Meryl Streep: «El trabajo de un actor es encarnar vidas que no son como la suya»
La actriz se defiende de las críticas y reivindica el derecho de los actores a representar «todos los acentos»
Oviedo Creada:
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La actriz comenzó con una pregunta retórica, reflexionando sobre el papel social que desempeñan los actores, pera después introducir un giro imprevisto a sus palabras y defenderse de una de las críticas que a menudo le han hecho a ella y también a otros intérpretes en estos últimos años. «¿Qué es lo que hacen realmente los actores? El intangible don de metamorfosis del actor es lo que hace que sea difícil cuantificarlo o medirlo. ¿Qué importancia tiene para nosotros? ¿Qué valor?».
Vestida de riguroso negro y con una clara elegancia, la actriz señaló que «cuando veo una actuación que me llama especialmente la atención, puede permanecer dentro de mí durante días, a veces décadas. Cuando siento el dolor o la alegría de otra persona, o me río de sus disparates, siento como si hubiera descubierto algo veraz, me siento más viva y conectada. ¿Conectada a qué, exactamente? A otras personas, a la experiencia de ser otra persona. ¿Cuál es la magia de esta conexión? La empatía es el corazón palpitante del don del actor».
La actriz pronunció este preámbulo con una clara intención, para, después adentrarse en la cuestión medular alrededor de la cual giraba el discurso de recepción del Premio Princesa de Asturias de las Artes. Streep, que recordó a Federico García Lorca y cómo diseñó el vestuario de «La casa de Bernarda Alba», aludió a todos esos reproches que indican que un actor no puede introducirse en el papel de cualquier persona y que debe ceñirse a los estrechos límites su propia realidad. Reconoció que «en mi trabajo, me han criticado por alejarme demasiado de mi propia “experiencia vivida”, por alejarme demasiado de mi propia “verdad” e identidad. Todos esos acentos, ¿ya saben?», apuntó con intencionada ironía, casi de manera velada, pero bastante clara para quienes quieran entender. «¿Es una impostura? –prosiguió– ¿Querer abrazar el mundo? ¿Querer vagar, preguntarse o tratar de ver a través de tantos ojos de distintos colores y experiencias? ¿Quién soy yo, una buena chica de clase media de Nueva Jersey, para atreverme a meterme en la piel de la primera mujer primera ministra del Reino Unido? ¿O de una superviviente polaca del Holocausto?¿O de la árbitra del buen gusto en el mundo de la moda?».
Meryl Streep mencionó a Pablo Picasso y una de las frases que el artista pronunció: «Imitar a los demás es necesario. Imitarse a uno mismo es patético». Y recordó también unas palabras de Penélope Cruz: «¡No puedes vivir tu vida mirándote a ti mismo desde el punto de vista de otra persona!». Y lo hizo con una dirigida intención, para reivindicarse ella, su profesión y, también, su determinación de continuar ampliando registros, «esos acentos» a los que se refería, metiéndose en la piel de cualquier personaje de ficción o no ficción que ella considere apropiado: «Pues bien: persevero a pesar de los críticos... El trabajo de un actor es invadir, encarnar vidas que no son como la suya. Porque la parte más importante de nuestro trabajo es hacer que cada vida sea accesible y sentida por el público: en un pequeño teatro de Broadway o por streaming en cualquier parte del mundo».
La intérprete norteamericana recordó una norma que suele inculcarse a los hombres y las mujeres que han decidido aprender la carrera y los métodos que exigen la interpretación: «Una regla que se enseña a los actores en las escuelas de arte dramático es que no debes juzgar al personaje que estás interpretando. Juzgar te hace quedar fuera de sus vivencias. El compromiso que adquieres cuando te pones en su lugar es mirar el mundo desde el interior de su cabeza y de su corazón. ¡El público juzgará! Tú defiendes su causa lo mejor que puedes».
Meryl Streep, que se mostró en todo momento agradecida y emocionada por haber recibido este reconocimiento, vindicó su derecho a introducirse en cualquier papel basándose en una emoción básica, pero común en todos los seres humanos. «Cuando nacemos nos identificamos con los demás, sentimos empatía y una humanidad compartida porosa. Los bebés lloran sólo con ver las lágrimas de otra persona. Pero a medida que crecemos, nos ponemos a reprimir esos sentimientos y a suprimirlos para el resto de nuestras vidas; a suplantarlos a favor del interés propio o de una ideología, y a sospechar y desconfiar de los motivos de los demás. Así llegamos a este triste momento de la historia».
La actriz aseguró que «la empatía puede ser una forma radical de acercamiento y diplomacia, igualmente crucial en otros ámbitos de actividad. En este nuestro mundo cada vez más hostil y volátil, espero que podamos hacer nuestra otra regla que se enseña a todos los actores: lo importante es escuchar».
La intérprete, sin zozobra en la voz, con la firmeza de la que arrastra tablas, y una simpatía que no perdía en ningún momento, explicó que «el don de la empatía es algo que todos compartimos». Después procedió revindicar el séptimo arte, la fascinación que siempre procura el cine, al referirse a «la misteriosa capacidad de sentarnos juntos, extraños en un teatro o cine a oscuras, y experimentar los sentimientos de personas que no se parecen a nosotros ni suenan como nosotros, es una capacidad que todos deberíamos llevar dentro de nosotros al volver a la luz del día».
Streep, que reconoció que la esencia de su oficio continúa siendo un misterio para ella, se refirió qué es lo que la conecta con un personaje: «Es la corriente que nos conecta, a mí y a mi propio pulso, con el de un personaje de ficción. Puedo hacer que su corazón se acelere, o calmarlo, según lo requiere una escena. Y mi sistema nervioso, conectado por simpatía al suyo, lleva esa corriente hacia usted que está sentado en su butaca, y hacia la mujer sentada a su lado, y hacia su amiga, también».