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Los clásicos no mienten

La Compañía Nacional saca lustre en Almagro a «La verdad sospechosa»
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Autor: Juan Ruiz de Alarcón. Versión: Ignacio García May. Dirección: Helena Pimenta. Reparto: Rafa Castejón, Marta Poveda, Fernando Sansegundo, Nuria Gallardo. Almagro 4-VII-2013.
Al contrario que en sus anteriores trabajos con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), accesibles y en algunos casos bien conocidos por el público –como el inmediato, «La vida es sueño»–, la nueva apuesta de Helena Pimenta, «La verdad sospechosa», camina por el alambre de la complejidad. Un terreno que pisa en lo formal, con diálogos largos de inasible interpretación, por más que la versión de Ignacio García May haya limado lo superficial y sea bastante limpia, y de una moralidad cuyo sitio hoy nos cuesta acomodar en los géneros elegidos por Juan Ruiz de Alarcón, la comedia y la tragedia, sin sangre, pero tragedia al cabo, en el desenlace al menos, con castigo para el mentiroso protagonista. En esta comedia trágica, como la definía ayer Jaime Siles en un encuentro de críticos teatrales auspiciados por la Unir en Almagro, el autor enfrenta a Don García a una lección: la mentira es un vicio execrable y se paga. «Y aquí verás cuán danosa / es la mentira; y verá / el senado que, en la boca / del que mentir acostumbra, /es la verdad sospechosa». Dicho de otra manera: el cuento del pastor mentiroso y el lobo. Cuando García quiere convencer a su padre y a Jacinta de que ha engañado a ambos por amor, la única verdad que habrá dicho, apenas tiene ya crédito. Escrita entre 1618 y 1621 por aquel dramaturgo mexicano contrahecho y objeto de burlas, hábil en la pluma para hacerse su hueco en el Madrid de Lope de Vega, Tirso o Vélez de Guevara, hay en su moralizante mensaje más de una lectura interesante en la España de hoy donde la palabra dada cada vez vale menos. Verdades, mentiras, medias verdades... Con este juego de engaños arrancó la 36 edición del Festival de Almagro.
Helena Pimenta ha firmado un hermoso trabajo que busca sus claves estéticas en los estertores del siglo XIX, como si quisiera encontrar en el ideario estético chejoviano la razón de ser de lo que ocurre en escena. No le va mal, funciona en los figurines de Alejandro Andújar. Y funciona, por separado, la arriesgada y conceptual escenografía del propio Andújar, con el proscenio inclinado y una disposición en ángulo de los paneles móviles que conforman las paredes, en las que se abren y cierran puertas y ventanas escondidos y en los que en grandes letras proyectadas leemos todo lo que necesitamos para situarnos: Madrid. Cabe preguntarse sin embargo por qué se optó por un vestuario de época más conservador. Aceptado, en cualquier caso, el efecto, y sumado a las sonatas románticas de un piano que se lamenta con sonidos mexicanos creando una melancolía con algo de fresco mediterráneo, crea imágenes bellas. Como en otros montajes, Pimenta acierta en lo estético. Y, como es ya norma en esta CNTC, su reparto tiene pocos o ningún pero, con trabajos de verso redondos, entrega y frescura. Debutante casi en esto de los clásicos, a Rafa Castejón no le viene grande el traje del protagonista, y aunque no es un galán al uso, tiene registros y desparpajo. Con algo de astracán al comienzo, más en su sitio según avanza en cuanto a poderío y limpieza de verso, el padre herido que interpreta Joaquín Notario está en su línea de trabajos notables. Marta Poveda y Nuria Gallardo se comen sus escenas transmitiendo una alegría y un amor a lo que hacen que sólo puede llamarse ganas de pasarlo bien. La primera además aporta sensualidad a su Jacinta, una provocación buscada en este montaje y una apuesta tan picante como cómica. Todos bien, en fin, en un título con menos personajes que otros del Clásico, y en el que es imposible olvidar el destacado Don Juan de Sosa, puro nervio cómico, de David Lorente.
Reivindicar las escenografías
En estos tiempos de austeridad minimalista en las propuestas escenográficas, resulta oportuna la exposición programada éste año por el Festival de Almagro en la Iglesia de San Agustín. Un recorrido por algunas de las maquetas de escenografías más llamativas del teatro español. Nombres como Sigfrido Burman, con sus creaciones geométricas, Vitín Cortezo o el impresionante trabajo de Giorgo Busato se reunen en esta «arquitectura de los sueños», que no se olvida del «cinefluo», fabulosa recreación naval del propio Busato, o las linternas mágicas que hicieron furor en el siglo XIX.