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«Miguel, gran Miguel, Miguel libre, te recuerdo»

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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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El martes se publica «De Nobel a novel», un libro que recoge el extenso epistolario que Vicente Aleixandre mantuvo con Miguel Hernández y su viuda.
De las muchas amistades que tuvo Miguel Hernández a lo largo de su corta vida, pocas lo marcaron tanto, con el permiso de Pablo Neruda, como la que mantuvo con Vicente Aleixandre. De allí surgió un extenso epistolario que se extendió más allá de la muerte del autor de «Perito en lunas», porque Aleixandre se convirtió en el consejero editorial de Josefina Manresa, viuda del poeta de Orihuela y fallecido en una cárcel en 1942. «De Nobel a Novel», Editado por Espasa y bajo el cuidado de Jesucristo Riquelme, responsable de la transcripción y estudio de los documentos, recoge un total de 309 cartas: a Miguel Hernéndez (26 textos) y a Josefina Manresa, su esposa (21 textos) y viuda (261), así como una breve nota dirigida a Manuel Miguel, hijo de la pareja y a quien Aleixandre llamaba Manolín. Toda esa documentación se guarda hoy en el Instituto de Estudios Giennenses, que acoge desde el agosto de 2012 el conjunto del legado de Hernández.
Aprendiendo a vivir, el joven escritor se trasladó a Madrid en los años republicanos con la esperanza de hacer contactos e introducirse en los ambientes literarios de la ciudad. Fue allí y gracias a la intermediación de Neruda que «el muchachón de Orihuela» –como lo llamaba el chileno– pudo conocer a Aleixandre, galardonado en 1934 con el Premio Nacional de Literatura por «La destrucción o el amor». La primera carta conservada es del 27 de julio de 1935 y en ella se percibe la estima y generosidad que el futuro Nobel tuvo siempre hacia su camarada pastor. «Tu carta me ha gustado mucho recibirla, me ha dado una fresca envidia verte dormir en la era, comer pan con tomate y mirar ese eclipse de luna en la tibia madrugada de verano. Miguelito, me gusta que te vayas un mes a tu pueblo, que dejes el seco Madrid de agosto y que allá te orees con unos y con otros. Tú volverás en septiembre y a su final yo también y en seguida nos reuniremos para charlar muchísimo y reírnos anchamente. Reírnos o llorar, que todo es uno y lo mismo. Haremos proyectos, leeremos y viviremos...», escribe Aleixandre.
La nota demuestra que se había convertido desde el primer momento en mentor y guía, en un apoyo indiscutible y único hacia Miguel dentro de la Generación del 27, a diferencia del rechazo de Federico García Lorca y Luis Cernuda, que no quisieron saber nada del autor de «El rayo que no cesa». Hernández confió siempre en su amigo y convirtió a Aleixandre en partícipe de sus desgracias y sus alegrías. Por las cartas del autor sevillano podemos intuir lo que le diría su compañero literario, como cuando le había hablado de que tenía como novia a una muchacha de su pueblo llamada Josefina Manresa, con la que se casó por lo civil el 9 de marzo de 1937: «¿Y tu novia? Ay amador, cómo te veo correr en tu bicicleta a ese pueblo cercano donde ella te aguarda. Quiérela mucho. Quereos mucho. ¡Tú sabes querer! Qué gran corazón de amante tienes, poeta. Qué huracán, qué torrente, qué bosque, qué mar bravío, qué Miguel entero eres para querer. Una “mujer sencilla”, la tuya, tienes suerte. Bueno, pues quereos mucho. Que crujan los árboles y el suelo, y que vuele la ardiente, la silenciosa paloma de las almas, No sé, volad vosotros».
