'¿Qué pasa con Baum?'
Woody Allen debuta en la novela: neurosis, burla y un ajuste de cuentas
El cineasta publica '¿Qué pasa con Baum?' (Alianza), una novela que es una proyección de sí mismo y que incluso trata de un abuso sexual
Lo mejor de la única novela escrita por Woody Allen a los 89 años es la portada: un dibujo en Blanco y Negro del personaje de «El grito» de Munch, grita espantado en medio del puente Bow Bridge de Central Park. Al fondo, el Empire State Building duplicado, sustituyendo las derruidas torres gemelas. El portadista ha captado de forma genial el enigma de la novelita de apenas 160 páginas «¿Qué pasa con Baum?», en la que un esquizoide Asher Baum habla consigo mismo, tiene un lío con dos gemelas y con una maravillosa chica que es el duplicado de la novia que lo dejó para irse con otro a cuidar ovejas a Nueva Zelanda.
La novela es una réplica del mundo de Woody Allen. Un duplicado de su mundo real, que apenas finge que es una biografía novelada del autor de «Manhattan». Algo normal en casi todas sus películas protagonizadas por un judío de mediana edad, intelectual descreído y pedantorro, hipocondriaco, obsesivo compulsivo y autocrítico hasta la flagelación personal, que se permite hacer chistes del Holocausto, y que se enamora de chicas maravillosas que caen rendidas por el rollo clase media intelectual del personaje, feo pero interesante.
Rendidos a sus pies
Lo curioso es que en la vida real también se rindieron actrices de moda como la pesada Diane Keaton, a quien regaló un personaje del que nunca pudo desprenderse, «Annie Hall» (1977): el clásico bombín de ala ancha Fedora masculino, camisa blanca con corbata, chaleco y pantalones de tallas grandes, a veces combinado con falda jipi y chaqueta a cuadros masculina. Vestuario que hicieron las delicias de las jipis progres y enamoró a la generación de izquierdistas que iban a hacer la revolución y acabaron en el PSOE para encauzar sus finanzas. Bien mirado es una réplica actualizada del personaje de Charlot.
Rodando «Manhattan» se enamoró de Mariel Hemingway, con quien vivió tanto tiempo como películas hizo con ella hasta que, la cambió por la maravillosa Charlotte Rampling en «Recuerdos de una estrella» (1980), pero sería flor de un día porque en «La comedia sexual de una noche de verano» (1982) se enamoró de la pirada Mia Farrow, con la que se casaría y, además de hacerle la vida imposible adoptando hijos por todo el mundo, le daría la réplica en las mejores películas de su filmografía: «Zelig» (1983), «Broadway Danny Rose» (1984), «La rosa púrpura de El Cairo» (1985), sin duda la más original y hermosa peli de Woody Allen, y la entrañable «Hannah y sus hermanas» (1986), en la que las tres hermanas no paran de engañarse mientras se preguntan, como los patéticos personajes de las pelis de Bergman, por la profundidad del sentido de la vida, de la religión y la importancia del sexo en las relaciones efímeras del amor que se desvanece en horas, pero salpimentado con el sentido del humor de Woody Allen.
El Bergman neoyorquino
Tras su empeño de ser el Bergman neoyorquino, volvió a su mundo tragicómico, con pelis menos trascendentes pero repletas de su célebre ingenio, sin dejar de ser nunca pedante. Las mejores son «Días de radio» (1987), «Misterioso asesinato en Manhattan» (1993) y «Balas sobre Broadway» (1994), sobre su nostalgia preferida: los años 20 y el jazz.
