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Zarpazo de David Mamet al buenismo progre y la cultura «woke»

El cineasta y dramaturgo contradice las ideas de la nueva izquierda, lo políticamente correcto y la identidad de género

David Mamet, un progresista contra los progresistas
David Mamet, un progresista contra los progresistasMetaichmio Publications

Hoy en día, en la dictadura de lo políticamente correcto, se sucede lo que se da en llamar «cancelaciones» silenciando autores clásicos, incluso por lo que dicen sus personajes ficticios, ya sea un antiguo como Chaucer o una autora contemporánea como Harper Lee, con excusas de racismo, judeofobia o misoginia. Ante tal panorama, ¿de qué formas puede el intelectual sentirse libre para opinar y avivar el espíritu ilustrado de la tolerancia de pensamiento y de debate de ideas contrapuestas? Hace escasas fechas aparecía un estudio del pensador francés Alain Finkielkraut que iba en esa línea de entender lo que está pasando, en un tiempo de fanatismos en que el orden moral, puritano y mojigato impera en el día a día: «La posliteratura» (editorial Alianza).

Aquí se exploraban asuntos en torno al movimiento #MeToo y se hacía notar que la vieja cultura occidental se va diluyendo ante la dictadura del pensamiento único y la ideología política imperante que dicta cómo y qué decir. Se hacía eco así del fin de las letras formativas y la imposición de qué lenguaje emplear y el modo en que todo ha de ser aleccionador, moralista, en todos los ámbitos culturales, donde no caben jerarquías y todo ha de tender a la igualdad, más allá de los méritos de cada cual. Pues bien, ahora nos llega el último libro del escritor, dramaturgo y cineasta David Mamet (Chicago, 1947), con un título que no da pie a equívoco alguno: “Himno de retirada. La muerte de la libertad de expresión y por qué nos saldrá cara” (traducción de Verónica Puertollano López).

Contra el buenismo progre

En él, el autor de obras como «Glengarry Glen Ross» (premio Pulitzer) y de los guiones de «Los intocables de Eliot Ness» o «Hannibal» y dos veces candidato al Oscar, demuestra lo empobrecedora que es la denominada «cultura woke». El hartazgo de soportar este clima de neopuritanismo le lleva a afirmar cosas como la siguiente nada más empezar esta recopilación de una cuarentena de textos: «Si se deben rediseñar los baños públicos para acomodar a los diferentes sexos, ¿cuánto más digno será afirmar que los sexos no existen, en realidad, y después que los hombres pueden dar a luz?».

Se está refiriendo a lo que se desarrolla en torno a ideología de género, pero sus ataques irán por igual, en el ambiente estadounidense que conoce de primera mano, a los políticos («una confederación de putas, que tan pronto traiciona como se confabulan con ese adversario que les promete ganar, por fin, en una alianza contra el electorado») o a los periódicos («¿cómo expresar mi dolor por su transmutación en órganos de propaganda del Gobierno? Peor aún, se han convertido en desvergonzados mercaderes del odio y del pánico»). Ese ambiente, a sus ojos, sólo puede llevar «directa y rápidamente hacia la muerte nacional». Pero tampoco las escuelas, en su postura hacia el «bullying» se salvan de la quema al haber renunciado al sentido común, convirtiéndose sus directores en «cobardicas freudianos» que «han engendrado una cultura del lloriqueo constante y colectivo».

Muy en especial, Mamet carga las tintas contra el buenismo de la izquierda o las promesas del Partido Demócrata sobre cubrir económicamente la educación universitaria al estudiante actual, que «sabe que nunca pagará por sus años en el parque temático». Asimismo, «la izquierda es atractiva para los jóvenes porque afirma que tienen que evitar enfrentarse al monstruo (la madurez)». El autor así presenta un mundo donde, tristemente, están ya imperando un moralismo pacato e intransigente y una concepción censuradora de la libertad de expresión; todo, con el objetivo de evitar que los colectivos minoritarios se sientan ultrajados. Como resultado de ello, surge una literatura blanda e insustancial, del todo moralizante, doctrinaria y dogmática.

Hablar sin cortapisas

Es el adiós a las artes y letras transgresoras que desafíen la inteligencia y los prejuicios humanos. La cultura occidental ha cedido a lo «woke» desde sus más altas instancias de poder e influencia, y cualquier cosas ha de verse desde la perspectiva étnica o sexual. Los creadores, como denunciaba Finkielkraut, se han convertido en predicadores que lanzan su verdad desde la atalaya de una superioridad moral que no puede ser rebatida. Así lo denuncia también Mamet, con muchísima ironía y gran erudición. De esta manera, se burla de los eufemismos; o dice que el concurso de Miss Estados Unidos «es, en esencia, una reedición de las subastas de esclavos»; o explica por qué para él «la histeria nacional a propósito de la palabra nigger [“negrata”] es muy instructiva». Y de este modo, sin pelos en la lengua, a pecho descubierto, alude a un sinfín de aspectos de nuestra vida actual que están mancillados por la ignorancia y el cáncer de lo políticamente correcto, haciéndolo como debería siempre llevar a término un verdadero intelectual que albergue un mínimo sentido crítico: con libertad, valentía y honestidad. Sin amilanarse.