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Libros

De Mata Hari a Snowden: tras la búsqueda del espía perfecto

El historiador Martínez Laínez repasa la influencia de los servicios de inteligencia a lo largo del siglo XX y cómo han influido en su evolución

Mata Hari, una de las espías más famosas, pero menos conocidas, de las que en este libro se revelan muchos aspectos interesantes de ella
Mata Hari, una de las espías más famosas, pero menos conocidas, de las que en este libro se revelan muchos aspectos interesantes de ellaArchivo

En vida, decía John Le Carré que le gustaba la idea de ser enterrado con su obra «El sastre de Panamá», tal era la estima que sentía por ella. Contaba cómo un prestigioso sastre inglés residente en el país centroamericano es elegido como agente para el Servicio de espionaje británico, y ve el país como un avispero de droga, blanqueo de dinero y corrupción, de periodistas y políticos que manipulan sin rubor la realidad según sus conveniencias. Era la forma de de satirizar el espionaje moderno, que consideraba una simple caricatura del más auténtico y novelesco, más arriesgado y trascendente, el de la época de la Guerra Fría que él conoció de primera mano. Le Carré fue oficial del servicio de inteligencia inglesa y extranjera, y firmó libros como «Un espía perfecto», «El espía que surgió del frío» o «El espejo de los espías», demostrando que el Reino Unido y el espionaje van tradicionalmente asociados.

Junto al contexto británico, asimismo habría que destacar el ruso; así, toda la verdad del mar de asesinatos, traiciones y estratagemas que el gigante país euroasiático orquestó o sufrió en el siglo XX apareció en un libro sobre los espías soviéticos de Jonathan Haslam, «Vecinos cercanos y distantes». En él se podía hallar un gran cantidad agentes que traicionaron al régimen, desertores incluidos, que pertenecieron a órganos como KGB, GPU, OGPU, NKVD, GRU y MGB, más el Cuarto Departamento y la Checa, fundados por los bolcheviques. El vecino «cercano» sería el civil KGB (Comité para la Seguridad del Estado), el vecino «distante» sería el militar GRU (Departamento Central de Inteligencia). Y alrededor, aquellos que espiaban y contra espiaban, que vivían una doble vida en que la información constituía un tesoro con el que lograr sacar ventajas del enemigo y adelantarse a los acontecimientos.

Hasta el momento de la publicación de «Vecinos…» (edición española de 2016) no existía ningún libro que acogiera todas las ramas del espionaje soviético: la KGB y el GRU, el espionaje humano y el espionaje de las comunicaciones, así como las operaciones de espionaje y contraespionaje en el extranjero. Se cubría entonces ese vacío con un pormenorizado estudio que aspiraba a mostrar el espionaje soviético en todas sus vertientes y a proporcionar al lector la forma en que se libró una guerra soterrada entre el Este y Occidente. Pues bien, a ello se añade ahora un trabajo realmente estupendo de Fernando Martínez Laínez «Top Secret. Un siglo de espías: de Mata Hari a Snowden».

En sus páginas, por supuesto, tiene una relevancia absoluta el ámbito inglés y ruso, con personajes tan conocidos como Kim Philby, un británico convencional con idealismo comunista, un oficial de la NKVD, la agencia de inteligencia de Stalin, que estropearía cada operación de espionaje que el Reino Unido y Estados Unidos (desde la CIA) intentaban urdir, pues todos los secretos le eran revelados al KGB. Philby obedecía a rajatabla a sus superiores soviéticos, pese a que tal situación le deparase un pánico atroz ante la posibilidad de lo que descubrieran. Si ocurría tal cosa, era hombre muerto, claro está.

