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Más que una pasión

La Razón
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Para los que nos dedicamos a la moda en España, especialmente los que insistimos en sus especialidades más teóricas –historia, psicología, sociología, antropología o filosofía de la moda–, el fallecimiento de Margarita Rivière es un golpe difícil de encajar, máxime si sucede en un día soleado de marzo, para más Inri, en domingo, con la primavera estallando como una cruel ironía del destino más. Margarita había publicado «La moda. ¿Comunicación o incomunicación?», que se convirtió en una cita ineludible, junto al clásico de la materia «El sistema de moda», de Roland Barthes, ambos en Gustavo Gili, para todos los que a finales de los setenta, la moda se había convertido ya en nuestra profesión. El libro, ameno, pero preciso, entre resumen de tesina y entretenimiento culto, repasaba la moda, esa visión de la moda como sistema de signos que tan en boga estaba al final de una década marcada por el desplazamiento de las visiones teóricas de cualquier fenómeno social desde la sociología clásica hacia la moderna semiología francesa, italiana o americana. Todavía hoy recuerdo su división entre el periodo aristrocrático, el burgués y la sociedad de consumo, entonces última conquista del capitalismo americano en su guerra de los mundos contra la economía planificada de la URSS. El libro, con un prólogo de José Luis López Aranguren, el Jean-Paul Sartre de los intelectuales españoles de entonces, suponía un antes y un después en nuestra mirada crítica sobre la moda y sus innumerables conexiones sociales y sociológicas. Gracias a la oportunidad de ese libro y a su valiosa repercusión, Margarita se convirtió en la intelectual con la que había que contar para cualquier debate sobre la materia que se preciase. Ése es el motivo por el que la invité a participar en un ciclo de conferencias para Induyco, en los 80. Allí le escuché una anécdota con la que me gustaría recordarla: «Una tarde de finales de los años sesenta, mi madre dobló cuidadosamente su traje de chaqueta de Chanel, lo envolvió en papel de seda y lo guardó en una caja de cartón. Conforme la veía, pensé que ese traje no volvería a pisar la calle...». Extraña reflexión de toda una generación de «enfant terribles» porque creo que era 1986 cuando Claudia Schiffer iniciaba a las órdenes de Karl Lagerfeld un desfile de Chanel con esa prenda como «leit motiv» de toda una exitosa colección. «Todo pasa y todo queda», con permiso de don Antonio. En Margarita, el amor por la moda, interrumpido por su brillante dedicación al periodismo político, no era sólo una pasión intelectual. Como mujer mediterránea, sensible, inteligente, esa pasión podía convertirse en literatura ante la más mínima oportunidad de la vida, por ejemplo, la de contemplar en la intimidad a esa burguesía ilustrada de la Diagonal cuando se despide de sus símbolos más queridos. Hoy más que nunca, nos quedan su intuición, su atrevimiento, su eterna rebeldía de «gauche divine», que amaba de la moda su capacidad para hacer el retrato perfecto de un mundo siempre en grave «peligro de extinción». Descanse en paz.