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Polémica veraniega

Rafael Alberti: el puente que separa la Bahía de Cádiz

Sumar pretende trocar el nombre del Puente J.L. de Carranza pero se ha topado con varios obstáculos

En su regreso a España Alberti dijo que se fue con el puño cerrado y volvía con la mano tendida EFE

Un puente, ya sea en su dimensión física o simbólica, sirve para unir. Pero se da la paradoja de que el primer viaducto sobre la Bahía de Cádiz, el Puente José León de Carranza, que ligó por tierra a la capital gaditana con Puerto Real –es decir, con la Península–, y que fue inaugurado en 1969, es hoy motivo de división entre los gaditanos. El culpable del enésimo enredo en la ciudad a costa del nomenclátor es Rafael Alberti. Bueno, en realidad, el poeta portuense, que en paz descanse, no tiene culpa alguna de que esté siendo utilizado con arteras intenciones políticas.

La última batalla hasta la fecha de la guerra (cultural) de nombres en la Tacita de Plata –que ya vivió los episodios de José María Pemán, Mercedes Formica y Ramón de Carranza, entre otros– fue iniciada por la única diputada de Sumar por la provincia gaditana, Esther Gil de Reboleño, quien recogió firmas a un lado y otro de la Bahía para, supuestamente en virtud del cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática, quitarle el nombre del puente a su artífice, el alcalde franquista José León de Carranza, y rebautizarlo con el de Rafael Alberti. La política profesional logró juntar 4.000 firmas sobre una población de 110.000 habitantes en Cádiz y 42.000 en Puerto Real. Sólo quedaba que el ministro de Transportes, Óscar Puente –otro experto en volar los mismos–, diese luz verde al cambio nominal para su aplicación.

El tiro por la culata

No imaginaba, ni de lejos, la diputada por Sumar la cantidad de obstáculos que saldrían a su paso para lograr renombrar el Puente Carranza, máxime cuando se las prometía tan feliz con el gobierno municipal, del Partido Popular, poniéndose una vez más de perfil, quitándose de encima la patata caliente cual alcalde del «Grand Prix», al inhibirse de nuevo en la batalla cultural como ya hicieran con Pemán, Formica y Carranza padre. El escollo inicial se lo encontró, con toda justicia, por haber actuado de espaldas al pueblo gaditano: primero, por no escucharlo –no hay en la ciudad un sentimiento de molestia con el nombre del viaducto– y, segundo, por haber actuado, pese a la impopular recogida de firmas, de espaldas al mismo, con premura y nocturnidad.

Con el pueblo encabronado, el nombre ya era lo de menos. Aunque es cierto –y aquí está el tercer obstáculo– que el de Rafael Alberti no suscita consenso a una y otra orilla de la Bahía. Y es que hay discrepancias no sobre la calidad literaria del autor de «Marinero en tierra», que nadie pone en duda, sino sobre su ideología (comunista) y su dudosa actuación durante la Guerra Civil, «la belle époque» como la llamó el poeta de El Puerto.

Nadie duda que detrás de los motivos artísticos alegados por Sumar para justificar el nuevo nombre hay un trasfondo político, ideológico. Tan sencillo como que si Alberti hubiera sido liberal o conservador nadie se hubiese acordado de él. «Y si Ortega llamó al también gaditano Pemán de la posguerra ‘‘pululante Pemán’’, ¿qué no diríamos del activísimo Alberti de la guerra de vida tan paralela esos años a la de su paisano?», se pregunta en «Las armas y las letras» Andrés Trapiello, comisionado por Manuela Carmena para decidir sobre el cambio del nomenclátor en Madrid, donde por cierto sí se respetó el del Pemán.

Y si ya éramos pocos... habló Asunción Mateo, viuda del poeta y presidenta de la Fundación Rafael Alberti, en una entrevista en Diario de Cádiz. Dijo que no le parecía «honesto» que se usara el apellido Alberti «como arma arrojadiza para dividir a los gaditanos» y que veía con buenos ojos que el puente conservara el nombre de quien «promovió una obra tan colosal» y plantó cara a Franco para realizarla.

El último capítulo, hasta la fecha, es que Vox ha propuesto declarar BIC al puente para blindar, entre otras cosas, su denominación. Nada queda de esa foto de Kiki en la que un viejo Pemán, vestido de traje y sombrero, se abraza con alborozo a un Alberti ataviado de marinero que acaba de dar el pregón del carnaval del 81 en la plaza de San Antonio. Malditos politicuchos, dinamiteros de puentes.