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Luis Ramiro: "No se es mejor cantante por tener más seguidores en Instagram"

Ha publicado seis discos y cuatro libros, el último es «Metralla y purpurina» (Planeta).

Foto: Jesús G.Feria
Foto: Jesús G.Ferialarazon

Ha publicado seis discos y cuatro libros, el último es «Metralla y purpurina» (Planeta).

Luis Ramiro es un hombre de frase corta y mirada larga. «Sus grandes ojos fijos», que diría Neruda, hablan más que él cuando escucha atento y posa su mirada sobre su interlocutor, con la delicadeza del vuelo de una mariposa. Es un seductor sin pretenderlo. Y no es raro con tantas armas: la calma de su conversación, la poesía, la música... Lleva publicados seis discos y cuatro libros. Y con cada uno de ellos ha conseguido afianzar su público y su reconocimiento. Pero ni siquiera el éxito ha conseguido robarle la paz, tal vez porque sabe valorar las cosas en su justa medida. Es el hombre tranquilo que todos querríamos ser o, al menos, encontrar en nuestro camino. Supongo que ayuda mucho el tiempo que dedica a pensar y a leer.

–¿Es verdad que dedica horas a pensar y a leer?

–Bueno, a pensar la verdad es que sí. Y creo que es un defecto porque cuanto menos se piensa yo creo que más feliz está uno. Y leer me gusta mucho y le dedico bastante tiempo. Tengo la suerte de vivir muy bien, porque no tengo obligaciones y vivo de mis discos y mis libros.

–Un privilegiado, desde luego. El último libro es «Metralla y purpurina» (Planeta), ¿no?

–Sí. Se ha publicado hace poquito en Planeta; pero la verdad es que no me exigen historias promocionales y solo me muevo para los conciertos que hago por España. Fuera no toco, porque no cojo aviones.

–¿No coge aviones?

–No. Por historias de agorafobia. Bueno, se mezcla todo. Es como un poco miedo a la distancia y también a los aviones... Y tengo como reto Mallorca y Canarias, donde tengo mucho público, o Latinoamérica donde tengo más aún; pero no he ido y nunca podré ir, aunque me encantaría.

–¿Y no puede hacer algo?

–He hecho de todo con psicólogos y psiquiatras, pero no han podido dar con mi tecla. Pero no hay que amargarse por lo que no puedes hacer y estar pensando todo el día en qué putada es no poder hacer esto y qué desgraciado soy.

–Vamos, que no es algo que le haga infeliz..

–Yo creo que soy moderadamente feliz. Vivo tranquilo y no tengo presión. Al principio cuando empezaba y había discográficas de por medio la tenía, pero en la mitad de mi carrera desconecté y desenchufé de todo eso, porque al final me creaba infelicidad. Esa infelicidad que tiene mucha gente y entre ella muchos músicos y que les lleva a estar todo el día preguntándose «a ver cuánta gente meto, a ver cuántos discos vendo...». Y andan con el concepto del fracaso equivocado.

–Explíquese.

–Pues que si su primer disco vende un millón y el segundo medio millón, aunque sea una cifra enorme le llaman fracaso. Todo el mundo alrededor le llama fracaso. Con lo cual al final esta sociedad te lleva a intentar competir todo el tiempo, a compararte con los demás.

–Está usted en un estado zen y de sabiduría envidiables. Hay que ver lo claro que lo ve todo.

–Eso me dicen de broma muchos amigos cantautores, que no entienden como estoy así de zen. Y la verdad es que ha sido un proceso de unos tres o cuatro años, diciéndomelo a mí mismo todo el rato: «No te compares, no te compares». Porque de cabeza la teoría te la sabes, pero la tripa es otra cosa. Te lo tienes que decir muchas veces y, por lo menos en mi caso, ha funcionado.

–Gran ejercicio de duro autocontrol, la verdad. Y eso que el mundo piensa que los cantautores lloran por los rincones y son blanditos...

–Eso es un mito falso. Si yo tuviera una hija le dejaría que se fuera con todos los grupos de rock y heavy metal o hip hop, pero con los cantautores, prohibido...

–¿Tanto peligro tienen?

–Somos los peores. Somos mucho más crápulas que los del mundo del rock.

–Ya. Y como seducen a las chicas con un verso...

–Bueno, aunque soy muy pudoroso con estas cosas, te diré que eso es el efecto escenario. Cuando ves a alguien que admiras sobre un escenario te vuelves loquísimo.

–También está el efecto redes. Y usted tiene casi 50.000 seguidores en Instagram.

–Sí, pero no se puede medir la popularidad en seguidores. Sobre todo porque hay que cantar o escribir para las personas que te estén viendo o te lean, sean dos mil o cincuenta mil.

–¿Qué quiere decir?

–Que son muchos los que no son capaces de tocar en salas pequeñas o aceptar que unas veces puede venir muchísima gente y otras menos. Yo he visto salir del camerino a gente llorando, pensando que es una mierda y que no vale para nada e incluso diciendo que no les quiere nadie porque hay ido poca gente a uno de sus conciertos. Y no se dan cuenta de que aunque haya cincuenta personas o mil quinientas, las canciones son las mismas. Y vaya más o menos gente tú sigues siendo el mismo y lo que presentas es lo mismo, no pierde valor. No se es mejor cantante por tener más seguidores en Instagram.

–No se puede usted quejar de las redes, porque sus libros de poesía se venden a miles y las redes tienen mucho que ver.

–Estamos inmersos en el consumismo. Por eso, la gente lo quiere todo rápido y lee menos novelas. Hay un ensayo de Jonathan Franzen, que es de mis escritores favoritos, que dice que la novela larga está en peligro. La gente quiere gratificación inmediata: poner la foto, tener un «like», ver lo que hacen en el momento tus amigos, tu jefe, tu novia... Yo, cuando tenía novia, no quería que me agregase al Facebook, porque yo no soy el de Facebook ni el de Instagram.

–Pero las redes le han ayudado a vender poesía...

–Claro, porque en la red ves un tuit, un micro poema o un poema que son cuatro versos y te engancha, te gusta, te compras el libro y te emocionas. Tiene que ver el gusto por lo rápido y lo corto.

–¿También ayudan a vender discos o los discos ya no se venden?

–Sí, se venden en los conciertos. Los compras porque te los firman, porque sabes que así financias los discos... Yo me financio los míos. Y luego Itunes..., pues, yo conseguí sin compañía discográfica tener mi disco anterior en el el número 1 durante una semana, sin promoción ni manager.