Por otra parte, Martínez Laínez –que además de novelista, experto en política internacional, en especial de Europa del Este y la antigua URSS, es presidente y cofundador del Club Le Carré– estructura su libro en torno a cuatro grandes etapas, las que coinciden con las dos guerras mundiales, el periodo de entreguerras y la Guerra Fría. Con ello se va entendiendo cómo, por ejemplo, el espionaje secreto en Moscú entró en declive con el desmoronamiento de la Unión Soviética, donde ya se empezó a ver espionaje como parte de un viejo sistema al que no cabía dotar de tanto presupuesto como antaño.

Controlar la voluntad

Según algunas investigaciones, alrededor del 40-60% de los diplomáticos de las embajadas soviéticas eran realmente agentes cuyo cargo constituía una mera tapadera. Y de eso diríamos que va «Top Secret», de tantos y tantos espías que actuaron para unos servicios de inteligencia que, «en ocasiones, llegan a controlar y suplantar al poder soberano, supuestamente elegido por la voluntad popular», dice el autor, que apunta interesantes reflexiones sobre el modo en que puede desenvolverse la inteligencia secreta en nuestro siglo. Pero, sobre todo, el libro constituirá una jugosa manera de conocer por extenso los casos más conocidos del espionaje y, a la vez, descubrir un sinfín de historias curiosas de otros espías mucho menos conocidos.

Martínez Laínez empieza hablando de cómo en toda Alemania, en el periodo de la Gran Guerra, «un temor desenfrenado a los espías produjo efectos cómicos, pero también muy graves. (…) La desconfianza entre la población civil y los ejércitos era general. Se fusilaba por una conversación o una luz sospechosa, y se veían espías por todas partes». Por otro lado, en Gran Bretaña, «la histeria alcanzó niveles nunca vistos al declararse la guerra, con la aparición espontánea de los llamados “cazadores de espías”», creándose así todo un ambiente de psicosis, lo cual se repitió en el curso de la Segunda Guerra Mundial. De este modo, «en este escenario de odio al espía, falsas denuncias y nacionalismo exacerbado surgió el nombre de una espía mítica, Mata Hari, fusilada en los fosos del castillo de Vincennes». Tan mítica, por cierto, como mediocre, al decir del estudioso, el cual sigue la trayectoria de esta «mala agente secreta», de vida desgraciada y obsesionada con acostarse con soldados de diferente nacionalidad y presumir de ello públicamente.

Mucho menos célebre es Elsbeth Schragmüller, a la que los franceses apodaron Mademoiselle Docteur o Fraülein Doktor, una buena espía, pues «se encargó de mantener ocultas su verdadera personalidad y sus acciones de guerra» para el gobierno belga; en cualquier caso, su biografía tuvo tanto de rumores fantásticos, que en Francia se la acabó recordando «como un símbolo de erotismo insaciable, lo cual parece ser a todas luces falso». También hay que destacar a Sidney George Reilly, de ascendencia rusa, agente secreto de la Sección Especial de Scotland Yard y del Secret Intelligence Service y que participó en el golpe frustrado contra el Gobierno bolchevique en 1918. O a una mujer cuya actividad de espionaje ignoró la inteligencia de Estados Unidos dos décadas y que usaba Fidel Castro para obtener información en la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono: Ana Belén Montes, que fue capturada por el FBI.

El libro sigue el rastro de muchos otros personajes: Cicerón, «el espía albanés», «el traidor finlandés y el superespía Abel» o J. J. Angleton, el «poeta» de la CIA, hasta llegar al caso actual más famoso en el capítulo «Snowden, el espía que espió al Gran Hermano». Este espía de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos durante siete años, precoz ingeniero de sistemas, vive en la actualidad, y de manera anónima, en Moscú, donde pasea por las calles moscovitas intentando burlar las cámaras de vigilancia. Una situación, dice Martínez Laínez, que representa «el destino final de cualquier espía famoso cuando, sabiéndose perseguido, las luces del circo del espionaje se apagan y debe seguir viviendo con su mejor defensa: el anonimato perpetuo, la invisibilidad como ser humano, sin nada que lo distinga del resto de la gente que pasa por la calle. El verdadero espía perfecto».