La Guerra Civil lo cambió todo y Miguel Hernández pasó a ser un hombre de acción que se fue al frente a luchar contra el fascismo, plasmando esa tragedia en algunos de los mejores poemas que escribió en su obra literaria. Fue también en este tiempo cuando Aleixandre recayó enfermo, aislado y solo. «El día de mañana, si vivo, escribiré versos. Quisiera sobrevivir en regulares condiciones estos ya años y tener fuerzas para cumplir mi destino, que aún no está recriminado. Todavía me gritan en mi corazón muchas voces. Y ahora, ahora mismo, me olvido de mis miserias corporales, que no son pocas y no detallo». La tragedia de Miguel Hernández en la cárcel se visualiza en las cartas que a partir de 1940 escribe su amigo a Josefina Manresa. Aleixandre hace lo imposible para ayudar a la pareja en tiempos nada fáciles gracias, además, a los buenos oficios de amigos como José Luis Cano o José Antonio Muñoz Rojas. El drama, el fin del amigo encarcelado en Alicante, se plasma en una carta del 4 de febrero de 1942: «Querida Josefina: he recibido sus dos cartas (del 26 y del 1) y me ha producido el disgusto que Vd. comprenderá al enterarme de la enfermedad de Miguel. Sí que es desgracia que después del tifus haya cogido esa tuberculosis aguda, para la que tantos cuidados necesitará. Lo del sanatorio que va a gestionar el Canónigo de Orihuela, que se preocupa de Miguel, me parece una gran idea, y quiera Dios que lo consiga pronto. Otros amigos aquí, a quienes se lo he comunicado también van a gestionar ese traslado. A ver si entre todos se consigue».
Pero el canónigo de Orihuela, Luis Almarcha, ya no era el generoso mecenas del primer Miguel Hernández. Venía resentido de la guerra y quiso que Miguel se convirtiera, se casara por lo católico, se arrepintiera de sus pecados. Nunca fue trasladado a un hospital penitenciario donde podría haber salvado la vida. Miguel fue apagándose poco a poco, algo que padeció Aleixandre como demuestran sus cartas a Josefina. Cinco días antes de su muerte, el 23 de marzo de 1942, escribe a Josefina pidiéndole que de ánimos al amigo enfermo: «Quisiera escribir a Miguel, pero, como no sé cómo hacerlo, quisiera que me dijera V. la idea que tiene sobre su estado y cómo anda de esperanzas. Si está V. con él en el Hospital, en algún rato tranquilo dígale V. que me escribe V. mucho y me cuenta de su estado. (Yo le escribo a V. como si fuera para él mismo, ya que sé lo que la quiere, y lo que V. es para él. Siempre tengo esto presente). Espero sus noticias, que ojalá sean menos malas de lo que me temo. Sabe V. que siempre la recuerdo con todo afecto».
La desaparición de Miguel Hernández no menguó el interés de su fiel camarada por recordarlo, así como por apoyar a la joven viuda. A partir de ese momento, fue el fiel consejero, el hombre dedicado a divulgar la producción literaria del desaparecido poeta, dando consejo a Josefina sobre cómo divulgar y defender un legado literario, uno de los más importantes de las letras españolas del siglo XX. Son dos amigos que perviven más allá de la muerte. Buen ejemplo es una carta del 22 de diciembre de 1950, cuando Aguilar se prepara para publicar una selección del trabajo hernandiano, bajo el cuidado de Aleixandre: «Cuando me mandó Vd. el contrato procedí a escoger y ordenar toda la obra de Miguel. Ha sido una labor detenidísima, pues se trataba, primero, de seleccionar todos los poemas que tuvieran algún valor y que fueran publicables en España, y, segundo, de hacer una clasificación de estos poemas por periodos y libros posibles. Luego habrá que copiar a máquina todo para entregarlo. En todo esto el auxilio de Leopoldo de Luis me ha sido valiosísimo. El trabajo era enorme, y además de la mecanógrafa, dependiente de Leopoldo, la ha pagado él, y el papel lo mismo. Lo único que ha pedido es el gusto de que Vd.le regale un ejemplar de las “Obras Escogidas” de Miguel de los que le dé a Vd. el editor. Yo le he dicho que sí, en nombre de Vd. y que tanto Vd. como yo le agradeceríamos toda la ayuda que ha prestado».

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