La loca historia de Charlie Chaplin después de muerto
En 1978, dos individuos sustrajeron el ataúd del actor y pidieron un rescate: lo que sucedió, con menos tintes macabros de los previsibles, fue digno de una película del genial cómico
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Si no fuera porque el trasfondo del asunto es de lo más truculento, la historia es en sí misma una comedia. Estamos en 1978, cuando unos individuos, que han leído sobre un intento de extorsión en un periódico, deciden imitarlo abriendo la tumba de Charlie Chaplin, fallecido apenas dos meses antes, extrayendo el ataúd, y pidiendo a sus familiares una desorbitada cantidad de dinero para devolverlo. Pero las cosas no iban a salir, ni mucho menos, como ellos planeaban. Chaplin protagonizó una de las comedias más disparatadas de su vida (y del tiempo después de esta).
En la noche del 1 al 2 de marzo de 1978 dos patanes aspirantes a delincuentes sustrajeron los 150 kilos que pesaba el ataúd de roble macizo, enterrado en el cementerio de Corsier y huyeron con los restos de Charlie Chaplin sin que nadie se diera cuenta. Al día siguiente, los delincuentes llamaron a casa de la familia para exigirle a Oona, la viuda del actor, el pago de 600.000 francos suizos si quería recuperar los restos de su marido. La familia confirmó que el ataúd había sido exhumado y comenzó a especular sobre quién o quiénes podrían tener interés en profanar la tumba del actor. Pensaban en las Brigadas Rojas, que acababan de secuestrar a Aldo Moro, líder de la democracia cristiana italiana. También sopesaban la firma de otros grupos terroristas que podían incluso llevar la firma tanto de sionistas (Chaplin era judío y había huido de Estados Unidos por sus ideas políticas en tiempos de la “caza de brujas”) e incluso de ideología nazi. Chaplin había sido enterrado en un cementerio anglicano, lo que podía avivar la llama del integrismo religioso de algún tipo.
La familia Chaplin tenía dos fieles empleados: el mayordomo, Giuliano Canese, un hombre serio y callado de carácter típico italiano-suizo y el chófer, Renato, de carácter más simpático y jovial, un italiano más templado y simpático, Renato. Este último era el que más temor iba albergando por los secuestradores, ya que el el chófer de Moro había perecido en el secuestro del político. Entre los distintos motivos políticos, por supuesto, estaban los nostálgicos del fascismo, indignados por la caracterización que Chaplin había hecho de “El gran dictador”. Cada teoría sobre el móvil del crimen espantaba más a Renato, el chófer.
La policía empezó a investigar el caso pero no daban con la pista de los secuestradores. Éstos, cuando vieron que los Chaplin no estaban por la labor de realizar semejante pago, volvieron a ponerse en contacto con la familia para rebajar la cifra hasta los 500.000 dólares, por si en la divisa estadounidense era más sencillo de acometerse el pago. Tampoco fue aceptado por la familia. A lols pocos días, volvieron a llamar. Y otra vez. Ya se conformaban con cien mil dólares. Finalmente, siguiendo el consejo de la Policía, se llegó al acuerdo y se fijó una noche para el intercambio del dinero y los restos del actor. La transacción la llevaría a cabo el mayordomo, Canese, que llevaría en su poder un maletín lleno de dinero. Sin embargo, el vehículo lo conduciría un policía disfrazado y el maletín estaba lleno de morralla. Todo el área estaba atestada de policías.
El primer giro peliculero de esta historia involucra a un actor secundario que nadie esperaba. El cartero de la localidad reconoció el llamativo vehículo de la familia Chaplin, pero no reconoció al conductor y comenzó a seguir al vehículo. La policía pensó que se trataba de los secuestradores, que buscaban el botín, y se lanzaron en tromba contra él. En pocos minutos se resolvió el malentendido, pero la estrategia contra los secuestradores se había ido al traste.
Sin embargo, como los criminales eran unos meros aficionados y estaban desesperados por el dinero, volvieron a llamar a la familia para concertar una cita: el día 17 de mayo a las nueve de la mañana volverían a ponerse en contacto para programar la entrega definitiva. Pero bajo condiciones que impidiesen otra trampa de la Policía. Lo que no sabían es que ese día a las nueve de la mañana, todas las cabinas de teléfonos de varios kilómetros a la redonda estaban vigiladas y así es como la policía detuvo a dos pringados, Gantscho Ganev, búlgaro de 38 años y su secuaz, Roman Wardas, polaco de 24. Dos pobres de solemnidad que buscaban un “palo” que les sacase de la miseria. Ambos desvelaron la ubicación del ataúd en un campo de trigo en la frontera de Suiza y Francia. Allí, el dueño de la parcela hizo instalar una placa con la siguiente leyenda: “Aquí descansó Charles Chaplin. Brevemente”.