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«Los desiertos crecen de noche»: Tan arriesgado como ingenioso

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No debí de ser yo el único espectador gratamente sorprendido la temporada pasada al ver, en el montaje de Festen, a Jesús Noguero y a Clara Sanchis compartiendo escenario no ya solo en el plano actoral, sino también en el musical.

Autor: J. Sanchis Sinisterra.

Director: J. Noguero y C. Sanchis.

Intérpretes: J. Noguero, C. Sanchis, D. Lorente, V. Rasero y C. Delgado.

Teatro del Barrio. Madrid. Hasta el domingo.

No debí de ser yo el único espectador gratamente sorprendido la temporada pasada al ver, en el montaje de Festen, a Jesús Noguero y a Clara Sanchis compartiendo escenario no ya solo en el plano actoral, sino también en el musical, tocando el acordeón él y ella el piano en algunas escenas francamente bonitas de aquella propuesta. Puede que incluso ellos mismos se sorprendieran del resultado, y tal vez por eso hayan decidido juntarse de nuevo y recuperar esa química teatral y musical en Los desiertos crecen de noche, una obra codirigida por ambos a partir de unos textos –algunos sumamente interesantes- de José Sanchis Sinisterra. Y, para que este renovado hermanamiento escénico se produjese en condiciones ideales, era prácticamente obligado completar el reparto con actores de confianza que pudiesen contribuir a crear un clima casi familiar donde el trabajo y el juego pudieran confundirse felizmente. Y eso es lo que han logrado entre todos; la verdad es que, junto a los ya mencionados Noguero y Sanchis, David Lorente –que también coincidió con ellos en Festen y anteriormente en la Compañía Nacional-, Vanesa Rasero y Concha Delgado están sencillamente estupendos. Dos cosas dan unidad a este ecléctico y fragmentario espectáculo, y una es precisamente esa festiva y talentosa compenetración que existe entre todos ellos.

El otro nexo dramático, amén de la música, sería la reflexión última que proponen las piezas seleccionadas y que parece apuntar a la desbordante palabrería que llena nuestra realidad; al uso que hacemos de esas palabras -tan absurdo a veces, otras tan desesperado- para llenar un silencio que se nos antoja horroroso porque es sinónimo de vacío, y un vacío que nos aterra por inexorable e incomprensible. Cada una de estas piezas funciona de manera independiente, con su propio argumento y su diferente tono. Todas están teñidas por cierto surrealismo, eso sí; pero resulta muy original ver cómo ese surrealismo no solo sirve para llegar al humor disparatado, sino que además funciona para arrastrar a los personajes, en algunas escenas, hacia ignotos territorios en los que la ternura, más que la comicidad, será lo definitorio de sus actos.

LO MEJOR

David Lorente, una vez más, vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores cómicos de nuestro país.

LO PEOR

La obra necesita pulirse en cuanto a ritmo y duración: sobran bastantes minutos.