Gonzalo Alonso

Malas costumbres musicales

La Razón
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Dicen que el hábito no hace al monje, pero en nuestros días todavía es costumbre que los profesores de una orquesta vistan de frac a pesar de que el calor sea sofocante, mientras que las profesores/as lo hagan con ropas ligeras y frescas por muy negras que sean. Para colmo el director de orquesta puede subirse al podio con una simple camisa. La situación es inexplicable y, de hecho, puede alejar a nuevos públicos que vean la música clásica como algo trasnochado. Algunas formaciones han encargado uniformes a modistos de prestigio, pero el ejemplo no ha cundido. Estamos cansados de los móviles, las toses o las envolturas de caramelos convirtiéndose en un instrumento más de la orquesta en los momentos más inadecuados. A veces alguien del público protesta y su voz empeora las cosas. No valen los avisos en los programas, ni las advertencias iniciales por megafonía con grabaciones de lo más originales. Incluso tampoco que algún director (Barenboim) se lleve como extra a un actor para avisar sobre cómo ha de ser el comportamiento. Tampoco es que los responsables de los centros musicales sean un modelo. Hubo quien echaba del escenario a empujones a maestros como Rostropovich si se pasaban de la hora con las propinas y quien llegó a cansar tanto a un gran pianista que arrojó la banqueta al patio de butacas y juró no volver a aquel auditorio. También quien no acaba de entender que su butaca no puede estar en un lugar que obligue a levantarse a toda la fila si ha de salir a resolver cualquier incidente. Que se lo pregunten a quien cesaron por unos graves incidentes en la gala de homenaje a un célebre tenor. Los promotores de conciertos dedican mucho esfuerzo a la promoción o al diseño de los programas de mano, aunque estos cada vez sean más paupérrimos, pero a veces se olvidan de leerlos. Sucede entonces que no se anuncian convenientemente los descansos, desconcertando al solista, que no sabe por qué el público se queda sentado esperando que siga tocando. O se traduce «Der Knaben Wunderhorn» como «El chico del maíz». Son anécdotas bien recientes en Madrid. También los críticos tenemos nuestros comportamientos inapropiados. Desde creernos que podemos pasarnos las colas para recoger entradas a pensar que ya hemos escuchado suficientes «Cuatro estaciones» y saltarnos la segunda parte de un concierto que luego cambia la obra en cuestión y se publica la crónica de algo que nunca existió. Para nota aquella vez que en la misma página se publicaba la crítica de una ópera y, al lado, el anuncio de su cancelación. Los medios de comunicación tampoco se salvan. Muy bien lo expresó Joan Matabosch en una reciente entrevista: es falta de respeto a su autor juzgar un estreno como si se tratase de un partido de fútbol, a la media hora de su audición.