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Meryl Streep sabe dónde están los Papeles de Panamá

La actriz es una viuda que trata de desentrañar el dinero de los paraísos fiscales en «The Laundromat», una cinta con vocación didáctica presentada ayer en el Festival de Venecia y en la que Steven Soderbergh explica el fraude del bufete de abogados Mossack Fonseca destapado en 2016.
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La actriz es una viuda que trata de desentrañar el dinero de los paraísos fiscales en «The Laundromat», una cinta con vocación didáctica presentada ayer en el Festival de Venecia y en la que Steven Soderbergh explica el fraude del bufete de abogados Mossack Fonseca destapado en 2016.
¿Cómo no admirar a un cineasta que se presenta a una rueda de Prensa con una camiseta de Lina Wertmuller? ¿Una declaración feminista, acaso, cuando comparte pupitre con Meryl Streep? Steven Soderbergh es un cineasta político, a veces. No hace falta recordar su arduo díptico sobre el Che para convencerse. Sin ir más lejos, «The Girlfriend Experience», que vendría a ser el contraplano a «The Laundromat», la sátira que, bajo el sello Netflix, presentaba ayer a competición en la Mostra, ya era un acerado análisis de cómo el capitalismo neoliberal había convertido el cuerpo femenino en un valor de cambio en un sistema económico modulado según el deseo masculino. Hablando de los papeles de Panamá, «The Laundromat» es más prosaica y menos sutil, tal vez porque, como decía Soderbergh quiere ser didáctica pero también entretenida.
El dinero circula como un loco en un coche sin frenos: si hay que atropellar, se atropella. El dinero, ya sea en un trozo de papel o conjugado en futuro en forma de crédito, es un virus. Tal vez por ello la película, coral y episódica, se parece tanto a «Contagio», también escrita por Scott Z. Burns. Si todos nuestros actos son, en cierta medida, una transferencia, el dinero es el culpable de conectar nuestras vidas, de amplificar los desastres del azar, de ocultar que lo que hacemos en Wisconsin o en Mallorca esté controlado desde un paraíso fiscal, donde una pobre oficinista que viaja en un autobús destartalado es consejera delegada de 25.000 empresas sin ni un solo empleado a su cargo.
Cuando Burns le propuso a Soderbergh la idea de adaptar el libro del periodista Jake Bernstein, tuvo claro que no quería hacer un reportaje de investigación. Por el contrario, ambos se fijaron en la estructura argumental de la argentina «Relatos salvajes» y escogieron como hilo conductor de la película a Jürgen Mossack (Gary Oldman) y Ramón Fonseca (Antonio Banderas), cabezas visibles de uno de los bufets de abogados panameño que montó una de las mayores farsas legales jamás imaginadas para que los ricos del mundo se libraran de pagar impuestos. Como narradores que hablan a cámara, defienden su posición vitaminada con suplementos de ironía, mientras conectan historias de los que se aprovecharon del tinglado y de sus víctimas, que no fueron pocas. Una de ellas es una viuda (Meryl Streep) dispuesta a invertir su jubilación en descubrir a los culpables.
Solo 13 días de rodaje
«Es como si la complejidad de todas esas actividades financieras fraudulentas fuera una broma». Pero pesada. «Una broma a nuestra costa», añade Streep, que acaba de rodar la nueva película de Soderbergh en ¡trece días! «Una broma malintencionada contada de una forma divertida. Es un delito que ha dejado víctimas y muchas de ellas son periodistas. Hay gente que ha muerto a causa de ello», prosigue. Y Soderbergh concluye, contundente: «El sistema tiene que cambiar. Junto al cambio climático, esta clase de corrupción de la que estamos hablando es el mal endémico de lo contemporáneo».
Si, a un nivel estructural, la película está cargada de sentido, la brevedad de algunos de sus pasajes, las constantes interrupciones de los carismáticos Mossack (con el irresistible acento alemán de Oldman, eso sí) y Fonseca, y la dispersión de sus puntos de vista, a veces la condenan al encadenado de chistes ocurrentes. Streep cierra la sátira en un plano secuencia que sirve como prístina declaración de intenciones. Tal vez no hacía falta ser tan obvio pero resulta gracioso ver su transformación en Estatua de la Libertad, en ángel de la guarda de la democracia quitándose la máscara de viuda de provincias.
En «La red avispa», que completó la jornada a concurso, Penélope Cruz no es viuda, pero como si lo fuera. Su marido, el piloto que encarna Edgar Ramírez, la abandona en La Habana para instalarse en Miami huyendo del régimen castrista. No tardaremos en descubrir que, en realidad, es un espía de Fidel, uno de los Cinco Cubanos que, en la década de los noventa, destaparon una red terrorista con ramificaciones en América Central, creada con el consentimiento del gobierno estadounidense. Los que no vieran «Carlos», la eléctrica, premiada miniserie de Olivier Assayas sobre el terrorista venezolano, pueden arrugar el morro ante este «thriller» de espionaje con vocación internacional. Eso juega en contra del filme, que es plano como una tabla de planchar, tal vez porque prefiere hablar el esperanto de las imágenes que buscar su ADN. Estamos más cerca de «Loving Pablo» que de «Carlos», por mucho que el relato cambie de escenario intentando dinamizar una historia que carece de la más mínima tensión dramática.
Que un cineasta tan preocupado por la identidad haga una película de espías es coherente. «Ser espía significa dividir tu personalidad constantemente. Tiene poco que ver con ideologías o lealtades. El patriotismo puede ser el catalizador, pero siempre te sientes forzado a ser otra persona de la que eres», contaba Edgar Ramírez en rueda de Prensa. De ahí a la profesión de actor, o a la delgada línea que separa realidad y ficción en la construcción del ego, hay un paso. Si forzamos un poco la política de los autores, podríamos decir que «La red avispa» no es tan distinta de «Viaje a Sils Maria» o «Dobles vidas». También podría pensarse que Assayas ha intentado desdramatizar el género, dejarlo en sus huesos, enfriarlo, pero no es cierto. En el filme se dan cita todos los clichés del cine de espionaje en lo que respecta a la psicología de sus personajes: la dificultad de conciliar vida familiar y vida profesional, la ambigüedad moral, el secreto y la mentira como maneras de relacionarse con el mundo... Pero no profundiza en ninguno de ellos, tampoco para subvertirlos.
El aventurero Assayas
Hay algo de aventurero en el cine de Assayas, en la necesidad de trabajar fuera de la burbuja del cine francés, con actores inesperados; admitiendo, en fin, que el suyo es un cine de la aldea global, siempre a punto de mutar. Suponemos que el hecho de haber rodado en Cuba, cuyo gobierno al principio se negó a dar los permisos pertinentes («No creo que les hiciera mucha gracia que un cineasta francés hablara de un momento tan reciente de su Historia») para luego cambiar de opinión, era un aliciente después de dos producciones tan intimistas como «Personal Shopper» y «Dobles vidas». Es una pena que, al menos en esta ocasión, ese sentido de la aventura y del riesgo no se haya traducido en nada más que un «europudding» en clave latina, un ejemplo de epidérmico thriller de espionaje que ni siquiera sabe si defender la política castrista a pecho descubierto.