Después de «Poderosa Afrodita» (1995) hizo «Desmontando a Harry» (1997), en la que un director de cine que está quedándose ciego debe acabar su película a tientas. Una idea genial, como «Zelig» (1983), en la que Woody Allen padece el «Síndrome de Zelig»: una persona que carece de identidad y como los camaleones adopta la personalidad y hasta el aspecto de otra persona. Este periodo culmina con una de sus mejores películas: «Match Point» (2005). El Woody Allen de su novela «¿Qué pasa con Baum?», es un novelista sin éxito que padece el proceso esquizoide irreprimible de hablar consigo mismo en voz alta y discutir a voz en grito. Es, pues, una caricatura literaria de su propia caricatura cinematográfica: cincuentón, preocupado por la expansión del universo, Kafka y la filosofía kantiana: «¿Qué habría hecho Kant si ella le hubiera cogido la mano? Kant habría recurrido a lo del Imperativo Categórico», y los amores promiscuos de esa clase alta neoyorquina que cambia de pareja entre amigos y familiares a la ligera. Aquí, Baum sueña con ligarse a la novia de su hijastro, que mantienen una relación edípica que puede acabar en el lecho de Yocasta, la aburrida mujer de Baum.
Las citas «latinicultas» se suceden sin ton ni son. Los chistes son remedos de otros mil veces utilizados, aquí sin gracia, por lo que todo es déjà vu. En «Annie Hall», pronto hará cincuenta años, Woody Allen ya utilizaba en la escena inicial, y con mucha gracia, la expansión del Universo: «Bueno, el Universo se expande –dice el niño–, y si se expande eso será el final de todo». La madre le contesta, furiosa: «¡Brooklyn está aquí y no se expande!». En la novela, Baum lo repite media docena de veces.
La neurosis obsesiva que padece el metepatas de Baum se convierte en una aburrida sucesión de discusiones consigo mismo cuya función es encubrir el abuso sexual con tocamientos de teta y robo de un beso a una reportera japonesa que Baum ha forcluido y que él mismo en sus discusiones consigo mismo se obliga a recordar –«A mí dímelo claro, Asher. No se lo voy a contar a nadie»–, ante la demanda por agresión sexual de la periodista nipona. Alusión directa a la denuncia de su hija Dylan Farrow por agresión sexual en 1992, cuando ella tenía siete años, y el delirio mediático de su cancelación.
El abuso, al final
El caso del abuso sexual se explica al final de la novela, como no queriendo saber ni conocer sus terribles consecuencias: «Ah, y una periodista japonesa que te acusó de agredirla. ¿Qué era toda esa historia? Cielo santo, ni que la hubieras tenido encadenada en el sótano». De esta forma se burla de su acoso y cancelación por la puritana sociedad norteamericana, atrapada en la nefasta ideología «woke», cuyo sentido es vigilar, castigar y cancelar al disidente de la dictadura del «progretariado» neocomunista.
Puede sonar extraño en España que la progresista editorial Hachette, que publicaba los libros de Woody Allen se negara a publicar la autobiografía «A propósito de nada» (2020), días antes de su publicación, presionado por los trabajadores de le editorial, que llegaron a la huelga, y los chantajes de Roman Farrow, activista del #MeToo y autor de Hachette, que la acusaron de «haber mostrado una carencia de ética y compasión por las víctimas de abuso sexual», y de la misma hija supuestamente abusada Dylan Farrow. Finalmente, fue Arcade Publishing quien compró los derechos y la publicó, obviando la censura imperante.
Las acusaciones de conducta sexual inapropiada contra Allen por Dylan y Roman Farrow impidieron que sus últimas películas encontraran distribuidora en EE UU. Y su primera novela «¿Qué pasa con Baum?» ha logrado publicarse en una pequeña editorial londinense apenas constituida hace cinco años, la editorial Swift Press, y en España ha sido la Editorial Alianza la única que se atrevió a publicar su autobiografía, y también «¿Qué pasa con Baum?».
En realidad, Woody Allen se proyecta tanto en el personaje mítico que compuso en el cine como en sí mismo: lo que podría considerarse un ajuste de cuentas biográfico camuflado en forma de ficción. Aunque a pequeña escala y con sordina, Allen se ha atrevido a escribir sobre este doloroso episodio de su vida y de su cancelación social, profesional y vital.
En esta novela, como en su cine, el tiempo parece flotando en un pasado detenido. Como si, al mismo tiempo que el Universo se expande el tiempo de la ficción se contrajera y quedara fijado entre los míticos años 30 y los 60. La época dorada, tanto para Woody Allen como para los personajes de sus pelis y que encarna Baum ∫en esta primera incursión en la narrativa con «¿Qué pasa con Baum?»