Londres, en el objetivo de la cámara
La capital británica se llena de exposiciones de fotografía, incluida la National Gallery
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Hubo un tiempo en el que la fotografía se consideró una técnica de tercera clase, una práctica espuria, una imitación barata de las obras de los verdaderos maestros: los pintores eran los auténticos artistas. Hubo un tiempo en el que la fotografía fue una mera sombra, oscura y apagada, que tan sólo quería copiar el genuino lenguaje de expresión. Pero ese tiempo ya es pasado porque el disparo que captura la imagen, el que congela el tiempo y muestra la realidad tal y como es, se convierte ahora en el gran protagonista. Londres se rinde este año a la exposición fotográfica. Incluso la National Gallery, templo de cuadros con óleos, abre por primera vez las puertas a un arte que hoy se escribe con mayúsculas. Hasta el próximo 20 de enero, «Seducidos por el arte: pasado y presente de la fotografía», traza ese camino más o menos tortuoso que la fotografía ha seguido, eclipsada por los pinceles, incurriendo en esa manera de enfrentarse a lo nuevo tan propio de entendimiento humano: adaptándolo a lo ya conocido. La muestra reúne casi un centenar de fotografías que se exhiben en compañía de otras imágenes o bien pinturas con las que guardan alguna relación.
Las diferencias entre pasado y presente se observan en «Signos de los tiempos» (1991), de Martin Parr, una instantánea de una pareja de clase media que contrasta con la sensación idílica transmitida por «El señor y la señora Andrews» (1750), un óleo de Thomas Gainsborough. Las primeras cámaras no podían realizar exposiciones cortas, por lo que en los retratos la figura no se definía totalmente, un efecto que aparece en «Kate Keown» (1866), de Julia Margaret Cameron y que imitó Nicky Bird en 2000 con «Jasmin, Ryde, Isla de Wight».
Retratos como «Hernando Gómez, Calle Serrano, Madrid, Diciembre 2006», de Craigie Horsfield, recuerdan a artistas como Velázquez, mientras «Jarrón de Oaxaca con berenjena, Nueva York» (1997), de Evelyn Gofer, traslada a la edad dorada del bodegón en España. Las cámaras más avanzadas brindaron nuevas posibilidades a los fotógrafos contemporáneos, como tomar imágenes a gran velocidad, cuyo resultado se ve en «Explosión: Sin título, 5» (2007), de Ori Gersht.
Inspirada en el bodegón floral del francés Fantin-Latour, «The Rosy Wealth of June» (1886), la fotografía de Gersht muestra un jarrón lleno de flores a punto de volar por los aires. «Estas habilidades técnicas eran inimaginables para los primeros fotógrafos. Lo que es fascinante es que, con las herramientas de hoy en día para manipular imágenes, los fotógrafos contemporáneos estén volviendo a la tradición de las bellas artes», comenta Riopelle. El desnudo de Richard Learoyd «Hombre con tatuaje de pulpo II» (2011) se inspira por su parte en una escultura de James Ardeson de finales del siglo XIX que muestra a un grupo de personas luchando a muerte contra una serpiente que estrangula sus cuerpos. Y luego está «La habitación destrozada» (1978), de Jeff Wall, que refleja cómo en ocasiones la imagen ha sido la que ha inspirado trabajos actuales y no a la inversa. La instantánea que detalla una habitación caótica con una cama rota fue la que sirvió como fuente de inspiración a Tracey Emin para realizar la pieza con la que quedó finalista en 1999 en el Premio Turner. No ganó, pero la composición –una cama sin hacer, rodeada de condones usados, ropa interior con manchas de sangre, entre otros objetos– consiguió convertirla en una artista de renombre y situarla casi al mismo nivel que el polémico Damien Hirst. Por su parte, la galería Barbican también se rinde a los encantos de la cámara. Hasta el 13 de enero acoge «Todo en movimiento», una inquietante exposición con imágenes de los 60 y 70 en las que los fotógrafos eran testigos estáticos de una realidad en continuo cambio. Doce artistas detallan un mundo desde una visión predominante de izquierdas que condena la colonización y la dictadura, o, en el caso del apartheid, ambos a la vez. La Tate ha querido realizar su particular homenaje a este arte de la mano de William Klein y Daido Moriyama. Se trata de la primera retrospectiva conjunta de dos de los más grandes e influyentes fotógrafos vivos. Nacidos con diez años de diferencia y en dos países en apariencia dispares –EE UU y Japón, respectivamente– la obra de este par de transgresores y potentes visionarios está profundamente marcada por sus ciudades, Nueva York y Tokio. Hasta el 20 de enero, la muestra, que lleva el nombre de los dos genios, presentará los puntos de contacto y examinará la relación entre ambos artistas, duros y sin complacencia, a través de un conjunto de 300 obras. El museo Victoria & Albert ha querido alargar el «invierno fotográfico londinense» y hasta el 7 de abril acogerá «Luz de Oriente Medio». Se trata de la primera gran antología de fotógrafos contemporáneos que siguen desempeñando su pasión en una de las zonas más conflictivas del mundo.