sobrevolado desde entonces ha sido siempre la misma: ¿qué le hizo García Márquez a Patricia Llosa –prima y esposa de Vargas Llosa– para que el autor pusiera fin a la relación con su entrañable amigo con un certero golpe?
¿Faldas? ¿Diferencias políticas con respecto a la revolución cubana? En su nueva novela, «Los genios», el escritor peruano Jaime Bayly intenta responder esa pregunta, pero en clave de ficción, con una historia que comienza en agosto de 1967 en el aeropuerto de Caracas, cuando Vargas Llosa, con apenas 31 años, viajó a Venezuela para recibir el recién estrenado Premio Rómulo Gallegos por su novela «La casa verde» y allí se encontró con García Márquez, quien esperaba con ansias a la nueva estrella. El flechazo entre ambos fue inmediato, hasta el punto de que Vargas Llosa decidió ponerse a escribir un ensayo, «Historia de un deicidio» sobre su nuevo amigo, aclamado por la crítica de entonces por haber escrito «Cien años de soledad» y al que consideraba sencillamente como un Dios.
Tanto fue el apasionamiento de esa amistad entre «los genios» que, al poco tiempo, ambos se instalaron en Barcelona, a una calle de distancia, en el barrio de Sarrià, y compartieron vida cotidiana y agente literaria, Carmen Balcells, «la dueña del circo» –dice Bayly– y partícipe necesaria de aquellos años del «boom». García Márquez, a quien el dinero le llovía por «Cien años de soledad», vivía bien. Todos los días se ponía un mameluco azul y dedicaba el día a escribir «El otoño del patriarca». Vargas Llosa, que aún no gozaba de las rentas por sus libros pero que recibía una nómina de Carmen Balcells, se dedicaba también a escribir, mientras que su esposa se ocupaba de los quehaceres de la casa. Sin embargo, en 1974, esa amistad se terminó. Vargas Llosa decidió regresar a Lima presionado por Patricia. Pero en el viaje en barco que los llevaba a Lima, Vargas Llosa se enamoró de una mujer por la que perdió la cabeza. Apenas el barco atracó en el puerto de Callao, dejó a Patricia y a sus hijos y se fue a vivir su aventura de amor y de escritura con una mujer que no dejaba de adularlo. No por mucho tiempo. Porque cuando la mujer decidió cortar la relación, Vargas Llosa volvió con Patricia, que le contó, a su vez, algo que había pasado con Gabo.
¿Fabulaciones? ¿Malentendidos? ¿Celos secretos? Quién sabe. Lo único seguro es que ese río de amistad y confidencias, un río de aguas limpias, transparentes, se volvió, como dice Bayly, en un río turbio, en un río de rencores y malentendidos que fue a morir de un puñetazo al mar de los celos, las pasiones contrariadas, las amistades rotas y traicionadas.
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