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Obituario

Lollobrigida, aquel glorioso erotismo

El mundo de La Lollo, de la mujer-diosa de carne y hueso trasciende lo humano y lo divino en virtud del fantasmático poder del cinematógrafo, arte e industria

El debut en la industria estadounidense de Gina se produjo con un papel relevante en «La burla del diablo»
El debut en la industria estadounidense de Gina se produjo con un papel relevante en «La burla del diablo»Agencia EFE

Al irse Gina Lollobrigida, la penúltima de las grandes divas italianas de la edad dorada (todavía nos queda, renuente, Sofía Loren, diez años más joven), hemos visto cómo el cielo que cubre, encapotado, el Olimpo de Hollywood perdía otra de sus grandes estrellas. Una más. Dicha ya la cursilada inevitable (no pudimos ni quisimos evitarla), queda traducirla al bajo idioma de los mortales: con la muerte de La Lollo, que decían en sus tiempos, se confirma el final no solo del cine tal y como lo conocíamos, sino del propio siglo XX. Curvilínea y sensual hasta decir basta –Bogart la alabó por encima de Marilyn–, tan bella como inteligente –de la fotografía a la política cuando el cine dejó de cortejarla–, capaz de arrebatar los corazones de admiradores tan peculiares como De Sica, Howard Hughes (que no quería soltarla) o Fidel Castro, Gina Lollobrigida, maggiorata en do de pecho que compitiera con ventaja con las no menos explosivas y esplendentes Silvana Mangano, Gianna Maria Canale, Silvana Pampanini, Lucía Bosé o, una vez más, su archienemiga la Loren, era una actriz cuya sensualidad, y erotismo todo lo impregnaba con aroma ferozmente heterosexual y animal. El mismo que atrae a las drag queens y los cultivadores del camp inteligentes, como fuera su entregado fan español número uno, el añorado Terenci Moix.

La romana Lollobrigida, lo mismo en dramas neorrealistas de posguerra que en péplums bíblicos y espectaculares, lo mismo desde el Trapecio con triple salto mortal del Hollywood más colorista, glamouroso y melodramático, hasta el de la comedia más sexy y sofisticada, siempre auténtica Venus Imperial, irradiaba personalidad, energía erótica y poderío por todos sus poros. A sus pies se rindió un elenco de galanes que incluyó a Tony Curtis, Tyrone Power, Yul Brynner, Rock Hudson, Burt Lancaster, Yves Montand, Frank Sinatra, George Sanders… Todos, viriles y masculinos, tanto dentro como fuera del armario, consumidos por su aura salvaje y voluptuosa, que lo mismo servía para hacerla prostituta desgarrada que aristocrática consorte de Bonaparte, exótica reina de Saba o carismática y pícara «signora Campbell».

Simpatía y pasión, ardor, altivez e ironía de prima donna, con el descaro de robar el show a la mismísima Jane Wyman en Falcon Crest, interpretando a su hermana italiana. Una hazaña para los anales, que le arrebató a su eterna némesis, la Loren. El mundo de La Lollo, de la mujer-diosa de carne y hueso (¡y qué carne!) que trasciende lo humano y lo divino en virtud del fantasmático poder del cinematógrafo, arte e industria. El mundo de esta reverenda y reverenciada maggiorata, superestrella del cine de autor y de masas, antaño tantas veces uno y el mismo, es el que se está desvaneciendo irremediablemente, como nos recuerda, precisamente, su fallecimiento. Tras ella, se rompe el molde. Y si alguna divina diva tuviera hoy acaso el atrevimiento de encarnarse en sus curvas prodigiosas, en sus labios sensuales, su mirada arrogante, al tiempo que provocadora e insinuante… Descuiden, sería rápidamente cancelada.