El desafío independentista

Los falsos mitos del catalanismo: de Santa Teresa a Joan Miró

Joan Miró
Joan Mirólarazon

A veces hay que fijarse en los secundarios que rodean a los protagonistas para entender dónde estamos y hacia dónde vamos. El pasado 9 de diciembre, el presidente de la Generalitat Quim Torra realizaba un simbólico ayuno de 48 horas en la abadía de Montserrat en solidaridad con los políticos presos. No estaba solo. Entre aquellos que lo acompañaron en la gesta se encontraba un personaje peculiar llamado Víctor Cucurull. A través de algunos videos que circulan por redes sociales se han podido conocer las peculiares conferencias de Cucurull en las que afirma, por ejemplo, que Santa Teresa de Jesús no era de Ávila sino que fue una abadesa del monasterio de Pedralbes, en Barcelona, porque, según sus palabras, “era una catalana de arriba a abajo”.

Cucurull, al igual que algunos otros seguidores de la causa, se han propuesto reescribir la historia y aportar nuevos mitos y mártires a la causa. Uno de ellos viene en unos días cuando la editorial Llibres de l’Índex presente un libro en el que viene a demostrar que Pedro Calderón de la Barca era en realidad un catalán llamado Felip Ramon Calders que se vio obligado a huir de Cataluña para instalarse en Madrid bajo la protección de Felipe IV. Fue allí donde se habría disfrazado con el seudónimo del dramaturgo del Siglo de Oro.

Este querer reescribir la historia no se limita únicamente a nombres de la literatura clásica. Cierto nacionalismo ha querido dar una nueva lectura a episodios más recientes en el tiempo. En marzo de 1966, un grupo de intelectuales y artistas se encerraba en el convento de los capuchinos de Sarrià, en Barcelona, para constituir el Sindicato Democrático de Estudiantes. Entre aquellos que se encerraron en aquella protesta estaban nombres como los de Antoni Tàpies, Carlos Barral o José Agustín Goytisolo a quienes no se puede definir como independentistas, pero sí de demócratas. Sin embargo, alguien desde la Generalitat quiso darle una nueva lectura a la conocida como “Caputxinada”. El 6 de diciembre del pasado año, consellers y diputados se encerraban en el mismo lugar para realizar un ayuno en solidaridad con los políticos presos. El acto contó con la intervención en una pantalla del mismísimo Carles Puigdemont.

Pero esto no es algo que se circunscriba a una presidencia de la Generalitat. La de Artur Mas también jugó esta baza, en ocasiones con resultados discutibles. En 2013 se conmemoró el centenario del nacimiento de Salvador Espriu, un poeta que trató de crear puentes entre Cataluña y España. Sin embargo, la excesiva conmemoración institucional prefirió dibujar al autor de “La pell de brau” como el independentista que no fue.

Hay más casos. Tres años antes, el entonces conseller de Cultura Joan Manuel Tresserras presentaba un cuadro adquirido para el Museo de Historia de Cataluña. La Generalitat había adquirido una pintura original de Joan Miró de 1977 con el lema “Volem l’Estatut” (“Queremos el Estatuto”). Miró, de quien su nieto ha reconocido que mantenía una buena amistad con el entonces Rey Juan Carlos con quien le gustaba dialogar en Palma de Mallorca, fue presentado por Tresserras como un independentista renacido a título póstumo. Esto es lo que dijo el conseller durante la presentación de la pieza a los medios: había “un mensaje encriptado” de Miró porque en realidad lo que el pintor quería escribir en esa pintura era “Volem l’Estat”, es decir,” Queremos el Estado”.

La reivindicación de una cultura en detrimento de otra es algo que conoce bien la hoy diputada Laura Borràs mientras fue consellera de Cultura y antes la muy poderosa directora de la Institució de les Lletres Catalanes. En su etapa al frente de la Conselleria rechazó, por ejemplo, asistir a la gala de entrega del Premio Planeta, al igual que hacer acto de presencia en el funeral del editor Claudio López de Lamadrid. En este último caso, Borràs justificó su ausencia argumentando que ya había expresado su pésame a través de redes sociales. Es la misma consellera que este año se equivocaba citando los últimos y célebres versos de Antonio Machado, aquel poeta a quien hace unos años se le quiso retirar su nombre de una calle de Sabadell por tildarlo como “españolista”.