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Los «clicks» se quedan huérfanos

El empresario Horst Brandstätter muere a los 81 años. Con 2.700 millones de figuras vendidas, convirtió sus juguetes en iconos generacionales
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El empresario Horst Brandstätter muere a los 81 años. Con 2.700 millones de figuras vendidas, convirtió sus juguetes en iconos generacionales
El pasado 3 de junio falleció un anciano multimillonario alemán llamado Horst Brandstätter. Lo cual probablemente les dejará a ustedes igual que a quien firma. Pero si decimos que Brandstätter fue, junto a Hans Beck, el creador de los «clicks» de Playmobil, toda una magdalena proustiana nos devolverá a más de uno a esa mañana de algún 6 de enero o a ese cumpleaños en el que recibimos y abrimos con impaciencia el regalo más codiciado: el barco pirata de los «click». ¿Nunca lo tuvieron? Bueno, puede que cayera el castillo medieval, el set de safari, el rancho vaquero, o aunque fuera tan sólo una caja de clicks sueltos... No ha habido casa en la Europa occidental en la que no hubiera algún miembro de esta plástica especie que amenazó con conquistar el planeta: más de 2.700 millones de figuras ha vendido hasta la fecha la empresa juguetera alemana desde 1974, cuando se llamaba Geobra y lanzó su nuevo producto. «Su idea revolucionó el mercado del juguete y puso una sonrisa en las caras de los niños de todo el mundo», decía ayer la compañía en un obituario. Brandstätter falleció a los 81 años, pero puede descansar tranquilo: pocos empresarios han hecho tan felices a millones de niños y han traducido eso, además, en un imperio empresarial.
Para cualquier chaval que creciera en los años 80, hubo siempre varias decisiones que tomar y que podían generar más discusiones que ser del Madrid o del Barça: ¿Exin Castillos o Lego? ¿Amstrad o Spectrum? Y, sobre todo, ¿Geypermans o Madelmans? Eso sí que era un debate. Los defensores de unos y otros podían llegar a las manos. Sin embargo, ninguno de los dos musculosos muñecos con todo su kit de supervivencia hizo sombra a los auténticos reyes de las jugueterías: los «clicks». Nada en ellos parecía muy especial: su sonrisa pintada de un trazo curvo bajo los dos puntitos marrones que eran los ojos; sus cabezas con forma de copas en las que el flequillo picudo se enroscaba como una boina; sus piernas y pies rígidos, que giraban sólo en la cintura con un movimiento pendular; sus manos sin dedos, con forma de llave inglesa, en la que espadas, antorchas o rastrillos se ajustaban con rigidez; los faldones abombados que diferenciaban a las chicas de los chicos; la línea recta que les partía el pecho como si los hubieran operado a todos a corazón abierto... Probablemente los clicks sean el muñeco menos flexible y más simple que se haya inventado: los G. I. Joe, las figuras de «Star Wars» o los Masters del Universo eran mucho más articulados y completos, y con mejor definición, expresión y terminado que los bobalicones habitantes de un úniverso estandarizado en el que, desprovistos de complementos y atuendos, un indio era igual que un vaquero y un caballero medieval, idéntico a un granjero. ¿Entonces qué tenían para triunfar como lo hicieron?
La clave quizá esté en la perfección de la relación entre diseño y versatilidad. Cuando Brandstätter encargó su nueva criatura a Hans Beck (1929-2009), en plena crisis económica causada por el petróleo, tuvo claro dónde estaba el negocio: «Desarrollar un sistema de juego totalmente nuevo, que se pudiera ampliar constantemente. Su requisito era lograr la mayor cantidad de valor de juego en una cantidad mínima de plástico». Al menos, así lo explicaba ayer la empresa. Otra teoría, menos elaborada, defendería lo simpáticos que resultan esos hombrecillos con los que un niño, entonces y ahora, puede formar bandas de cuatreros, hordas de vikingos o misiones de aventureros espaciales. Cualquier chaval daría una explicación mucho más acertada: los «clicks» molan.
Nacido el 27 de junio de 1933, el sr. Playmobil, como terminaron llamándole los niños, estaba destinado a ser juguetero, ya que su familia poseía Geobra, una casa centenaria. A los 19 años ya estaba en ello, formándose como moldeador. Accionista a los 21, renovador de las anticuadas estructuras de la empresa, Brandstätter dio en el clavo en 1958 con los hula hoops, que arrasaron en Europa. En los 70 llegó la crisis del petróleo y el inquieto juguetero confió en su jefe de diseño, Hans Beck (1929-2009), para inventar un sistema de juego nuevo. La clave: que se pudiera ampliar constantemente y que, con una cantidad mínima de plástico, lograra una mayor capacidad de juego. La respuesta, en 1974, fueron 7,5 cm de plástico en colores chillones llamados a cambiarlo todo.

James Bond y Harry Potter, a lo Playmobil

En 2014, las ventas del Grupo Brandstätter ascendieron a 595 millones de euros. Horst Brandstätter deja 4.170 empleados en todo el mundo y unas figuras convertidas ya en icono cultural. Los coleccionistas buscan los modelos antiguos –los clicks han pasado por varios rediseños– y los «customizan» para representar todo tipo de escenas de la cultura pop: hay Beatles y zombies click y toda suerte de guiños a películas, desde «Star Wars» a «La naranja mecánica» (dcha.), o las sagas de Harry Potter y James Bond.

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