La mesa del Rey Salomón y el palacio subterráneo de Toledo
Hay innumerables leyendas sobre la localización de esta Tabla que, ya sea en el castillo de San Martín de Montalbán o en Medinaceli, los visigodos guardaron durante siglos
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La conocida como Mesa, Tabla o Espejo del rey Salomón es una leyenda sobre todo vinculada a la ciudad de Toledo, donde se supone que habría sido guardada por los visigodos durante muchos siglos. Se contamina con la leyenda de la llamada cueva de Hércules, un espacio subterráneo y legendario también llamado Casa de Hércules. Quiere la tradición que el héroe grecorromano hubiera construido una especie de morada encantada, ocultando en su interior una serie de misterios, tesoros y profecías. Posteriormente, la leyenda se fundió con la tradición acerca de los tesoros fantásticos de los visigodos, que al parecer fueron (o no) encontrados tras la conquista musulmana, ni tampoco habrían abandonado la ciudad. Esta es una de las leyendas que hablan de un Toledo subterráneo y fascinante, remontando la tradición de los tesoros de los godos y de la Mesa del rey Salomón a una época arcana.
La leyenda ha cundido en todos los repertorios fantásticos sobre Toledo y se origina en las crónicas árabes. Varias fuentes árabes medievales y modernas sobre la conquista de la Península Ibérica en el siglo VIII van desgranando detalles sobre la leyenda. Se dice que en un palacio, construido de forma subterránea, se ocultaron una serie de tesoros, pero también, a modo de una «jarra de Pandora», la profecía de las desgracias que aguardaban a España. Se supone que cada rey godo debía ir poniendo un candado o un cerrojo para guardar aquel lugar de poder. Es muy interesante la matriz folclórica, en el cuento maravilloso y popular, de esta leyenda sobre el rey desdichado o malvado –don Rodrigo, en la historia, el rey perdedor de la batalla de Guadalete, y en la leyenda, siempre de dudosa moralidad por la violación de Florinda «la Cava»–, que rompe el tabú y va abriendo los candados o sellos –a modo de un Indiana Jones del siglo VIII– hasta llegar a una habitación o un cofre donde hay una inscripción maldita. Se suele narrar este hallazgo, relacionado con el secreto inefable de la mesa del rey judío, de una cámara sellada en Toledo a la que cada rey visigodo añadía una cerradura: es siempre Rodrigo, el último rey visigodo, el que la hace abrir, encontrando en el interior una pintura que representaba a los árabes y una profecía sobre que aquellas gentes conquistarían el país cuando la habitación se abriera. Los cronistas árabes parecen muy interesados en el tema de la Mesa de Salomón que, a veces, parece un símbolo vinculado con el éxito de los musulmanes en España, con el auge de su poder y su sabiduría. Las más antiguas son muy curiosas, como Ibn Abd al-Hakam, historiador egipcio del siglo IX que narra la conquista árabe de Egipto y el Magreb, basándose en otras obras perdidas y en tradiciones orales y se refiere a la Mesa. Otra obra, el anónimo llamado Al-Imama wa al-siyasa sobre la historia del Islam previa al siglo XII, cita la leyenda de que Musa «llegó a la ciudad de los reyes», Toledo, y encontró el mítico palacio que llama «mansión de los monarcas», donde había veinticuatro diademas de oro, una por cada rey de España, con una inscripción de su nombre y, además, «en el mismo palacio una mesa en la que estaba el nombre de Salomón, hijo de David (sobre ambos sea la paz)».
Ya sea en Toledo o en otro lugar, la tradición musulmana insiste en que la mesa, acaso como símbolo de la transferencia de la soberanía de los godos a los árabes, fue encontrada. La crónica árabe anónima «Ajbar machmúa» («Colección de tradiciones»), de mediados del siglo XI recoge la llegada de Tarik a una ciudad después de Guadalajara más allá de los montes llamada Almeida (la Mesa) cuyo nombre se debía a «haberse encontrado en ella la Mesa de Salomón, hijo de David». El historiador del siglo XVI Al Maqqari, que trata la España musulmana desde el año 711 hasta la caída de Granada, dice que Tarik el conquistador encontró la célebre mesa, pero intenta desvincularla del profeta del rey Salomón, y afirma que su origen en una tradición cristiana de ir fabricando, con las joyas de cada soberano, un tesoro para la iglesia.
En suma, sobre estos mimbres se han trenzado innumerables leyendas y teorías. Hay muchas historias fantásticas sobre la localización de la mesa en el entorno de Toledo, ya sea en el castillo de San Martín de Montalbán, en la iglesia de Santa María de Melque o en Santa María de Sorbaces, incluso más lejos, hacia el norte, en Medinaceli, Burgos y más allá. El hecho de que muchos tesoros, objetos religiosos y joyas regias de los visigodos fueran enterrados y ocultados para no caer en manos árabes –está en el caso paralelo del tesoro de Guarrazar, escondido seguramente en esta época de la conquista árabe– ha hecho cundir las especulaciones acerca de la posible realidad de esta vieja leyenda. Pero esta tesis de que la Mesa no fue descubierta por los árabes sino que fue llevada a otra parte de España por los cristianos, ya sea al norte o al sur, la hemos tratado ya anteriormente.